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Álvaro Enrigue: “Fuera de México me he vuelto más guadalupano”

El escritor mexicano afincado en Nueva York desde hace más de una década comparte algunas reflexiones sobre sus libros, la familia y próximos proyectos en víspera de la publicación en inglés de su última novela: ‘Tu sueño imperios han sido’

Escritor Álvaro Enrigue
El escritor Álvaro Enrigue, en Ciudad de México, el 20 de diciembre de 2023.Hector Guerrero
Hector Guerrero

Hace más de una década que Álvaro Enrigue (México, 1969) vive en los Estados Unidos, y desde allá ha generado una mirada reflexiva sobre lo que ocurre en su país. En una fría mañana que azota a la capital mexicana, el escritor nacido en Guadalajara, pero que se define a sí mismo como chilango, pide un café con leche y se sorprende de lo caro que se ha vuelto todo o casi todo en Ciudad de México. No puede creer los precios de los restaurantes en la colonia Roma, que compara con los precios de Nueva York y le resultan idénticos. Cuenta que su última novela Tu sueño imperios han sido saldrá traducida al inglés el próximo 10 de enero de 2024 bajo el sello editorial Riverhead Books. Da el primer trago de café y comienza la charla reflexionando sobre el momento en el que se encuentra en la actualidad como persona más que como el prestigioso escritor al que no le gusta andar promocionando y hablando de sus propios libros, lo hace porque tiene que ser muy profesional

Pregunta: ¿Cómo pasa los días en Nueva York?

Respuesta: Criando un bebé. Ahorita estoy entregado al bebé. A ver, siempre estoy trabajando, pero no ahorita, llevo tiempo dándole vueltas a un libro y sobre todo leyendo mucho para ese libro, pero no estoy escribiendo. Mi última novela salió en el momento en el que nació el bebé. Entonces pensé disfrutarlo porque ya una vez que empiezas a escribir se convierte en una cosa obsesiva.

P. Entonces el trabajo ahora es ser padre. ¿Es muy diferente ser padre a los 27 años que tuvo a su primer hijo que ahora en la actualidad?

R. Es infinitamente distinto. Ser padre joven es aterrador porque no sabes lo que estás haciendo. Hay un cierto instructivo biológico, pero nada más y, en cambio, este bebé es mi cuarto hijo, se llama Emilio.

P. Son los ciclos del ser humano.

R. Sí, y también hay un asunto de en qué lugar estás en la vida cuando tienes distintos hijos. Cuando nació el mayor estaba abriéndome espacio a codazos en la república de las letras y, en cambio, ahora, ya no tengo ninguna prisa, no hay ninguna urgencia, para mí estoy en un lugar relativamente cómodo. Cuando uno es joven es muy ambicioso, ahora lo único que quiero es paz, estar tranquilo. Entonces es más fácil crear a un chamaco. Cuando tuve a mis dos primeros hijos era periodista, tenía trabajos brutales. Tener a un bebé cuando eres profesor en una universidad norteamericana, pues, es una delicia.

P. Usted es un mexicano en Estados Unidos, ¿cómo percibe la actualidad política por la que pasa el país donde vive?

R. Siempre me incomodó la posición del intelectual latinoamericano que está obligado a hablar de todo, hay muchas cosas de las que no sé, me encanta ver películas, pero no sé de cine, me informo y vivo con mucha angustia, pero no soy analista, paso mucho tiempo leyendo periódicos y conforme van pasando los años voy viviendo de manera más y más aislada, vivo con menos ansiedad, además lo que yo pueda decir de todos esos procesos no es nada nuevo. Creo que estamos entrando, tal vez ya de lleno, en un momento de locura política. Mira lo que sucedió en Argentina, es completamente inverosímil, o la furia con la que hablan los mexicanos de política, tiros y troyanos. Es sorprendente vista desde afuera porque uno pensaría que va a llegar a un país cayéndose, y a lo mejor sí es un país cayéndose, pero yo no lo veo así, yo veo una ciudad más ordenada que nunca, más funcional que nunca, más guapa que nunca. Pero bueno, yo soy un profesor de literatura del siglo XVII.

P. Pero sí que le interesa la política vista desde el ángulo del escritor.

R. Tengo la impresión de que la política forma desde hace mucho tiempo parte de la cultura del entretenimiento. En realidad si uno ve el mapa político de Estados Unidos hay que empacar e irse, un poco como en Argentina. Ninguna de las dos opciones es buena, pero el país sigue funcionando y las ciudades siguen funcionando, es decir, hay como una máquina detrás de las repúblicas hoy en día. Supongo que así era el imperio romano, los emperadores podían hacer las locuras que fueran porque había una máquina que seguía trabajando, hay una burocracia que no se va y sigue haciendo las cosas. En México hay un motor industrial bárbaro igual que en Estados Unidos. Tienen un motor productivo que hace que el país siga funcionando a pesar de la incompetencia de las clases políticas. Por ejemplo Italia o España, ¿cuánto tiempo estuvieron sin presidente y no pasaba nada? Lo único que pasaba es que la gente se aburría porque no había nadie haciendo despropósitos en los periódicos.

P. ¿Esto cómo lo aplica a México?

R. Todo eso es muy difícil decirlo con respecto a México por la cantidad de muertes que tiene. Hay mucha gente que ha perdido familiares aquí. Entonces todas estas meditaciones no se pueden hacer porque el grado de descomposición y dominio del crimen sobre la sociedad mexicana es una cosa terrible. Es una experiencia aterradora asomarse a un periódico mexicano.

P. En esta vida en ambas naciones, ¿termina adaptándose a la lejanía de su país?

R. Creo que me ha pasado lo que le pasa a los mexicanos fuera de México, me he vuelto más guadalupano, irremediablemente más guadalupano, valoro mucho más el tema de la comida, nunca rompí relaciones con México, yo soy chilango centrista sociopático, me parece que vivo en un suburbio de la Ciudad de México viviendo en Nueva York, mi oriente siempre es Ciudad de México, fui educado por José Emilio Pacheco. Mi relación siempre ha sido con la Ciudad de México y creo que mis libros miran hacia allá. Yo no soy uno de estos escritores que hacen fichas y esquemas, o usan programas de computadora y saben exactamente qué van a escribir. Yo escribo de manera más bien lírica, siempre a palos de ciego, sin saber nunca exactamente dónde estoy. México me organiza, es lo que me interesa, es lo que me preocupa y siempre estoy viendo hacia acá y siempre escribo sobre eso que es el corazón de mi vida profesional. Sigo escribiendo en español y ni siquiera se me ocurriría escribir en inglés, no me divertiría nada, lo que me gusta es el español.

P. Usted encuentra en la historia un campo fértil para recolectar pasajes que reinterpreta y le sirven de escenario en sus libros.

R. Hay una cosa muy atractiva de trabajar como novelista con archivos históricos, que es que puedes proponer cosas que seguro se les ocurren a los historiadores, pero que no pueden decir porque están sujetos a un método de investigación, entonces no pueden volar teorías, un novelista puede. Pero, te digo, no soy historiador, no escribo libros de historia. Si fuera historiador me correrían del gremio en cinco minutos por razones obvias.

P. ¿Y cómo comenzó su interés por la historia?

R. Así como hay niños a los que les gusta ver las estrellas, yo era un niño al que le gusta ver ruinas. Siempre el mundo prehispánico tuvo una atracción y un dominio sobre mí. Desde muy chico era lector de libros de arqueología e historia, era raro.

P. ¿Le habría gustado ser historiador?

R. A mí lo que me habría gustado es ser arqueólogo.

P. ¿Y cómo término de escritor?

R. Las pasiones no son excluyentes, siempre me gustó escribir, el ejercicio de la escritura me gusta. Sé que hay gente a la que no le gusta su trabajo, a mí el mío me gusta muchísimo.

P. Hay escritores que se definen más como lectores.

R. Sí, lo que más me guste es leer.

P. ¿Más que escribir?

R. Bueno, no sé, por ahí. Una vez que comienzo a escribir ya no puedo parar.

P. ¿Tiene rituales para escribir?

R. No me gusta la mitificación de la figura del escritor. Me parece que es un trabajo de clase media. Y que pensar en el escritor como alguien que tiene rituales y cuyo trabajo es más o menos sagrado y que viene del espíritu… No me gusta. Es un argumento a favor de que tengamos que trabajar mucho más que todas las demás personas por el mismo dinero. Entonces no me gustan los esfuerzos mitificadores. Pero bueno, si tengo unas rutinas, por ejemplo escribo a mano, todo lo escribo a mano antes de pasarlo a la computadora. Escribo con un tipo de plumín muy específico y solo escribo en unos cuadernos japoneses. En realidad estoy lleno de manías.

P. ¿Plumines especiales?

R. Se llaman Pincelín wherever, son de cuando éramos niños. Existen en Estados Unidos y siguen siendo hechos en México. Entonces en la costillita con la que te lo pones en la camisa dice México. Es algo así como traer a la Virgen de Guadalupe en la billetera. Escribo con eso.

P. ¿Y cómo entra la parte digital?

R. Yo mismo paso los escritos y es ahí donde se vuelve muy divertido. En el cuaderno hay algo, hay una historia, hay una serie de personajes, hay trama. Pero al pasar a la computadora, eso que es como una historia solo operativa, se transforma, es cuando entra el lenguaje. Es lo que me gusta, la posibilidad de apretar y apretar y apretar a la lengua para que diga cosas que no esperabas que dijera. O la dificultad de representar cosas muy difíciles. La parte más intensa del trabajo es pasar el momento en que algo pasa del cuaderno a la computadora.

P. ¿Siempre escribió a mano?

R. Mis primeras novelas las escribí en la computadora porque podía. Pero hubo un momento muy específico, cuando estaba escribiendo Vidas perpendiculares, en el que el béisbol se mudó a internet. A mí me gusta mucho el béisbol, en el momento en el que el béisbol pasa a la computadora, era muy difícil seguir escribiendo si ya iba a comenzar el juego.

P. Cuando el manuscrito pasa a la computadora, ¿cambia algo?

R. Cambia muchísimo. Muchísimo. Lo que está en los cuadernos no son libros. Hay episodios, momentos de inspiración. También tienes que considerar que soy un padre de familia. Y que siempre he sido yo el que está en casa. En todas las familias, el padre y la madre trabajan porque si no se extinguen. Pero hay uno que se queda en casa. Yo soy el que se queda en casa. O por lo menos los últimos 15 años soy el que se ha quedado en casa. Entonces escribir en un cuaderno responde un poco a alguien que tiene que trabajar en condiciones complicadas. Nos han vendido la idea de que las computadoras y los teléfonos son portátiles. En realidad son frágiles y torpes. Un cuaderno y una pluma son una tecnología infinitamente superior de escritura a una computadora. Lo único que no les puede pasar es que se mojen. Y si se secan, siguen funcionando.

P. Hablaba de que ahora está en un punto de paz. ¿Es porque se siente más libre?

R. Siempre he escrito exactamente lo que se me da la gana, nunca he pensado, con esto voy a ofender a alguien.

P. ¿Pero como persona, no solo como escritor?

R. Estoy en una situación cómoda, no sé si tengo más lectores o no, no tengo ni la más remota idea, pero tengo una comodidad conmigo mismo, a través de una vida que ha implicado muchísima dificultad, muchísimo sufrimiento. Creo que cualquier persona con más de 50 años tiene esta sensación, no creo que tenga que ver con la literatura. La literatura no es sagrada. Me parece que tiene que ver con que vas encontrando un lugar en el mundo, con que el mundo está diseñado para personas de 50 años también. Es decir, hay una estabilidad, por supuesto que siguen pasando desdichas terribles, pero tienes las herramientas para afrontarlas y la experiencia para que no sean aterradoras.

P. ¿Y quizás esa libertad viene de que ya no persigue lo que persiguió hace 20 o 30 años atrás?

R. Claro, la muerte de la ambición, absolutamente.

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Hector Guerrero
Responsable del área de contenidos visuales en EL PAÍS América. Más de 20 años cubriendo acontecimientos noticiosos en la región.
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