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Una mancha de sangre ‘tejida’ en el Ángel de la Independencia se alza contra la violencia

A través de un manto rojo, un colectivo de artistas reúne a familiares de víctimas de feminicidios, desaparecidos o trata con los viandantes de Ciudad de México para hacer conciencia sobre las heridas abiertas del país

Vista aérea de ‘Sangre de mi sangre’, una obra coordinada por el Colectivo Hilos en Ciudad de México.
Vista aérea de ‘Sangre de mi sangre’, una obra coordinada por el Colectivo Hilos en Ciudad de México.Hector Guerrero
Micaela Varela

Si un pájaro lo viese desde arriba, pensaría que el Ángel de la Independencia está sangrando, herido de gravedad. La mancha rojo carmesí se extiende por las escaleras del monumento de la avenida Reforma, en Ciudad de México. Ha conseguido cubrir casi por totalidad todos los peldaños de la glorieta, gracias a los hilos del vibrante color que van sumando los viandantes curiosos. Los que han elegido este domingo para pasear se suman a los activistas contra la trata, los familiares de mujeres asesinadas o de desaparecidos que se sientan a tejer como forma de protesta pacífica, y también como terapia. “El hilo rojo representa la sangre que derrama la violencia en México. Queremos llegar a los 100.000 metros cuadrados, uno por cada persona desaparecida”, dice Emelina Guzmán, cuyo hijo es parte de esa interminable lista.

Entre todos ensanchan cada vez más el manto de ‘Sangre de mi sangre’, una obra colectiva coordinada por el Colectivo Hilos. Este grupo de artistas, compuesto puramente por mujeres dedicadas al arte, el periodismo, o la psicología, convoca a la población a tejer en diferentes ciudades de México. Se suman colectivos de desaparecidos, madres de mujeres asesinadas o de víctimas de trata. Ellas enseñan a los que se interesan a tejer, creando un espacio para contar sus historias, tener un impacto visual, o al menos mantener la cabeza ocupada en uno de los momentos más desesperados de sus vidas. “Siento que estoy haciendo algo por mi hijo. Aunque sea pequeño, para mí es importante”, dice Patricia del Carmen Don Mendes, que ha viajado desde Chiapas para añadir sus puntadas al tejido.

Con el tiempo, el manto rojo se ha ido haciendo más grande, de forma proporcional a las cifras de víctimas de la violencia del país. Hasta ahora, México suma 108,787 personas sin localizar y se asesinan a 10 mujeres por día. Es “la metáfora perfecta”, según Claudia Rodríguez, fundadora del colectivo. “Es una herramienta para que volteen a ver los números. Es un grito de ‘ya basta”, asegura. El proyecto se inició en 2019 con el aumento de los feminicidios en Jalisco. Las mujeres empezaron a tejer todos los domingos en el Parque Rojo de Guadalajara. Algunos parches del inmenso manto que hoy luce Ciudad de México se han tornado marrones por el sol, testigos de aquellos inicios y del momento en que fueron incorporados a la obra. El tejido cobró relevancia en la marcha del 8M justo antes de la pandemia y ha sido expuesto en diferentes museos y monumentos del país.

La denuncia social se suma a la acción terapéutica para la mayoría de mujeres que pasan un hilo debajo del otro. “El tejer con alguien de alguna manera es empatizar, estimular la solidaridad”, añade Rodríguez. Y las personas que se concentran en las hebras de rafia roja le dan la razón. Luz María Sarabi empezó a tejer hace 10 años por su cuenta, poco después de que su hijo no volviera a casa tras salir con su carro a realizar unos mandados. “La misma depresión me empujó a ello. Aprendí porque en esos momentos me relajaba y me ayudaba a distraerme”, confiesa cansada del viaje desde Mazatlán. Sarabi enseña con esa habilidad donde ha volcado la frustración de toda una década en enseñarle a Laura Ivone Valdéz, que busca a su tío. “Estos hilos nos unen y nos sensibilizan”, dice emocionada por añadir un pequeño trozo de tejido rojo a la obra.

Otro ejemplo es el caso de Verónica Evangelina Guillén. Salió en 2019 al cine con su esposo y dos de sus hijos. Volvieron en coches separados y el de Karina del Carmen Ruiz Guillén y Carlos Alfredo Ruiz Guillén nunca llegó a casa. Con ellos iba el marido de Karina, Hugo Francisco Tan Méndez. Su madre ha viajado hasta la capital desde Chiapas para tejer. Desde que Verónica le avisó de que su hijo y su nuera habían desaparecido, se han apoyado mutuamente. De hecho, fue Guillén quien le animó a aprender a tejer y sumar su participación a la obra. “Por ahí anda un pedacito chueco que tejí”, dice con una sonrisa rota.

Una mujer participante del colectivo de búsqueda de personas desaparecidas 'Sabuesos Guerreras'.
Una mujer participante del colectivo de búsqueda de personas desaparecidas 'Sabuesos Guerreras'.Mónica González Islas

Entre los grupos de desaparecidos se oyen otras voces de la violencia, como la de Sandra Mercado. Su hija desapareció en 2017, cuando apenas tenía 14 años. En los grupos de mujeres que buscan a sus familiares, sustituyendo el trabajo de las autoridades, encontró el apoyo y la fuerza para denunciar y no rendirse. Fue en esa época donde encontró consuelo en tejer. Un vídeo que se viralizó en redes sociales de su hija asegurando que se había ido por voluntad propia le devolvió la esperanza que muchas familias de desaparecidos sueñan con tener. Al menos estaba viva. El año pasado consiguió recuperarla. Las autoridades federales la rescataron del departamento de un hombre con antecedentes al que buscaban. Mercado cree que todo este tiempo estuvo en una red de trata y la obligaron a grabar ese vídeo para que ella dejara de buscarla. “Ella no me quiere decir. Me dice que no quiere que lo sepa para que no me ponga triste”, susurra. Pese a tenerla a su lado ahora, sigue tejiendo. “Lo hago por las mujeres que conocí en mi lucha que siguen buscando, y por las que encontraron a sus seres queridos donde no debían. En fosas comunes”, dice con orgullo y añade: “Si la sociedad se uniera como nos unimos nosotras, como se unen estos hilos en el tejido, temblarían los poderosos en el cielo y la tierra”.

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Sobre la firma

Micaela Varela
Es periodista de EL PAÍS en Ciudad de México. Nacida en Argentina y criada en Valencia, España. Graduada en la carrera de Periodismo en la Universitat Jaume I y máster de Periodismo en EL PAÍS. Trabaja en la mesa digital de América y escribe sobre derechos humanos, sociedad y cultura.

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