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Viva Tenochtitlan (y los estadounidenses que la han contado)

En el último libro de la historiadora Camilla Townsend, dedicado a los aztecas, queda en evidencia cómo se margina a los investigadores mexicanos en la producción académica de Estados Unidos

Pablo Ferri
Portada del libro Fifth Sun de Camilla Townsend.
Portada del libro Fifth Sun de Camilla Townsend.Gladys Serrano

En Fifth Sun, A New History of the Aztecs (Oxford, 2020), la historiadora estadounidense Camilla Townsend relata las peripecias del pueblo azteca más allá de su choque con los españoles y su eventual derrota. La autora narra el viaje de los pueblos nahua al centro de México hace más de 1.500 años y las penurias que pasaron los aztecas —los mexica, en realidad, uno de tantos pueblos nahua—, nómadas mercenarios hasta bien entrado el siglo XIV. Solo entonces ocuparon un islote que nadie quería en medio del lago Texcoco. Allí fundaron Ciudad Tuna. Tenochtitlan.

La autora construye su texto con hechos recogidos en los escritos de los vencidos y sus descendientes. En 1521, los españoles y sus aliados ganaron la guerra a los mexica. Conquistaron Tenochtitlan y la destruyeron. Algunos supervivientes trataron de rescatar la memoria de aquel mundo que desaparecía, un mundo que cedía ante el empuje de Nueva España. Sus descendientes escribieron relaciones de lo sucedido durante la guerra, la matanza y la huida, pero también de la vida previa.

La académica empezó a estudiar nahuatl hace 22 años y desde entonces ha vivido sepultada por documentos en la lengua de los mexica. “Para Fifth Sun, he tratado de no ser influenciada por otros libros”, dice Townsend a EL PAÍS, “ya sean de los mexicanos modernos o de cualquier otro, sino de informar lo que los mismos nahua han dicho”. No obstante, para asentar sus argumentos e interpretaciones, Townsend acude a fuentes modernas, obras escritas en los últimos 30 años, muy especializadas. Y es ahí donde el libro deja entrever algo extraño. En el capítulo uno, la gran mayoría de fuentes referidas son de autores estadounidenses. En el capítulo dos, igual. Y así sucesivamente hasta la bibliografía. Hay mexicanos y latinos, sí, pero muchos menos.

Consultada vía correo electrónico, la autora, celebrada en México por varias de sus obras, entre ellas una biografía de la Malinche, dice: “Estoy de acuerdo en que los académicos mexicanos están subrepresentados en nuestras notas al pie. Es un problema genuino —parte del imperialismo gringo— y estoy de acuerdo en que, hasta cierto punto, yo soy culpable de ello”.

Townsend argumenta que las comunidades académicas de México y Estados Unidos suelen ignorarse mutuamente. “Y luego”, añade, “cuando nos encontramos en conferencias, acabamos lamentando esta relativa ignorancia de lo que pasa en las universidades del otro país”.

Dice Townsend: “Los estadounidenses no tenemos el monopolio del buen trabajo académico, pero creo que producimos más de la mitad. ¡Esto no es por una superioridad inherente!”, argumenta, “es porque nuestras universidades recurren a escuelas públicas de todo el país para seleccionar a los estudiantes. Y luego las universidades y fundaciones financian investigaciones a los académicos. El resultado es que se hacen trabajos muy buenos”.

La marginación de la academia latina en el catálogo de fuentes y referencias del aparato investigativo estadounidense no es un hecho inusual. Al contrario, es habitual. La mexicana Berenice Rojas, doctora en Estudios Mesoamericanos e integrante del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, dice por ejemplo: “Yo siempre he notado esta tendencia. Ellos se acostumbran a citar trabajos que están en inglés”.

El doctor David Carrasco, investigador de la Harvard Divinity School y profesor en el departamento de Antropología de la universidad, ha leído el libro por puro interés profesional. En entrevista con este diario, se muestra disgustado con el asunto de las fuentes. “Townsend quiere aportar una nueva narrativa basada principalmente, según dice, en sus interpretaciones de lo que dijeron los nahuas y no en lo que dicen los académicos. En la práctica, sin embargo, recurre a un buen número de académicos, la mayoría de Estados Unidos, que sostienen su acercamiento e interpretaciones”, critica.

Carrasco ha dedicado buena parte de su carrera al estudio de las religiones y los símbolos en Mesoamérica, con especial atención a los aztecas. Y justo por eso, hay referencias cuya ausencia o marginalidad en el trabajo de Townsend se le hacen inexplicables. “Uno debe preguntarse dónde están los académicos mexicanos que han trabajado durante décadas en muchos de estos temas, incluyendo lo que dijeron los nahuas. El historiador Alfredo López Austin ha trabajado durante años con las fuentes nahua y ha iluminado muchos aspectos de la vida de este pueblo”.

El capítulo tres de Fifth Sun es quizá el que mejor ilustra esta situación. Se titula The City on the Lake y narra la expansión del estado mexica y su capital, que se embellece gracias a las riquezas que mandan los pueblos vasallos del altiplano y la costa. Uno de los elementos distintivos de la ciudad es sin duda el Templo Mayor, el Huey teocalli, el núcleo espiritual del estado, sede de los dos templos dedicados a las principales deidades mexica, Tláloc y Huitzilopochtli.

Desde su redescubrimiento en 1978, arqueólogos mexicanos han trabajado sin descanso en las ruinas del templo, produciendo gran cantidad de artículos científicos y libros. Principalmente el primer director de las excavaciones, Eduardo Matos Moctezuma, a quien la Universidad de Harvard dedicó una cátedra honorífica el año pasado. Pese a ello, Townsend no cita a Matos en todo el capítulo, ni a ninguno de los arqueólogos que ha trabajado en el Templo Mayor desde hace 42 años.

El tono ágil y reflexivo del libro de Townsend, su rigurosidad y dominio de las fuentes nahua invita a olvidar una obviedad: contar la historia de los mexica a partir de sus propias voces no es nada nuevo. Ya en 1959, el historiador Miguel León-Portilla publicó La Visión de los Vencidos, un relato de la conquista que, en vez de abrazar las crónicas de soldados y frailes españoles, acude a la nostalgia de los que perdieron la guerra. Y más tarde, en las décadas de 1970 y 1980, Alfredo López Austin escribió varios libros sobre cosmovisión y mitología mesoamericana que, además de sentar las bases para toda interpretación posterior, bebía tanto de fuentes españolas como nahuas.

En el libro de Townsend, la presencia de ambos es marginal. León-Portilla aparece en tres pies de página. En el último, Townsend lo menciona solo para decir que en La Visión... el historiador usa una traducción errónea de una frase del célebre documento mexica los Anales de Tlatelolco, documento fundamental para León-Portilla en su obra. Lo que no dice la autora es que León-Portilla defendió con argumentos tan buenos como los de sus críticos la traducción que había usado.

Dice la autora: “León-Portilla ha sido un héroe para mí desde que leí La Visión… Y creo que fue uno de los personajes más importantes del siglo XX. Y sin embargo pienso también que, de alguna manera, su grandeza ha supuesto algo así como un problema para la academia mexicana. Sus interpretaciones de los aztecas han dominado durante muchos años, justo por la importancia de su figura a nivel cultural. Pero, francamente, ser un gran hombre no significa necesariamente ser el mejor nahuatlato”.

El colonialismo epistemológico

El ecuatoriano Jorge Cañizares-Esguerra, doctor en historia y profesor de la Universidad de Texas en Austin, ha denunciado el trato que le dispensa el norte académico al sur. Hace un año y medio, publicó un texto en su blog titulado Sobre Humboldt y el colonialismo epistemológico. Cañizares-Esguerra criticaba un libro sobre Humboldt, publicado en Alemania a 250 años de su nacimiento, que elevaba al alemán a genio indiscutible, catalizador de las ideas de América del Sur, que visitó por cinco años a principios del siglo XIX.

 

“América es paisaje donde las ideas de Europa se incuban”, ironiza el historiador. “Las comunidades intelectuales del sur global están siempre ahí para aprender y ser levantadas de su estupor y provincialismo, para ser guiadas hacia la razón y la modernidad”.

 

En realidad, explicaba Cañizares-Esguerra, la verdad es muy distinta y en el caso de Humboldt, el alemán se había aprovechado del contacto con intelectuales de la época en las capitales de México y América del Sur para construir su obra.

 

En entrevista con EL PAÍS, el académico dice: “Eso es colonialismo epistemológico, una actitud imperial con respecto al conocimiento del sur global. Un conocimiento que es digerido, leído, pero nunca citado. Ignorado en la educación, en patrones de citación, etcétera. Una masturbación intelectual del norte para hablar sobre el sur, sin citar a la gente que viene de ahí”.

 

Cañizares no ha leído el libro de Townsend —no es su campo de estudios— pero dice: “Este es un problema de poder. Yo enseño historia de América Latina en Estados Unidos y nuestros estudiantes de doctorado casi no leen en otros idiomas. Ya empiezas mal, escondiendo todo un mundo de conocimiento. Imagínate el estudio de esos países por individuos que no entrenan a sus propios estudiantes con material que se produce allá”.

 

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Sobre la firma

Pablo Ferri
Reportero en la oficina de Ciudad de México desde 2015. Cubre el área de interior, con atención a temas de violencia, seguridad, derechos humanos y justicia. También escribe de arqueología, antropología e historia. Ferri es autor de Narcoamérica (Tusquets, 2015) y La Tropa (Aguilar, 2019).

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