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Harry Pater
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Si yo fuera rico’: “Señor, ¿me compra un número para un sorteo?”

Tres niñas pequeñas han aparecido cuál ninja y, antes de verbalizar cualquier amenaza, me han plantado en los morros el arma del crimen: un talonario de números para un sorteo

Si compras números de sorteos infantiles serás rico en sonrisas de agradecimiento, porque lo que son premios...
Si compras números de sorteos infantiles serás rico en sonrisas de agradecimiento, porque lo que son premios...null

Esta semana me han atracado… pero he entregado el dinero rápido y con alegría. Tres niñas pequeñas han aparecido cuál ninja y, antes de verbalizar cualquier amenaza, me han plantado en los morros el arma del crimen: un talonario de números para un sorteo.

Según su entusiasta discurso, declamado por las tres con una cierta vergüenza, como no queriendo emocionarse demasiado porque daban la venta por perdida, el sorteo estaba muy bien porque podían tocarte cosas como un vale de algo, un lote de no sé qué y algo más que tampoco se entendía. Daban tanta ternura que les compré un boleto al momento, sin que tuvieran que insistir. Su cara de ilusión fue tan bestia que ya compensó los euros perdidos.

Sé que no me tocará nunca, nadie conoce a nadie que le haya tocado ninguna rifa de algo infantil. Todos sabemos que estos papeles acabarán arrugados en un bolsillo del abrigo y los descubriremos al año siguiente cuando lo saquemos del armario.

La paradoja en un país donde muchos esperan solucionar su vida con un cupón o un boleto premiado con millones es que nadie está pendiente de qué número toca en estos sorteos infantiles, pero comprar un par de números es una tradición que equilibra el universo. Porque todos nos hemos visto en esta situación de lotería low cost, como niños y como padres que han tenido que colocar esos números antes de que acabara el plazo, y hemos esperado que un alma caritativa nos librara de esa tortura con un billete de 50 euros.

Algún día llegarán los coches voladores de Blade Runner y nosotros seguiremos vendiendo números de un viaje final de curso, de una excursión, de unas colonias, de una cesta de Navidad, con esa mirada culpable y esa esperanza de “no te viene de dos euros, no me preguntes mucho, acabemos rápido que es algo doloroso para todos”.

Ya puestos, me pregunto: si nos pasamos la vida diciéndole a los niños que vigilen con los desconocidos y que no se fíen de nadie que les haga regalos, ¿por qué de repentes los invitamos a salir a la calle a buscar dinero de cualquiera?

¿Qué cortocircuito mental tendrán cuando su cerebro tenga que procesar estas dos órdenes contradictorias: “desconfía” pero al mismo tiempo “muestra simpatía para sacar dinero de los demás”?

Claro que buscarse la vida desde pequeños les puede dar mejor perspectiva de cómo van las cosas, y valorar más esas excursiones o viajes que ahora pagan mágicamente transferencias invisibles para ellos.

También les ayudará a perder la vergüenza, a adquirir o mejorar competencias comunicativas, a hacerse escuchar y a venderse mejor, que es algo que no enseñan en la universidad y que se necesita toda la vida.

Aunque al final, para bien o para mal, descubrirán el recurso de muchos ni-nis: si pones carita tierna y sableas a la familia, los mayores te sacan las castañas del fuego.

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