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Cómo desarrollar la capacidad de analizar la información en adolescentes: “Hay que alentar el asombro de lo cotidiano”

Los expertos resaltan la importancia de trabajar con las nuevas generaciones el pensamiento crítico para que sean capaces de hacerse buenas preguntas sobre qué sucede detrás de un acontecimiento o una noticia

Un alumno lee un trabajo al resto del aula.
Un alumno lee un trabajo al resto del aula.Sigrid Olsson (Getty Images)

La Universidad Carlos III de Madrid (UC3M) publicó el pasado mes de junio los resultados de una investigación desarrollada por Eva Herrero-Curiel y Leonardo La-Rosa, del Departamento de Comunicación, titulada Los estudiantes de Secundaria y la alfabetización mediática en la era de la desinformación. El estudio expone cómo se informan los estudiantes de Educación Secundaria Obligatoria (ESO) de centros públicos españoles, el grado de discriminación periodística que poseen y cómo se enfrentan a las noticias en una época de sobrecarga informativa. Con 1.651 estudiantes de ESO encuestados y 77 entrevistas a docentes de toda España, una de las principales conclusiones subraya que los estudiantes, pese a navegar en internet y utilizar las redes sociales de manera habitual, “presentan un déficit en competencias básicas relacionadas con la alfabetización mediática que van desde la correcta discriminación de géneros periodísticos (información vs. opinión) hasta la ausencia de capacidad de distinguir entre noticias reales y falsas”.

Este estudio pone de manifiesto la necesidad de que adolescentes y jóvenes aprendan a consumir información y a desenvolverse en el mundo actual de una forma consciente, para lo cual es imprescindible que desarrollen el pensamiento crítico. “Aquella capacidad intelectual que todos traemos de serie, cuya utilidad principal es la de proporcionarnos los resortes necesarios para interactuar con el mundo, a la vez que ayudarnos a configurar y a comprender nuestra identidad”, según la definición de José Carlos Ruiz, doctor en Filosofía por la Universidad de Córdoba, especializado en Filosofía de la Cultura y pensamiento crítico, y autor de libros como El arte de pensar para niños.

La huella biográfica, es decir, las circunstancias y contextos en los que se desenvuelve cada niño durante su infancia y adolescencia, son la base sobre la que se asienta su pensamiento crítico. Por eso, saber interpretar los contextos en los que se desarrolla la actividad de una persona facilita una referencia desde la que asentar el proceso de pensamiento. “En una sociedad que hibrida lo real y lo virtual, donde conviven las relaciones personales con las conexiones digitales, donde la identidad distribuye su tiempo y atención entre el yo real y el avatar, donde los llamamientos a las emociones y a las creencias pugnan por ganarle la batalla a los hechos, es fundamental que el sujeto sea plenamente consciente de los contextos en los que se desenvuelve de cara a articular una opinión, a edificar un concepto de buena vida o a jerarquizar un código moral. A esto le sumamos las circunstancias, esos elementos que han colaborado en la constitución de nuestra identidad, pero que no hemos elegido (el lugar y el año en el que naces, el colegio en el que te matriculan, el barrio, el nivel socioeconómico de tu familia…). Conocerlas facilita los procesos de comprensión”, afirma José Carlos Ruiz.

Es habitual oír que los adolescentes y jóvenes de hoy son menos críticos que los de las generaciones anteriores. Algo difícil de valorar, dado que no existen estudios que cuantifiquen cómo de críticos eran entonces. Sin embargo, Daniel Albertos Gómez, profesor de Educación Secundaria en el IES Carpe Diem de Fuenlabrada y autor de la Guía para implementar el pensamiento crítico en el aula. El baile de los estorninos, basándose en su experiencia personal, indica que “la generación actual está marcada por la inmediatez de la información que consumen en las redes sociales. Por ello, los jóvenes de esta generación tienen, probablemente, menos disposición que otras anteriores a tomarse el tiempo necesario para la reflexión, pese a que disponen de un caudal inmenso de información sin precedentes”.

Por su parte, Francisco José García Moro, doctor en Psicopedagogía y profesor en la Universidad de Huelva, más que pensamiento crítico habla de competencia crítica “como aquella capacidad que se puede y debe aprender y que se encuentra en el currículum educativo de los estudiantes”. Y aunque hay personas que tienen una mayor disposición a desarrollarla, no basta con la habilidad: “Son necesarias ciertas disposiciones, motivación para llevarla a cabo y una actitud ética que defienda el bien de la persona en sociedad por encima de lo que nos venden, dicen o tradicionalmente hacemos”, asegura este psicopedagogo. Una opinión que coincide con la expuesta por el profesor del IES Carpe Diem, para quien desarrollar el pensamiento crítico requiere “una enseñanza deliberada, sistemática y explícita. Existen numerosas técnicas para abordarlo como; por ejemplo, los debates sobre cuestiones controvertidas o el Aprendizaje Basado en Problemas, entre otros”.

El aula se constituye en uno de los mejores espacios para que los docentes trabajen con el alumnado en el desarrollo de su pensamiento crítico y reflexivo. En opinión de Francisco José García Moro, los profesores deberían; “por una parte, pasar de darle una importancia teórica a una relevancia práctica, que muestre lo que supone desarrollar ese pensamiento crítico en uno mismo y en los demás. Y, por otra, implementar estrategias que se han demostrado válidas para su desarrollo, como favorecer las habilidades argumentativas, reflexivas, la empatía, la capacidad de relativizar las cosas, la capacidad de comunicar, la importancia de diferenciar lo importante de lo accesorio, la necesidad de aprender a vivir en y desde la diversidad o el trabajo en equipo de una forma activa e interactiva”.

La edad en la que se empieza a trabajar este tipo de “habilidad” es un factor que también hay que considerar en el desarrollo posterior de este desempeño. Ruiz apunta que a edades cortas los procesos de aprendizaje que se tratan de anclar en el plano de lo teórico tienen poca consistencia: “Los consejos, las explicaciones, las teorías… precisan de una ejemplaridad que les aterrice en el plano de lo concreto, de ahí que los ámbitos de cercanía, como la familia o la clase, sean primordiales para crearles el hábito de pensar críticamente”.

Para lograrlo, según explica, primero, hay que trabajar el protopensamiento, compuesto por el asombro, la curiosidad y cuestionamiento: “En una sociedad que tiende a sobre estimularlos, hay que alentar el asombro de lo cotidiano (de lo excepcional es fácil asombrarse), de aquello que nos rodea. Además, debemos imbricarlo con la curiosidad, con la necesidad de querer saber más sobre aquello que nos asombra, para que desemboque en un cuestionamiento”. Y aclara que para que los niños y adolescentes sean capaces de comprender las temáticas que se amparan detrás de un acontecimiento, de una publicación es necesario que aprendan a realizar buenas preguntas. En segundo lugar, es importante que los adolescentes sean capaces de leer e interpretar bien los contextos y las circunstancias propias y ajenas, que presten interés en el otro, porque conocer el contexto en el que se encuentra puede ayudar a comprenderlo mejor: “Teniendo en cuenta que el pensador crítico no es una persona a contracorriente, sino, sobre todo, una persona que tiene en cuenta que las ideas están al servicio de las personas”.

El experto incide en que cuestionar no es una falta de respeto si se sabe debatir las cosas sin atentar contra las personas: “Que la verdad es algo compartido y no exclusivo de unos pocos o de una mayoría”. Y añade que si los padres tienen claro esto, les resultará fácil educar a sus hijos en la competencia crítica: “Tan necesaria e imprescindible en la sociedad actual”.

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