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Tirano y consentido: señales para saber si un niño está malcriado

El exceso de mimos en la infancia poco tiene que ver con el exceso de cariño. El amor no entiende de límites, sin embargo, no establecerlos puede provocar menores egoístas y poco agradecidos

Un niño enfadado en el patio de un colegio.
Un niño enfadado en el patio de un colegio.Allan Mas

Todos los niños necesitan mimos, cariño y atenciones. Los padres deben hacer que sus hijos se sientan queridos, por lo que es necesario que las demostraciones emocionales estén presentes durante la crianza. El problema es cuando ese amor incondicional no entiende de límites, “y se desborda en un exceso de atenciones y el cumplimiento de absolutamente de todas las demandas del niño, porque ahí es cuando se está interfiriendo en su correcto desarrollo”, según explica Verónica Pérez Ruano, directora del centro Raíces Psicología y psicóloga infanto-juvenil.

La experta incide en que el exceso de cariño en la infancia “no existe y que es deseable siempre”: “Hay una corriente que promueve no dar amor para acostumbrarlos a un mundo hostil y duro, pero los niños se desarrollan más seguros y confiados si en su mundo hay cariño. Esto les permitirá tener mejores herramientas para enfrentarse al futuro”. Entonces, ¿cuándo se considera que un niño está malcriado?

Lo que comúnmente se conoce como niños mimados, prosigue la experta, son quienes no tienen ningún límite, a los que nunca se les dice que no y por quienes las familias hacen lo que sea para evitar que se enfaden: “Pero se puede dar mucho cariño a los hijos y a la vez mantener los límites firmes, no tiene nada que ver dar amor con la [falta de] autoridad”.

La ausencia de límites claros y definidos es lo que provoca comportamientos egocéntricos, inmaduros, que pueden desencadenar en rabietas e, incluso, actitudes iracundas. Si bien la crianza no viene con un manual de instrucciones, muchos padres recurren a su instinto, que no siempre funciona. De hecho, la encuesta nacional sobre salud infantil realizada en 2021 por expertos de la Universidad de Michigan concluyó que nos encontramos ante lo que denominaron “generación malcriada”. Se basaron en resultados como que cuatro de cada cinco padres (la muestra fue de 1.125 sujetos) con hijos de entre 3 y 18 años dijeron que estos no estaban agradecidos con lo que tenían; o que hasta dos de cada cinco progenitores aseguraron sentirse a veces avergonzados por la forma egoísta en la que actuaban.

“Muchos padres echan la vista atrás a su propia infancia y, en comparación, se preguntan si están dando a su hijo demasiadas cosas materiales; esto sale a relucir cuando se comportan de forma egoísta al negarse a compartir con otros niños, o decir que no les gusta un regalo en particular”, explica Sarah Clark, codirectora del Hospital Pediátrico C.S. Mott en Michigan (EE UU) en un comunicado de la universidad.

Todo ello pasa por el manejo de la autoridad en casa, algo que, para Pérez, resulta muy complejo: “Se debe tener en cuenta el momento evolutivo del niño y conocer qué conductas son esperables para su edad y cuáles hay que corregir. También, conocer su nivel de comprensión, qué rutinas lleva a cabo en su día a día...”. No es lo mismo un menor que pasa la mayor parte del día con sus padres que aquel que comienza su jornada escolar a las 7.30 en acogida, después tiene colegio y extraescolares y por último tiene que hacer los deberes, darse un baño y cenar: “Y cuando tienen tiempo para él ya son las 21.30. Este chaval probablemente recibirá una gran cantidad de órdenes a lo largo del día y es esperable que se rebele. La familia lo puede vivir como un comportamiento caprichoso, cuando es totalmente natural”.

El amor nunca provoca niños malcriados; la sobreprotección, sí

Según la experta, la crianza de los hijos es una de las tareas más complejas y desafiantes a la que se enfrentan los padres y madres, por lo que es normal cometer errores que terminan reflejándose en el comportamiento de los niños: “Sin embargo, siempre se pueden rectificar esos fallos y reorientar las pautas educativas, sobre todo en cuanto a la sobreprotección”.

“Hay familias que tienen una gran permisividad y los límites no son claros, por lo que los niños deciden sobre cosas que no deberían. No se tiene que dejar a los menores la carga de decidir cosas para las que no están preparados por edad y cuando ni siquiera tienen toda la información suficiente para poder tomar decisiones fundamentadas”, añade. Los niños no deberían decidir si quieren o no ir al colegio, adónde ir de vacaciones, lo que se va a cenar, si quieren o no ponerse el cinturón en el coche, si desean hacerse un análisis de sangre o a qué hora quieren irse a dormir: “Una cosa es pedirles su opinión y respetar sus gustos e intereses y otra es ser negligente con sus necesidades”.

Los padres deben tener en cuenta que un hijo mimado no es un niño feliz. Por eso, es fundamental aprender a detectar las primeras señales de alerta para empezar a tomar medidas. Pérez señala los comportamientos que pueden hacer saltar las alarmas: “Decir no constantemente a cualquier cosa; que no estén nunca satisfechos con lo que tienen; piensan que el mundo gira a su alrededor, se frustran y no saben manejar las decepciones. Además, son chicos que culpan a otros por su bajo rendimiento, esperan elogios por cada cosa que hacen, gritan a la gente por no hacer las cosas a su manera y se niegan a reconocer el éxito de sus competidores y a completar incluso tareas simples como cepillarse los dientes o guardar sus juguetes”. Para la experta, lo más importante es que los progenitores lleguen a acuerdos previos sobre lo que van a permitir y lo que no, dónde van a ceder según las circunstancias y dónde se van a poner firmes ante decisiones que tienen que ser así y nunca de otra forma.

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