El líder ultra que quiere convertir a Austria en una “fortaleza” frente a los migrantes
El Partido de la Libertad, dirigido por Herbert Kickl, encabeza las encuestas de las elecciones parlamentarias de este domingo, seguido de cerca por los democristianos
Unos minutos antes de las 18.00 del viernes empiezan a sonar las campanas de la catedral de San Esteban, símbolo de Viena. Es el único momento en dos horas en que la John Otti Band deja de tocar éxitos de todos los tiempos en el mitin final de campaña de la ultraderecha austriaca. El Partido de la Libertad (FPÖ) encabeza las encuestas de las elecciones parlamentarias de este domingo con en torno al 27% ―seguido muy de cerca por los democristianos, ahora en el Gobierno, con entre el 25% y el 26%― y ha elegido la céntrica plaza para animar a sus militantes. Pero no solo. El líder histórico de los ultras, Jörg Haider (fallecido en 2008), dio en el mismo lugar su discurso para cerrar la carrera electoral en 1999, cuando la formación logró su mejor resultado hasta ahora en unas parlamentarias con un 26,9%, que no bastó para encabezar el Ejecutivo. Herbert Kickl, su máximo dirigente actual, pretende batir la marca, ganar por primera vez unos comicios generales y enfilar hacia la Cancillería para convertir a Austria en una “fortaleza” para sus ciudadanos y contra la inmigración “masiva”, asegura tras saltar al escenario rodeado de un mar de banderas austriacas y globos azules, el color del FPÖ.
De ganar, los ultras necesitarían un socio de coalición, que de momento no tienen. El canciller conservador (ÖVP), Karl Nehammer, califica a Kickl de “peligro para la seguridad”, aunque no ha descartado del todo al FPÖ, donde cree que hay “gente razonable”. Los socialdemócratas (SPÖ) y Los Verdes lo consideran una amenaza para la democracia, y los liberales de Neos tampoco quieren pactos con él. Este sábado, todos los partidos han expresado rechazo hacia los ultras tras publicar el periódico Der Standard un vídeo de un entierro al que asistieron supuestamente el mismo viernes miembros y algún candidato del FPÖ y en el que el medio asegura que se entonó un himno de las SS nazis. Una agrupación de estudiantes judíos anunció una denuncia. El partido ultra, a través de la agencia austriaca APA, tildó de “canallada” que se quiera usar contra ellos un funeral “particular” en cuya organización no participaron.
Kickl, de 55 años, empezó su carrera política en la cocina del partido. Escribía discursos, elaboraba estrategias e ideaba eslóganes impactantes, primero en las últimas décadas del siglo pasado para Haider, quien espantó a Europa con declaraciones que relativizaban el horror nazi, y luego con Heinz-Christian Strache, el dirigente campechano cuya carrera se hundió en 2019 al divulgarse un vídeo grabado en Ibiza en el que ofrecía contratos públicos bajo cuerda a una falsa oligarca rusa. Con Strache entró en el Gobierno de coalición del conservador Sebastian Kurz (ÖVP) con los ultras como ministro del Interior, pero tuvo que salir del cargo junto a su entonces jefe tras el escándalo. Kickl se preparó entonces para sacar a flote al partido, que cayó al 16,2% en las elecciones adelantadas por el caso Ibiza. “No jugamos a los empates. Salimos a ganar”, sentenció ante la asamblea del partido que le confirmó como líder en junio de 2021.
En la última fase de la campaña, marcada por las graves inundaciones en el país por la borrasca Boris, Kickl ha intentado mostrarse algo más comedido de lo habitual, pero en sus mensajes alimenta la polarización extrema, con un discurso de tintes xenófobos que sitúa a los austriacos frente a los migrantes y asilados, los valores cristianos frente al “islamismo político”, la derecha contra la izquierda, los de arriba ―el “sistema”, como lo llama― contra los de abajo y Austria contra la Unión Europea, donde su modelo es el ultranacionalista húngaro Viktor Orbán.
“La mayor parte de sus posturas no son mayoritarias en la población, salvo tal vez en el caso de la migración, pero en los últimos años, el FPÖ se ha posicionado en temas destacados y eso basta para alcanzar entre un 20% y un 30%”, afirma Laurenz Ennser-Jedenastik, politólogo de la Universidad de Viena. El FPÖ abanderó durante la pandemia las críticas al Gobierno y el rechazo de parte de los austriacos a la vacunación. También destaca como el partido que tilda de “histeria” la lucha contra el cambio climático, y es el único favorable a Rusia y que rechaza la ayuda a Ucrania bajo el manto de la neutralidad de Austria, un estatus que apoya el 80% de la población.
“Si alguien ve con escepticismo la migración y la UE, cree que no debemos mezclarnos en la guerra de Rusia en Ucrania, piensa que las disposiciones anticovid fueron un acoso y que las medidas contra el cambio climático van demasiado lejos, pues ya tiene un partido que representa estas posiciones”, resume el experto. El eslogan del programa de campaña lo reúne todo: “Austria, una fortaleza”, en la que lo primero son sus ciudadanos, aunque tengan que eliminarse derechos a los extranjeros o incumplir las leyes internacionales.
El de Kickl es un discurso sin complejos. “Lo que digo no es de extrema derecha, sino normal”, sostiene ante los militantes en la plaza de San Esteban. “Él es el único que dice lo que piensa, que toca temas de los que nadie quiere hablar”, le alaba entre los asistentes Katiça Bartol, profesora jubilada de 62 años de origen croata.
Para un grupo de decenas de manifestantes acordonado por la policía a pocos metros del mitin este viernes, las posturas de Kickl son inaceptables. “Nazis fuera”, acusa el cartel que levanta Morris M., de 25 años: “Son radicales de derecha y hay que mostrar el rechazo, no dejarles el escenario libre”. El FPÖ fue fundado en 1955, en parte como heredero de una agrupación fundada tras la II Guerra Mundial por antiguos nazis. Kickl dice condenar el antisemitismo y se alinea con Israel en la guerra frente a Hamás en Gaza, pero suele tratar con displicencia las denuncias por intervenciones xenófobas o contra los judíos.
Remigración
El tema estrella, el del partido desde hace décadas, es la inmigración y el asilo, que pretende reducir a cero. En sus arengas no hace ascos al término “remigración”, la idea de expulsar a los extranjeros que “no cumplan las reglas de este país”.
La inmigración está entre las principales preocupaciones de los austriacos, junto a la inflación y el coste de la vida, según los estudios de opinión. El país contabilizó entre 2015 y 2023 unas 408.000 peticiones de asilo, con los sirios y afganos como los grupos principales, y ha acogido a 120.000 ucranios huidos de la invasión rusa. Con una población de nueve millones de habitantes (casi un 20% extranjeros), es uno de los miembros de la UE con más acogidos en relación con su población.
A los problemas de la integración de los recién llegados se suman noticias que crean inseguridad entre los austriacos, de agresiones sexuales, guerras de bandas de extranjeros o el intento de atentado contra los fans de Taylor Swift en agosto pasado, antes de un concierto en Viena que tuvo que anularse. Los detenidos tienen origen migrante, lo que no han desaprovechado los ultras.
Dagmar Auer, jubilada de 64 años, cree que los demás partidos han dejado el campo libre al FPÖ. “La cuestión migratoria no se ha gestionado correctamente. [El resto de los partidos] No se han ocupado seriamente del problema porque las críticas vienen del FPÖ. Nadie huye sin motivo, pero luego pasan mucho tiempo sin permiso para trabajar, tienen que vivir a costa del Estado, y eso crea insatisfacción, también entre ellos”, comenta Auer en el centro de Viena.
Los democristianos también apuestan por endurecer la política migratoria. Los socialdemócratas (21% de media en las encuestas) y Los Verdes (8%), y en parte, los liberales de Neos (10%), inciden más en medidas de integración y acceso al mercado laboral. Estos tres partidos son candidatos para posibles coaliciones si los conservadores no pactan finalmente con el FPÖ, con el que ya han gobernado también a nivel regional. Los 6,3 millones de electores decidirán este domingo a quién dan el primer puesto y las opciones para forjar una coalición en un Parlamento sin mayorías.
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