Una carrera armamentística desbocada y sin control
El gasto militar galopa en un mundo en el que se ha desmoronado la arquitectura de tratados sobre armas
El mundo galopa en una desbocada carrera armamentística. Los nuevos datos publicados por el Instituto Internacional de Investigaciones para la Paz de Estocolmo son elocuentes, con un salto del 6,8% del gasto militar mundial, crecimiento en todas las regiones del planeta y el nivel per cápita más alto desde 1990. Todo induce a pensar que esta dinámica seguirá en los próximos años. Los datos son obviamente el reflejo de la enorme tensión provocada por la invasión rusa de Ucrania, pero también el pulso preocupante entre EE UU y China y la inestabilidad de Oriente Próximo.
Un factor altamente negativo de la actual carrera armamentística es la casi total ausencia de tratados de control de armas que la limite y controle. La arquitectura de seguridad que se había ido construyendo entre las dos grandes potencias militares de las últimas décadas —EE UU y URSS / Rusia— se ha ido desmoronando. Uno tras otro, los pilares han colapsado: el tratado antimisiles balísticos, aquel sobre fuerzas nucleares de rango intermedio, el de fuerzas armadas convencionales en Europa o el de cielos abiertos, que permite ciertas medidas de vigilancia aérea. De una manera u otra, con distintas argumentaciones, Washington y Moscú han dejado caer estos acuerdos. El Nuevo START, también sobre armas nucleares, se halla malherido. El multilateral Tratado de No Proliferación nuclear sigue de pie, pero muestra claros signos de ineficacia.
En paralelo, nada nuevo ha surgido en relación con la nueva segunda gran potencia, China, que gastó unos 300.000 millones de dólares en defensa en 2023, un tercio que EE UU. Pero esa cifra representa un incremento del 60% en una década, frente al 10% de Washington. La OTAN sigue representando más de la mitad del gasto militar mundial.
El margen de diálogo entre Washington y Moscú es prácticamente nulo después de la invasión de Ucrania. Pekín, por su parte, considera que todavía le queda un amplio recorrido para poner sus arsenales al nivel de las dos potencias históricas. No está dispuesta a asumir ataduras mientras tanto. Los tres invierten mucho, entre otras cosas, en el segmento nuclear. Los primeros dos en un esfuerzo de modernización. La tercera, ampliando un arsenal que es todavía más pequeño.
Esta situación es indeseable. Los tratados de control de armas aportan valiosos elementos de control y transparencia, imponiendo reglas, límites, mecanismos de comunicación y vigilancia. Todo esto es crucial para reducir derivas insensatas o riesgos no intencionados. Precisamente por ello, la URSS y EE UU los fueron construyendo en la etapa conocida como Détente, entre finales de los sesenta y principios de los setenta. Tras la guerra de Corea en los cincuenta y el susto terrible de la crisis de los misiles de 1962, fueron madurando las condiciones para ese diálogo. Ambas potencias sostenían un enorme gasto para financiar la carrera. EE UU sufría en Vietnam, la URSS tuvo que encajar el alejamiento de China. Empezaron a hablar, y brotaron poco a poco varios tratados, como el de misiles antibalísticos o el de fuerzas convencionales, que colocaron la Guerra Fría en un carril más previsible.
Inestabilidad e imprevisibilidad son dos rasgos clave de esta época. Ya es así. Y Donald Trump tiene posibilidades reales de ganar las elecciones presidenciales de EE UU el próximo noviembre.
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