Europa se pone en pie de guerra
La UE emprende una metamorfosis que busca disuadir a Putin de iniciar una nueva agresión y garantizar su autonomía en un mundo turbulento
Más munición, más producción de armamento, mayor inversión y coordinación en capacidades de defensa. Europa se pone en pie de guerra. Los Estados miembros de la UE incrementan su gasto en el sector y el club comunitario, que se fundó hace décadas como un proyecto dirigido a mantener la paz entre sus socios sin una dimensión militar, metamorfosea ahora hacia un modelo con un fuerte foco en defensa para protegerse de amenazas externas en tiempos convulsos. La senda de esa metamorfosis llega marcada por la guerra de Rusia contra Ucrania, que ha iniciado su tercer año con las tropas de Kiev en dificultades por la falta de munición y la parálisis de la ayuda de Estados Unidos, con un Kremlin más resiliente de lo previsto; por una China cada vez más resuelta; y también por la creciente inquietud ante la posibilidad de perder el paraguas de seguridad del aliado americano si Donald Trump vuelve a la Casa Blanca o si Washington centra sus esfuerzos en otro de sus focos de atención: el gigante asiático. El Viejo Continente ha despertado ante su fragilidad y falta de medios si llegara otra contienda.
“La amenaza de guerra puede no ser inminente, pero no es imposible”, lanzó esta semana rotunda la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ante el pleno del Parlamento Europeo, la casa de la democracia de la UE, donde recalcó que es hora de que “Europa dé un paso al frente”. La advertencia de la conservadora alemana, que fue durante más de un lustro ministra de Defensa en su país, Alemania, ha sacudido a muchos por su crudeza, reconoce una alta fuente diplomática. Pero es un granito más hacia un cambio de paradigma en una Unión donde algunos Estados miembros ya hablan de volver al sistema de reservistas —Bélgica— y piden a sus ciudadanos que se preparen mentalmente para la guerra —Suecia—.
Así, la de Von der Leyen es solo la última de una cadena de llamativas declaraciones que alertan del riesgo de que el presidente ruso, Vladímir Putin, ataque un país europeo y aliado de la OTAN para tratar de poner a prueba el compromiso de seguridad común —el artículo 5—, que marca que un ataque a un miembro de la Alianza Atlántica (de la que España forma parte desde 1982) es un ataque contra todos. “Nuestros expertos prevén que esto podría ser posible en un periodo de cinco a ocho años”, advirtió hace unas semanas el ministro de Defensa de Alemania, Boris Pistorius. Mientras, el titular de Defensa danés, Troels Lund Poulsen, aseguró que el hipotético ataque podría suceder incluso antes: “Esa no era la evaluación de la OTAN en 2023. Se trata de información nueva que está saliendo a la luz ahora”, afirmó.
Con esa marea de fondo, Europa se reafirma. En 2014, cuando Rusia se anexionó Crimea, los aliados europeos de la OTAN gastaron 235.000 millones de dólares (unos 216.725 millones de euros), un 1,47% del PIB. En 2023, la cantidad ascendió a 347.000 millones de dólares (ambas calculadas a precios constantes de 2015), equivalentes a un 1,85% del PIB. Para 2024 se esperan 380.000 millones y un 2%, respectivamente, según datos publicados por la Alianza Atlántica. Todo apunta a que la senda seguirá en fuerte ascenso. Hoy, 10 de los 22 miembros europeos de la OTAN han superado el objetivo de dedicar el 2% del PIB a gasto militar (España está en el 1,3%) y se espera que sean 17 a finales de 2024. Pero la Alianza quiere que ese nivel sea el suelo y no el techo.
La Unión Europea, por su parte, dio un paso histórico y rompió un tabú inmenso cuando Putin lanzó la invasión de Ucrania a gran escala en 2022 y los Veintisiete decidieron apoyar militarmente a Kiev con fondos intergubernamentales. La UE ha comprometido para Ucrania 35.500 millones de euros para suministros militares. Si se contempla también el respaldo financiero, la ayuda total de la UE a Kiev supera la que ha destinado Estados Unidos, recuerda un diplomático occidental. Sin embargo, no ha cumplido su promesa de entregar un millón de balas de artillería y eso se nota en el frente de batalla, donde, tras el fracaso de la contraofensiva ucrania, las tropas están a dieta de munición en un año crucial para su supervivencia. Rusia, con la economía enfocada en la producción defensiva, cuenta con la ayuda de Irán y Corea del Norte. Mientras, la industria europea ha incrementado un 40% su capacidad de producción, según datos de la UE, pero faltan pedidos, aseguran. Las empresas quieren encargos a largo plazo. Y los Estados miembros no han llegado a ese punto. Todavía.
Hay una “tormenta de preocupación”, remarca Carmen Claudín, investigadora senior asociada del centro de análisis CIDOB, que menciona no solo el estancamiento en el frente de batalla por el insuficiente apoyo occidental a Ucrania o el temor al retorno del republicano Trump; también la proximidad de las elecciones europeas de junio, en las que los sondeos aventuran un aumento de las fuerzas de extrema derecha y populistas, muchas de ellas prorrusas. “El asesinato del opositor Alexéi Navalni nos ha vuelto a recordar a quién tenemos enfrente”, abunda Claudín.
Estrategia para disuadir a Putin
La Comisión Europea trabaja ahora en otro eje que evidencia la profunda metamorfosis de la UE: una nueva estrategia industrial de defensa para impulsar esa producción desigual, fragmentada y que descuidó durante años, mientras trata de rascar fondos para rellenar sus arsenales y lanzar nuevos proyectos en una época de presupuestos ajustados. Se trata de un plan basado en un sistema de compras conjuntas —como se hizo con las vacunas contra la covid-19 o con el gas— que tiene como meta aumentar el uso de ese canal para incrementar los pedidos y dar seguridad a la cadena de producción, y que la mitad de las adquisiciones (en valor de mercado) se hagan a empresas europeas. También contempla la creación de almacenes estratégicos de componentes básicos, por si llega una crisis, según el borrador del documento adelantado por este diario.
La estrategia marca un cambio de paradigma histórico en la UE e incluso sugiere que el Banco Europeo de Inversiones (BEI) cambie su política crediticia para financiar a empresas que fabrican armas y munición; y no solo bienes de doble uso, como drones o radares.
Las turbulencias han desatado un sentido de urgencia en la voluntad de dar un salto hacia una Europa mucho más capaz en defensa, para apoyar a Ucrania en el corto plazo y, sobre todo, para disuadir a Rusia en el medio plazo. Porque Europa no está ante una “crisis puntual”, apunta William Alberque, director de Estrategia, Control de Armas y Tecnología del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos. “El problema es Rusia. Y si no tenemos la determinación de disuadirla, entonces atacará de nuevo”, dice.
Putin —que cumple este año un cuarto de siglo en el poder y el próximo mes afronta unas elecciones sin oposición para quedarse en el sillón del Kremlin hasta 2030— es una amenaza lejana para algunos países como Italia o España, que sienten más presente la inestabilidad de Oriente Próximo, del vecindario sur o del terrorismo, según las encuestas. Pero es muy cercana para otros como los bálticos o Polonia, que tienen su propia historia y experiencia con el paraguas imperialista ruso. A pesar de las diferencias territoriales, todo supone un cambio de mentalidad en generaciones de ciudadanos europeos que nunca han vivido una guerra de cerca ni sentido jamás la amenaza como próxima.
En las entrañas de la OTAN no ha cambiado el nivel oficial de alerta. Entonces, ¿es una posibilidad real que Putin ataque fuera de territorio ucranio? Luis Simón, director de la Oficina del Real Instituto Elcano en Bruselas, opina: “Si bien no podemos descartar la posibilidad de agresiones aisladas, Rusia no parece estar en condiciones de sostener una ofensiva militar en un país de la OTAN a corto plazo, ya que la situación en Ucrania tiene atadas a las fuerzas rusas”. En el medio plazo, dice el experto, dependerá de cómo evolucione la situación en Ucrania y la dirección política de EE UU. “Aun ante un desarrollo desfavorable en esos carriles, tampoco parece que Rusia esté en condiciones de sostener una ofensiva militar a gran escala contra un país de la OTAN, ya que le llevará un tiempo reconstituir su estructura de fuerza”, añade Simón.
A eso se añade que la entrada en la Alianza Atlántica de Finlandia y Suecia —que con los dos nórdicos suma ya 32 miembros— refuerza la posición de defensa de los países bálticos, y también que la experiencia de Ucrania ofrece un ejemplo de que la resistencia es posible, lo que subraya la disuasión.
“Si los europeos se toman en serio la cuestión de la defensa, Rusia no atacará. Rusia ataca donde huele debilidad, no donde percibe fuerza”, opina Alberque, que fue director del Centro de desarme, control de armas y no proliferación de la OTAN. “Ese es el desafío para los europeos. ¿Estamos dispuestos a un esfuerzo de largo recorrido?”, plantea. “Desafortunadamente, Europa ha descuidado su defensa durante 30 años. Para preparar a la opinión pública, los líderes deben dar un paso al frente, asumir algunos riesgos, decir verdades incómodas. Lamentablemente, si Trump gana, el riesgo es creíble”, añade.
Arsenales nucleares
Esas advertencias crecientes y cada vez más serias buscan crear un estado de opinión pública que entienda los cambios que se buscan, resume una fuente aliada. El riesgo de un ataque ruso sigue siendo muy bajo. Pero es cierto que, si la guerra en Ucrania acaba con algún resultado positivo, Rusia se lanzaría a reconstituir fuerzas con su economía de guerra. Y si en paralelo gana Trump y hay turbulencias en el este asiático que distraigan a Washington, entonces no se puede descartar nada.
Esa eventual victoria de Trump, con planteamientos de desentendimiento de los compromisos en el marco de la OTAN, abocaría a un muy complicado debate acerca del paraguas nuclear para la protección de Europa. Francia, único país miembro de la UE con armas nucleares, ha dado recientemente pasos para abrir un debate con los socios sobre esa perspectiva. El Reino Unido también dispone de armas nucleares. Aunque sus arsenales conjuntos son inferiores al de Rusia, suman cientos de cabezas atómicas que, sin duda, poseen capacidad disuasoria.
¿En qué circunstancias, bajo qué términos, podrían Londres y París considerar actuar en defensa de un socio europeo? Esta es una cuestión espinosísima que, tal vez, haya que afrontar con urgencia después de las elecciones estadounidenses de noviembre.
Además, la amenaza no está solo en un ataque tradicional. Putin, el gran desestabilizador, que se alimenta de las turbulencias, ha emprendido nuevas iniciativas para desequilibrar a Moldavia, usará el enclave de Kaliningrado y el mar del Norte para intimidar a sus vecinos, dice un oficial de inteligencia de un país europeo, y se reactivará coincidiendo con las elecciones europeas y las presidenciales de EE UU. La desinformación, la injerencia y los ataques a las infraestructuras esenciales también son parte de esa amenaza.
“Nos encontramos ante el amanecer de una nueva era más turbulenta y difícil”, clamó la primera ministra danesa, Mette Frederiksen, el sábado en Roma. “Independientemente de lo que pase en EE UU, debemos aumentar nuestro apoyo a Ucrania, invertir más en defensa, en apoyo militar. Y tenemos que asumir nuestra responsabilidad y seguir aunando esfuerzos, cooperación interna en la UE y ampliarla”, zanjó en el congreso de los socialistas europeos.
El fortalecimiento de la defensa europea requerirá afrontar y resolver múltiples dilemas. Uno de ellos concierne a la definición de un equilibrio entre el interés en reforzar la base industrial europea, que reclama pedidos a productores locales, y el interés en fortalecer con urgencia las capacidades de combate, que a menudo conduce a la preferencia por armas fabricadas en otros mercados. Un ejemplo es el caso de las Fuerzas Armadas españolas, que necesitan reemplazar los aviones de combate Harrier del portaaviones Juan Carlos I —que agotarán a finales de esta década su periodo de servicio— y que tiene en los F-35 estadounidenses el relevo más lógico, según los expertos.
Fricciones europeas
Otra cuestión importante será proceder de forma eficaz a aumentar la interoperabilidad del armamento de las distintas fuerzas europeas. La fragmentación es muy elevada, con casos tan llamativos como el de la unidad conjunta alemano-holandesa, activa desde hace muchos años, en la que ambas partes usan munición de calibre 155, pero que no resulta intercambiable por leves diferencias de producción.
El impulso de la defensa europea hacia un nuevo nivel entrañará un pulso de poder en varios ejes que puede resultar complicado: entre Comisión y Consejo, entre Bruselas y Estados miembros, entre la UE y la OTAN, entidades que están ahora reforzando su cooperación.
Esas fricciones ya están ahí. Desde hace meses, la Unión trata de sacar adelante un nuevo programa especial para financiar armas para Ucrania con un paquete inicial de 5.000 millones de euros. Y esta vez no es solo Hungría el país que bloquea. Francia y Alemania chocan sobre el alma de la estrategia a seguir en el corto plazo, en la que París reclama comprar europeo y Berlín —junto a otros aliados— la compra urgente, además de que ese fondo prime los reembolsos de las entregas bilaterales y no las adquisiciones conjuntas.
De fondo, las advertencias siguen. “Rusia ha adoptado una actitud más agresiva, no solo en Ucrania, sino contra todos nosotros”, ha dicho esta semana el presidente francés, Emmanuel Macron. “La derrota de Rusia es indispensable para la seguridad de Europa. No hay que descartar la posibilidad de un envío de tropas a Ucrania”, aventuró. El comentario de Macron no aterriza de la nada. La posibilidad de que un país aliado ponga botas sobre el terreno de forma oficial en el país invadido, aunque sea como instructores —como ya apuntaba el proyecto de compromiso de seguridad de la UE con Kiev— o para tareas de desminado y asesoramiento militar, se percibe lejana.
De hecho, el pronunciamiento del mandatario francés, que se enmarca dentro de la llamada “ambigüedad estratégica” —es decir, no dar pistas al enemigo—, desató una cascada de declaraciones de Alemania, Reino Unido, Suecia, Polonia o España, que han descartado la posibilidad. Pero ya había ocurrido lo mismo antes con el material letal —Berlín ofreció cascos y sacos de dormir en los primeros compases de la invasión y ahora envía artillería y tanques—, con los blindados o con los cazas militares F-16 que Kiev espera recibir este verano.
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