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Sobrevivir para informar: los periodistas de Gaza, víctimas y testigos únicos de la guerra

68 reporteros han muerto durante la ofensiva israelí en la Franja, según el CPJ. “No somos máquinas. Tenemos sentimientos”, afirma uno de los cronistas palestinos con los que ha hablado EL PAÍS

ISRAEL-HAMAS WAR
Funeral por el periodista palestino Adel Zourob, alcanzado en un bombardeo israelí en Rafah, en Gaza, el día 19.IBRAHEEM ABU MUSTAFA (REUTERS)
Luis de Vega (enviado especial)

“Un ataque que no te mata te fortalece más, más y más”. El periodista palestino Mohamed Balousha escribió este mensaje tras recibir un disparo el día 15 en la pierna izquierda cuando grababa posiciones de tropas israelíes en la Ciudad de Gaza. El día antes, Balousha retransmitió a través de notas de audio a EL PAÍS los ataques que estaban teniendo lugar en el barrio Sheik Redwan. Es de los pocos reporteros que, jugándose la vida de manera cotidiana, se mantienen en el norte de la Franja, aunque su recuperación es una incógnita. Suya es una de las exclusivas más difundidas de la guerra, emitida por la televisión emiratí Al Mashhad.

En un vídeo del 27 de noviembre y que EL PAÍS ha podido ver sin censura ni imágenes pixeladas, pone rostro a la ignominia del conflicto. Se trata del hallazgo de, al menos, cuatro bebés abandonados en la UCI del hospital Al Naser en estado de putrefacción, comidos por gusanos y moscas y unidos todavía a cables y respiradores. Dos semanas y media antes, las instalaciones fueron asediadas, atacadas y evacuadas por orden del ejército israelí. Si el mundo puede ver tragedias como esa y las que tienen lugar a diario en ese enclave palestino, es gracias a él y a los que consiguen narrar la guerra desde dentro para medios palestinos e internacionales.

EL PAÍS ha contactado con algunos de esos testigos únicos de una guerra a cuyo principal escenario, la Gaza de los más de 20.000 muertos, Israel impide el acceso. Mohamed Balousha sigue por el momento allí con vida, pero la cifra de muertes de reporteros o empleados de medios de comunicación desde el 7 de octubre asciende a 68 (61 palestinos, cuatro israelíes y tres libaneses), más tres desaparecidos, según el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, según sus siglas en inglés). En 10 semanas han perdido la vida más que en cualquier país en todo un año, según informó el CPJ el jueves.

Mahmud, de 30 años, trata de rebelarse frente a esa imagen que muchos tienen de que el reportero en Gaza viene de serie con una coraza que lo mantiene inmune a cuanto sucede a su alrededor. “Estamos siendo tratados como si fuéramos menos que seres humanos. Tengo todo el derecho a sentir dolor. Tengo todo el derecho a llorar por los miembros de mi familia asesinados. Tengo todo el derecho a sentir miedo”, recalca este reportero de un gran medio internacional que no está autorizado a realizar declaraciones, pero que accede a hablar con la condición de que no se publique ni la empresa para la que trabaja, ni su nombre real.

Como todos los consultados, Mahmud lidia a diario con las dificultades para conseguir comida y agua, relata desde la vivienda de tres plantas que comparte con unas 70 personas en Rafah, en el extremo sur de la Franja, tras escapar de Ciudad de Gaza. A diferencia de otros periodistas, él dispone de un sistema de paneles solares propio facilitado por su medio que le facilita el trabajo, aunque las baterías cada vez le duran menos.

Prioridad: sobrevivir

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Bajo la losa de violencia sin control, los informadores que cubren estos días la contienda en esa jaula a cielo abierto con 2,3 millones de habitantes tienen una prioridad por encima del cumplimiento de su deber profesional. Esa prioridad es la odisea que supone sobrevivir, según los relatos recogidos a lo largo de los últimos días para este reportaje.

Casi todos han escapado del norte hacia las zonas media y sur del enclave palestino, donde se refugian hacinados con familiares o conocidos. Buscar en medio de la brutal crisis humanitaria que sacude la Franja comida, agua o refugio es esencial para, ya como informadores, conseguir transporte, mantener cargadas las baterías de sus dispositivos electrónicos, lograr conectarse a internet para comunicarse o transmitir el material a los medios que van a publicarlo.

Confirmando un fenómeno común de las guerras modernas, las redes sociales han disparado la popularidad y difusión del trabajo de algunos de los informadores palestinos, como el fotógrafo Motaz Azaiza, que narra el conflicto desde la mitad sur de la Franja y que cuenta con más de 17 millones de seguidores en Instagram. Hamás y otros grupos armados palestinos difunden sus propios vídeos propagandísticos, pero no permiten a los informadores acceder a sus operaciones o a los lugares donde retienen a los rehenes.

“He cubierto el desplazamiento de personas del norte al sur y también entre las ciudades del sur. Yo mismo siempre fui uno de ellos. A veces, tenía que caminar o montar en carro tirado por un burro para llegar a cubrir las historias”, explica Sami Alajrami, de 55 años, corresponsal en Gaza desde hace 12 años de la agencia italiana Ansa y que ha cambiado ya siete veces de casa desde que dejó la suya al norte para instalarse primero en Deir el Balah, en la zona centro, y, ahora, en Rafah. Al principio de la contienda, cuenta Alajrami en un mensaje escrito, llegó a pagar el combustible a 10 veces por encima de su precio normal para moverse y poder hacer su trabajo. “He cubierto el asesinato de 14 miembros de mi familia que eran también desplazados”, detalla para dar una idea de lo imposible que supone separar al periodista de la víctima, algo que sufren casi todos los reporteros.

Con la mayoría de los informadores perteneciendo a los 1,8 millones de habitantes desplazados, la situación más complicada se vive en el norte, donde apenas un puñado quedan sobre el terreno. Es la zona donde más ha golpeado y golpea el ejército y donde apenas queda población. Allí, los periodistas, algunos forjados y curtidos en la presente contienda ante la imposibilidad de que lleguen compañeros o relevos de fuera, tratan de moverse en grupo en medio de los constantes combates y bombardeos, como el que hirió en el cuello el martes a Islam Bader, reportero freelance (colabora con varios medios y cobra por pieza publicada) que trabaja para la cadena catarí Al Araby. Se encontraba en el campo de refugiados de Yabalia cuando un bombardeo acabó con la vida de decenas de personas.

En la casa de dos plantas del campo de refugiados de Al Maghazi, zona centro de la Franja, donde la reportera freelance Aseel Musa, de 26 años, se ha refugiado junto a medio centenar de personas, hay un generador, pero no combustible para alimentarlo. Eso impide que haya electricidad en la vivienda, por lo que ella recurre a las placas solares de un vecino para cargar el ordenador y el teléfono, sus principales herramientas de trabajo. Con el coche inmóvil, ha de desplazarse andando. “Dependemos de la leña para calentar el agua y cocinar. Lo que tenemos es solo comida enlatada, pasta o arroz”, detalla Musa en respuestas enviadas a través de notas de voz.

“Los periodistas de Gaza no estamos protegidos y trabajamos en una situación extremadamente difícil”, lamenta Akram al Satarri, reportero de 47 años, que no había asistido a semejante grado de violencia pese a que ha cubierto todas las guerras de Gaza desde que, en 2005, Israel desalojó la Franja. Como Alajrami y Musa, este periodista freelance también huyó desde la Ciudad de Gaza hacia el sur con su familia. “Creo que no hay refugio seguro en toda Gaza”, afirma desde Jan Yunis a través de una llamada de teléfono y mensajes de voz.

Seis horas a rastras con dos balazos

“Dos balas me impactaron en la pierna y caí al suelo. Tras seis horas, llegué a rastras al segundo piso, donde tenía un botiquín de primeros auxilios, con el que detuve la hemorragia. (…) Un amigo acudió a verme con otros cuatro y me transportaron en una tabla de madera a lo largo de dos o tres kilómetros hasta el punto médico más cercano”, contó Mohamed Balousha en un mensaje.

Sherif Mansour, coordinador del CPJ en la región, denuncia que los periodistas del enclave palestino “han pagado, y siguen pagando, un precio sin precedentes y se enfrentan a amenazas exponenciales. Muchos han perdido a sus colegas, familias y las instalaciones de sus medios de comunicación, y han huido en busca de seguridad cuando no hay refugio seguro ni salida”.

A las muertes de los informadores se unen amenazas, detenciones, censura o la pérdida de sus propios allegados. “El principal problema de ser periodista en Gaza es que no me siento segura. Israel ataca a los periodistas y a sus familias”, deplora Aseel Musa, que ha perdido a seis parientes en la presente contienda y que se queja también de las amenazas e insultos que recibe a través de sus perfiles en redes sociales. Mahmud, con un nutrido número de familiares, conocidos y compañeros muertos en estas semanas, recibe amenazas. “Colonos israelíes que desean matarme, violar a mi esposa o asesinar a mi hijo con la intención de detener mi trabajo o intimidarme”, relata.

Una de las últimas víctimas mortales entre los reporteros fue Samer Abudaqa, cámara de Al Jazeera, alcanzado por el proyectil lanzado desde un dron israelí. Su rescate no pudo efectuarse durante horas por los intensos ataques y acabó muriendo, según la versión de la cadena y de su compañero, Wael al Dahdouh, herido en ese mismo bombardeo. Al Dahdouh ya perdió a su mujer, un hijo, una hija y un nieto en otro ataque israelí en octubre, pero a las pocas horas estaba de nuevo delante de la cámara.

“Es muy importante entender que nosotros también estamos siendo víctimas de este conflicto y que nos pueden matar y de hecho nos están matando”, subraya Mahmud. Pero, pese a la determinación y la fortaleza de compañeros como Al Dahdouh, insiste: “No somos máquinas. Es decir, tenemos sentimientos y necesitamos llorar a veces, pero casi siempre nos tratan como máquinas. Y, en cualquier caso, tenemos que acabar haciendo el trabajo”.

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Sobre la firma

Luis de Vega (enviado especial)
Ha trabajado como periodista y fotógrafo en más de 30 países durante 25 años. Llegó a la sección de Internacional de EL PAÍS tras reportear año y medio por Madrid y sus alrededores. Antes trabajó durante 22 años en el diario Abc, de los que ocho fue corresponsal en el norte de África. Ha sido dos veces finalista del Premio Cirilo Rodríguez.
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