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Toque de queda y escasez en los comercios: la tensa calma tras el golpe en Niamey

Los ciudadanos de la capital de Níger navegan entre la incertidumbre y los deseos de que la paz vuelva al país. El posible inicio de un conflicto armado, la falta de electricidad y la subida de los precios son las mayores preocupaciones

Varias personas compran y venden productos en un mercado en Niamey, capital de Níger, el 11 de agosto de 2023.
Varias personas compran y venden productos en un mercado en Niamey, capital de Níger, el 11 de agosto de 2023.Issa Ousseini (EFE)
Lola Hierro

Jean Sebastién, empleado de Naciones Unidas, estaba viendo la televisión en su casa de Niamey, liberado de obligaciones laborales. En ese dolce far niente se le ocurrió echar un vistazo a las redes sociales y su paz interior se fue al garete: la pantalla se inundó con las noticias del golpe de Estado que se acababa de producir a solo unos pocos kilómetros de su casa. Era el 26 de julio y un grupo de militares acababa de deponer al presidente electo, Mohamed Bazoum. “Me sorprendió mucho porque trabajamos todos los días con el Gobierno. Pero ahora, si pensamos en los detalles, parece que podíamos haberlo esperado”, reconoce. Como él, millones de personas en este país del Sahel cruzan los dedos para que la paz se restablezca.

El curso de los acontecimientos desde aquel miércoles de julio mantiene a los habitantes de Níger en una tensión constante. Primero, los golpistas se organizaron en una junta militar. A continuación, la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (Cedeao), a la que Níger pertenece, condenó la asonada, aplicó sanciones y dio un ultimátum para que los militares deshicieran el entuerto. El plazo expiró y la tensión siguió aumentando hasta el punto de que, dos semanas después, el país ha roto relaciones militares con Francia, se ha formado un nuevo Gobierno y la Cedeao ha activado una fuerza militar para una posible intervención, aunque no renuncia al diálogo. Si hay algo en Níger, es incertidumbre.

Pero mientras, la vida cotidiana en Niamey, ciudad de 700.000 habitantes y la más poblada del país, se mantiene más o menos igual que antes. “Las tiendas, los mercados y los restaurantes están abiertos, todo está funcionando”, confirma Djaffra Traoré, coordinador de incidencia en Níger de la ONG Acción contra el Hambre. “Hay manifestaciones por ambas partes y por ahora la calma es total, pero no es buen momento para salir”, sostiene. En su ONG, el 60% del personal está teletrabajando. El toque de queda impuesto reafirma las precauciones. “Se han formado milicias espontáneas que protegen la ciudad durante la noche. No son peligrosas, pero me han recomendado quedarme en casa”, coincide Sebastién.

“No se emplearon ni balas; ha habido un cambio de poder, pero no enfrentamientos armados. Mi despacho está a unos 3.000 metros de la Presidencia y puedo venir con normalidad desde casa”, tranquiliza, por su parte, Moulaye Hassane, profesor del Instituto de Ciencias Humanas de la Universidad Abdou Moumouni de Niamey. El día de autos, estaba impartiendo una conferencia. “Los asistentes empezaron a comentarlo según recibían las primeras noticias”, recuerda.

A Traoré le pilló viajando. “Me enteré bajando de un avión, cuando volvía a la capital”. Como trabajador humanitario, este nigerino siente que no puede evadirse de la actualidad. Pero cuando empieza a agobiarse y necesita desconectar, hace deporte. “Como no puedo salir siempre, me he comprado una cinta de correr”. El profesor Hassane se distrae con juegos de mesa como el Ludo, parecido al parchís, porque “ofrecen una salida a los debates cotidianos”, dice. Sebastién toca bossa nova en la seguridad de su domicilio y se siente entristecido por la situación de un país que es su hogar desde hace tres años.

No obstante, el cierre de las fronteras del país y las sanciones que la Cedeao ha impuesto para obligar a las nuevas autoridades militares a rehabilitar las instituciones disueltas —embargo económico y financiero, congelación de activos, suspensión de transacciones— ya se dejan notar, sobre todo para los más vulnerables. La semana pasada, 16 ONG del ámbito humanitario advirtieron de que el aumento de la inestabilidad puede deteriorar enormemente la vida de muchas personas. Níger es uno de los países más pobres del mundo y alrededor de 4,5 millones de habitantes de los 25 millones que residen en él necesitan ayuda humanitaria.

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Quienes no viven en esa situación de pobreza también se inquietan. “Las estanterías de los supermercados empiezan a vaciarse porque los contenedores están bloqueados en Benín. Para los nigerinos, los precios se han disparado, sobre todo el del arroz, que ahora cuesta una fortuna, a 16.000 francos [unos 25 euros] el saco de 25 kilos”, asegura Sebastién. Hace solo 15 días costaba 1.200 francos. “Con el cierre de las fronteras, las mercancías esenciales no entran. Así que hay comerciantes que se aprovechan e intentan aumentar sus márgenes de beneficio”, explica Hassane.

Mahaman Nouri, presidente de la asociación de consumidores ADDC Wadata, aseguraba en una entrevista esta semana que el maíz y el mijo, básicos en la alimentación de millones de nigerinos, ya son inasequibles para la mayoría, y denunciaba también las malas prácticas de algunos vendedores.

La escasez de electricidad es otro inconveniente, porque el 70% del suministro proviene de Nigeria y este país ha cortado el grifo. “Hay barrios enteros que solo tienen luz dos o tres horas al día”, asevera Hassane. Por otra parte, empieza a haber problemas con las transacciones financieras. “Cada vez más bancos se están quedando sin efectivo, y el 70% de las tarjetas no funciona en la capital”, describe Traoré.

En la actualidad, la actitud es la de no perder la serenidad. “Creo que el estado de ánimo general es esperar y ver, pero mantener la cabeza fría”, reflexiona Sebastién. Traoré percibe que en la sociedad no existe una gran división porque la mayoría ha aceptado el golpe. “No hay grandes debates al respecto. Sin embargo, en las redes sociales se ve que también hay partidarios del expresidente”, afirma. La muestra más explícita del apoyo a los golpistas se produjo el pasado 6 de agosto, cuando cerca de 30.000 partidarios se manifestaron en un estadio deportivo de Niamey.

Hassane advierte de que existe mucha información contradictoria. “El problema es que no tenemos datos fiables ni medios para saber qué decisiones están tomando los políticos”.

Nadie quiere adelantar acontecimientos y todos están de acuerdo en algo: que Níger es un país pobre, pero tranquilo. “Si hay una intervención militar, va a ser catastrófico, habrá muchos muertos”, advierte Hassane. “Níger es un país muy frágil. Por eso no podemos apoyar una intervención militar”, completa Traoré. Los próximos movimientos de los líderes golpistas y de la Cedeao determinarán si están a la altura de los millones de ciudadanos que observan y anhelan que les devuelvan la paz.

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Sobre la firma

Lola Hierro
Es periodista y desde 2013 trabaja en EL PAÍS, principalmente en la sección sobre derechos humanos y desarrollo sostenible Planeta Futuro, y coordina el blog Migrados. Sus reportajes han recibido diversos galardones. Es autora del libro 'El tiempo detenido y otras historias de África'. Desempeña la mayor parte de su trabajo en África subsahariana.

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