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Los conservadores alemanes sufren para contrarrestar el empuje de la ultraderecha

El líder de la oposición calibra si una CDU dividida debería entrar en los temas de los extremistas y derechizarse, o seguir anclada en el centro merkeliano. Y despierta dudas en torno al cordón sanitario al pedir pragmatismo en los ayuntamientos donde ya gobierna AfD

Friedrich Merz
El líder de la CDU, Friedrich Merz, durante una conferencia de prensa en la sede del partido en Berlín el 12 de julio.JOHN MACDOUGALL (AFP)
Elena G. Sevillano

Friedrich Merz, el líder de la oposición alemana, se enfrenta a un dilema formidable. Su partido está siendo incapaz de beneficiarse del descontento con la coalición de Gobierno que lidera Olaf Scholz, hundida en las encuestas. En lugar de eso, una formación de extrema derecha, bajo vigilancia por sospecha de anticonstitucional, amasa semana a semana más y más apoyos y sería la segunda fuerza si se celebraran elecciones en este momento. El último sondeo, de este domingo, le da a Alternativa para Alemania (AfD) el 22% de intención de voto, solo cuatro puntos por debajo de la Unión Cristianodemócrata (CDU) de Merz. Quizá hablar de pánico sea exagerar, pero sin duda cunde la alarma entre toda la clase política.

Si para el resto de partidos es momento de reflexionar y tratar de entender por qué la ultraderecha ha coronado su pico histórico de popularidad, en la CDU y la CSU (su partido hermano de Baviera) el desafío es casi una cuestión vital. Merz hizo campaña como potencial líder prometiendo que recuperaría el voto conservador que coqueteaba con AfD. Llegó a decir que devolvería al redil a la mitad de esos electores seducidos por la ultraderecha; en lugar de eso, el porcentaje de voto a AfD se ha doblado. En plena encrucijada, Merz empieza a verse cuestionado como líder. La presión es máxima: ¿qué estrategia deberían seguir los democristianos? ¿Derechizarse y adoptar los temas y marcos de los extremistas? ¿O mantenerse anclados al centro?

“Lo cierto es que no saben qué hacer”, sentencia el politólogo Wolfgang Merkel, profesor emérito en el Centro de Investigación de Ciencias Sociales de Berlín (WZB). “La CDU está dividida”, explica en conversación telefónica con EL PAÍS. Frente a una facción que querría entrar de lleno en los temas de la ultraderecha, especialmente en la inmigración y la transición ecológica, hay otra, la que capitaneaba la excanciller Angela Merkel, que previene contra una derechización que espantaría al votante moderado y de centro. De momento, Merz, archienemigo de Merkel y muy escorado a la derecha, ha resultado ser bastante más templado de lo que parecía cuando fue elegido líder, en enero de 2022, recuerda el politólogo.

En los últimos tiempos, Merz sí ha tenido algunas intervenciones más propias de un mitin de AfD que de un líder conservador moderado, como cuando hace unos meses acusó a los refugiados ucranios de hacer “turismo social”, o cuando, tras los disturbios callejeros de la pasada Nochevieja, se refirió a los jóvenes de origen inmigrante como “pequeños pachás”. Esta semana desconcertó a sus propios afiliados cuando dijo que la CDU debería ser “una alternativa para Alemania con sustancia”, en una extraña elección de palabras —por coincidir con el nombre del partido AfD— que enseguida se hizo viral en redes sociales.

Al ala liberal de su partido tampoco le gustó nada cuando hace unas semanas invitó a Claudia Pechstein, policía y antigua patinadora olímpica, a dar un discurso. En principio iba a hablar de deporte y voluntariado, pero acabó pidiendo deportaciones exprés de los solicitantes de asilo rechazados, acusando a los inmigrantes de la inseguridad en el transporte público, ensalzando a la familia tradicional “de mamá y papá” y criticando el lenguaje de género neutro. Además, vestida de uniforme. Al final, algunos de los presentes la aplaudieron y otros no. Merz, que sí lo hizo, y con aparente convicción, calificó después su discurso de “brillante”. Algunos han interpretado también el cambio del secretario general —del moderado Mario Czaja al mucho más incisivo Carsten Linnemann— como un intento de elevar la agresividad del partido respecto a la coalición de Scholz.

Lo que sí se mantenía inquebrantable hasta este mismo fin de semana es el cordón sanitario total contra la formación de ultraderecha. Merz subrayó una vez más su compromiso en un encuentro con corresponsales hace unos días: “En mi partido tenemos efectivamente un dilema estratégico, pero la distancia y la incompatibilidad de la cooperación [con AfD] son claras y no negociables”, aseguró. La CDU no va a colaborar con AfD a ningún nivel, ni federal ni estatal, ha repetido en numerosas ocasiones Merz. Sin embargo, en una entrevista este domingo en la televisión pública, el líder conservador despertó algunas dudas al no descartar la cooperación con esta formación a nivel municipal. Aseguró que “los parlamentos locales tienen que buscar modos de dar forma a la ciudad y al distrito”, en referencia a las elecciones locales que ya ha ganado AfD y a que esos ayuntamientos o distritos ya tienen un alcalde o administrador de ultraderecha.

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“No me he rendido, pero estamos obligados a reconocer elecciones democráticas”, añadió. Sus palabras enseguida despertaron las críticas del SPD. Su vicepresidente en el grupo del Bundestag, Dirk Wiese, le acusó en el Süddeutsche Zeitung de “derribar los cimientos del cortafuegos de la Unión [el grupo que forman CDU y CSU] contra la derecha”.

También trató de explicar a los periodistas extranjeros por qué hace unos días calificó de “principal enemigo” a Los Verdes, pese a gobernar en coalición con ellos en seis de los 16 Estados federados. Ante la perplejidad que provocó ese comentario, explicó que la rivalidad con Los Verdes se enmarca en la esfera de la discusión democrática normal, en la que no se encuadra AfD. “Gran parte de este partido está fuera del espectro de nuestro orden constitucional. Son enemigos de nuestra democracia”, subrayó.

El año que viene, tres Estados federados del este, donde la intención de voto a la ultraderecha supera el 30%, celebran elecciones: Turingia, Sajonia y Brandeburgo. En el primero, AfD cosechó el mes pasado la primera victoria que le otorga poder en un distrito rural, el de Sonneberg. “La CDU se mantiene firme en su negativa a cooperar con la ultraderecha, pero están surgiendo voces entre los líderes locales de Sajonia y Turingia que no están tan convencidos con las directrices” que les llegan de Berlín, apunta el politólogo Merkel.

De izquierda a derecha, Björn Höcke, el líder de AfD en Turingia; Robert Sesselman, el ganador de las elecciones en Sonneberg, y Tino Chrupalla, colíder nacional del partido ultraderechista, en Sonneberg (Turingia).
De izquierda a derecha, Björn Höcke, el líder de AfD en Turingia; Robert Sesselman, el ganador de las elecciones en Sonneberg, y Tino Chrupalla, colíder nacional del partido ultraderechista, en Sonneberg (Turingia).MARTIN SCHUTT (AFP)

El líder de la oposición quiso, como ha hecho también el canciller Scholz, desdramatizar el auge de Alternativa para Alemania y señaló que buena parte de ese voto no es por convicción, sino “en dos terceras partes, de protesta”. También recordó que en el punto álgido de la crisis de refugiados, en 2017, la formación se colocaba en el 18% en las encuestas (en 2021 obtuvo el 10,3% de los votos). En su opinión, la gestión de los refugiados tras la guerra de Ucrania es el principal combustible que alimenta la hoguera de la ultraderecha. “Esta cuestión va a seguir siendo uno de los principales temas de conversación en nuestra sociedad en las próximas semanas, meses o años”, aseguró: “Creo que debemos intentar resolverlo lo antes posible, porque cuando se resuelva, las cifras de AfD volverán a bajar”.

Si Merz no tuviera bastante con la tarea de capitanear la estrategia contra la ultraderecha, empiezan a sonar campanas de rivalidad interna que cuestionan su liderazgo a medio plazo. La prensa alemana empieza a ver en Hendrik Wüst, el primer ministro del Estado más poblado de Alemania, Renania del Norte-Westfalia (18 millones de habitantes), un potencial candidato a canciller de la CDU-CSU en las próximas elecciones federales. Pese a que todavía faltan dos años y medio, el runrún es cada vez más clamoroso. El propio Wüst parece alimentarlo, al aparecer cada pocos días en entrevistas, congresos regionales del partido e incluso publicando artículos de opinión en diarios prestigiosos como el Frankfurter Allgemeine Zeitung.

“Merz no es demasiado popular. Es elocuente, sin duda, pero de forma arrogante, a diferencia de Angela Merkel”, asegura el politólogo. Aunque es muy pronto para hablar de liderazgos, Wüst está bien situado y tiene mucha visibilidad como primer ministro de un land tan poblado, añade. Si Merz no consigue cambiar la percepción que sobre él tienen los electores, no se puede descartar que el bloque conservador envíe a la próxima contienda federal a este político, 20 años menor que el actual líder, moderado y con fama de abierto y conciliador.

Sin duda, Merz le ve como competidor. Solo así se explica que se atreviera a criticarle en público en una entrevista en la televisión pública ZDF. Dijo, para sorpresa de muchos en su partido, que la insatisfacción con el Gobierno de Wüst “es casi tan grande como con el Gobierno federal”. Se refería a la implantación de la ultraderecha en el territorio que controla Wüst: “Si hoy hubiera elecciones en Renania del Norte-Westfalia, AfD sería casi tan fuerte allí como a escala nacional”, añadió. El nerviosismo de Merz es comprensible si se atiende a su biografía política. Apartado por Merkel a principios de los 2000, abandonó la política y se pasó a BlackRock, el mayor gestor de fondos del mundo, donde se hizo rico. Volvió cuando la excanciller anunció su retirada en 2018. A la tercera intentona, consiguió hacerse con la presidencia del partido. Está por ver si también cumplirá su sueño de ser candidato a canciller.

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Sobre la firma

Elena G. Sevillano
Es corresponsal de EL PAÍS en Alemania. Antes se ocupó de la información judicial y económica y formó parte del equipo de Investigación. Como especialista en sanidad, siguió la crisis del coronavirus y coescribió el libro Estado de Alarma (Península, 2020). Es licenciada en Traducción y en Periodismo por la UPF y máster de Periodismo UAM/El País.

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