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La brutal desigualdad de renta en Brasil se reduce al menor nivel en 11 años

El incremento de la paga a los más pobres reduce el índice Gini a 0,518 en un país que es el 17º del mundo en brecha entre ricos y pobres

Naiara Galarraga Gortázar
Brasil desigualdad
Un hombre sin techo, ante una cafetería en el centro de São Paulo, en febrero del año pasado.NELSON ALMEIDA (AFP)

El 1% que más dinero gana entre brasileños ingresó el año pasado 17.447 reales al mes mientras la mitad más pobre de sus 210 millones de compatriotas logró 540 reales por cabeza; es decir, más de 3.500 dólares mensuales frente a 109 dólares. O dicho de otra manera, los superprivilegiados ganaron 32,5 más que medio país. Esa brecha brutal refleja la enorme desigualdad imperante en Brasil pero al mismo tiempo, y esa es la noticia del día, es la diferencia más baja en los últimos once años, según ha informado este jueves el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE).

Gracias a la enorme inyección de dinero público para los pobres, impulsada por el electoralismo en vísperas de los comicios presidenciales de octubre pasado, los ingresos de la mitad que menos recibe aumentaron un 18% mientras la renta del 1% más rico se redujo en tres décimas en 2022.

Gracias a eso, el índice Gini, que mide la desigualdad, disminuyó a 0,518 tras quedar en el 0,544 un año antes en una escala en la que cero es la igualdad máxima y uno es la desigualdad absoluta. Brasil, de todos modos, uno de los países donde mayor es el abismo entre los privilegiados y los desposeídos, como refleja una de las fotos más famosas para ilustrar este fenómeno, tomada en São Paulo en 2004. El fotógrafo Tuca Vieira captó desde el aire un punto donde se unen la favela de Paraisópolis y unas torres con piscina en los balcones.

En números, Brasil ocupa el puesto 17 en la clasificación World Inequality Database, que encabeza Sudáfrica. Por encima del país más poblado y rico de Latinoamérica quedan unos cuantos países africanos, tres petromonarquías, Yemen y México. Justo detrás viene Chile.

Que Brasil registre la menor desigualdad desde que se estableció el actual criterio de cálculo obedece a varios factores, según ha explicado a la prensa local analista de IBGE Alessandra Brito: “La caída repentina de este ratio al nivel más bajo de la serie histórica refleja un poco de todo lo que observamos. Mucha gente ha vuelto al mercado laboral [tras la pandemia de la covid-19], los muy pobres están recibiendo ayudas que se comparan en cuantía a las ayudas de emergencia [para paliar los estragos del coronavirus] y el 1% más rico tuvo una pequeña reducción en los ingresos”.

Factor clave en esta caída de la desigualdad la paga que reciben los brasileños más pobres (los que viven con menos de 40 dólares), que aumentó espectacularmente en vísperas de la campaña electoral. El anterior presidente Jair Bolsonaro incrementó la paga hasta los 600 reales (121) con el beneplácito y una maniobra del Congreso en el intento de neutralizar la preferencia que históricamente los pobrísimos han mostrado por la izquierda y ser reelegido. Su adversario, el izquierdista Lula, inmediatamente prometió que si ganaba las elecciones la cifra de 600 se mantendría. Y así ha sido, el presidente acaba de reformular y rebautizar esa ayuda como Bolsa Familia y ha añadido otra por cada hijo menor.

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De manera que 20 millones de familias de desheredados reciben en su banco un dinero público que triplica la paga media de Bolsa Familia antes de la pandemia.

En la última década la diferencia entre la renta del 1% megarrico y la del 50% más pobre se ha reducido de manera notable. El año pasado, unos ganaron 32 veces más que los otros cuando hace una décadas era 38 veces más.

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).

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