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Paraguay, entre el voto “por la camiseta” y el deseo de cambio

Los paraguayos participan con pocas expectativas en las elecciones presidenciales del domingo

Vista hoy del comando de campaña del candidato presidencial Efraín Alegre, en Asunción, el 28 de noviembre de 2022.
Vista hoy del comando de campaña del candidato presidencial Efraín Alegre, en Asunción, el 28 de noviembre de 2022.Raul Martínez (EFE)

El único consenso que hay en Asunción es que las empandas de carne de Raúl son desde hace casi 40 años las mejores de la ciudad. Faltan dos días para las elecciones presidenciales del domingo en Paraguay y en su puesto callejero se habla de política. La mayoría votará por el candidato del Partido Colorado, el conservador Santiago Peña, pero es evidente la desazón hacia una agrupación que lleva en el poder 76 años, solo interrumpidos por el triunfo del exobispo Fernando Lugo en 2008. El liberal Efraín Alegre, al frente de la Concertación, una alianza de 40 partidos que van desde la derecha a la centroizquierda, intentará por tercera vez poner fin a la hegemonía de los colorados.

Es difícil predecir lo que pasará este domingo en las urnas. Los paraguayos no confían en las encuestas desde 2018, cuando dieron al actual presidente, Mario Abdo Benítez, un triunfo por casi 30 puntos de ventaja que al final de la jornada se redujeron a tres. Cinco años después, todas dan el triunfo a Peña, salvo una agencia brasileña, Atlas Intel, que tiene ganador a Alegre por un puñado de votos. “Hay un empate técnico y se siente como nunca en la calle la incertidumbre”, dice Estela Ruiz Díaz, analista y columnista política del diario Ultima Hora. “Hay preocupación en el Partido Colorado”, advierte.

Nilda tiene 53 años y trabaja como vendedora en una gran cadena de almacenes. “Yo voto colorado”, dice, mientras come su empanada de carne en el puesto callejero de Raúl. “Y la mayoría de mis compañeros también. Mi hijo vota colorado, sin que yo le diga nada”, sostiene. Mauricio, un empleado de seguros, discutía hace un momento de fútbol, pero ahora habla de política. “Estoy pensando mi voto. Lo único que le pido a los candidatos es que garanticen la seguridad, que hagan como Bukele en El Salvador. Hay robos, asesinatos”, se queja. “Pero si no hubiese corrupción estaríamos mucho mejor”, asiente un hombre vestido con ropa de trabajo que hasta ahora se mantenía en silencio. Un joven taxista que acaba de llegar votará por Alegre, porque está, dice “harto de la corrupción”. Y asegura que entre la generación sub-30 el voto a la Concertación es predominante. Cuando interviene Raúl, el anfritrión, todos callan. “Tengo muchos amigos que son empleados públicos y todos votan colorado”, dice. Y acierta en blanco: el voto de los funcionarios es la clave de la perpetuidad del partido en el poder.

El analista político y escritor Alfredo Boccia Paz dice que “hay cuatro generaciones de paraguayos que para conseguir un empleo en el Estado tienen que afiliarse al Partido Colorado. Por eso es un partido hipertrofiado, con 2,6 millones de afiliados, más del doble de los votos que sacó Abdo en las elecciones de 2018″. En Paraguay hay 338 mil empleados públicos, para un censo electoral de poco más de 4 millones de personas. El día de la elección, dice Ruiz Díaz, “les acercan una planilla donde anotan los nombres de sus hijos, sus esposas y sus esposos, y el teléfono para que los operadores los llamen el domingo a ver si fueron todos a votar”.

El Partido Colorado se ha refugiado en ese voto duro, amasado durante décadas a fuerza de prebendas. Peña, el candidato del oficialismo, cerró el jueves la campaña rodeado de empleados de la salud. Por eso el domingo, dice Boccia Paz, “habrá un enfrentamiento entre una oposicion multiforme que representa el hartazgo ciudadano frente un partido que aspira a juntar los votos de su estructura partidaria, esperando que la oposición se disperse”.

El secreto del éxito es que en Paraguay no hay segunda vuelta, es decir que basta un voto para el triunfo definitivo. Si el Partido Colorado nunca alcanza el 50% de los votos puede estar tranquilo de que no habrá un frente unido en su contra en un segundo turno. “Son tan vivos que lo prohibieron en la Constitución”, agrega Boccia Paz. Ese voto fiel colorado es “como el de un hincha de fútbol”, dice Marcelo Lachi, politólogo de la Universidad de Pilar. “No importa lo que haga el equipo, siempre te va a votar por la camiseta”, explica.

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Frente del comando de campaña del candidato presidencial por el Partido Colorado, Santiago Peña, en Asunción,
Frente del comando de campaña del candidato presidencial por el Partido Colorado, Santiago Peña, en Asunción,Raul Martínez (EFE)

Con todo, no debe descartarse un giro político de dimensiones épicas, a pesar del favoritismo de los sondeos por Peña. Raúl, el gurú de las empanadas, dice que “unos amigos” de su hija hicieron una encuesta “no comercial” que daba como ganador al candidato del Gobierno. El joven taxista cree que eso es pura fantasía, porque la gente “está harta” de los colorados. Habla, dice, desde la percepción del que escucha durante horas y horas a todo tipo de gente mientras conduce su taxi por la ciudad. Ruiz Díaz también da cuenta de ese cansancio hacia el Partido Colorado, pero advierte de que todavía la gente “no llega a conectar los problemas del país con la administración” y, mucho menos, “alcanzar una comunión que pueda ganarle en la cancha”. “La constante de todas las elecciones es que la suma de la oposición siempre supera al Partido Colorado, pero como no hay segunda vuelta no sirve de mucho”, dice.

El favorito de la oposición, Efraín Alegre, sabe muy bien de qué se trata. Va por su tercer intento, tras perder contra Horacio Cartes en 2013 y contra Abdo Benítez en 2018. En su primer intento sacó el 37% de los votos, contra 45,8% del candidato colorado. En el segundo, obtuvo el 42,7% y quedó a menos de cuatro puntos del ganador. Su lastre, dice Ruíz Díaz, “es que carece de carisma”. “En Paraguay usamos una palabra, argel, para referirse a alguien que resulta desagradable. Lo que tiene que lograr Alegre es que la gente lo vote aunque no le tenga simpatía”. El liberal tiene enfrente al peor candidato posible: un “niño perfecto, muy inteligente, educado en Estados Unidos y que viene del Banco Mundial”, como lo describieron los comensales de Raúl. El desafío de Alegre es enorme.

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