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Macron contra Mélenchon: elecciones bajo el espectro de la abstención juvenil

Un 75% de menores de 25 años no fue a votar en la primera vuelta de las legislativas el 12 de junio. La izquierda intenta movilizarlos para reforzarse en la Asamblea Nacional y limitar el poder del presidente

Marc Bassets

Si existiese un partido de los que no votan, este partido sería el que contaría con más militantes en Francia, y el más popular entre los jóvenes. En la primera vuelta de las elecciones legislativas francesas, el 12 de junio, un 52,5% de franceses con derecho a voto se abstuvo: 25,7 millones de electores en total. La abstención fue del 75% entre los votantes de entre 18 y 24 años, según el instituto demoscópico Ifop. Este domingo, en la segunda vuelta, los franceses elegirán a los 577 diputados de la Asamblea Nacional y, según los sondeos, la cifra de los que se quedarán en casa podría ser incluso mayor. Gane quien gane, ya hay un triunfador: el Partido de la Abstención.

Si este imaginario Partido de la Abstención tuviese un feudo electoral, sería el departamento o provincia de Seine-Saint-Denis, el más pobre de Francia y el que cuenta con mayor población de origen inmigrante. En Seine-Saint-Denis, en el extrarradio o banlieue norte de París, la abstención se elevó el domingo pasado al 61,1%. Hay lugares, en Saint-Saint-Denis, donde el porcentaje todavía fue mayor. En Bondy, por ejemplo, donde creció y aprendió a chutar la pelota el futbolista Kylian Mbappé. La abstención en Bondy fue de un 66,7%.

Y el viernes al atardecer, cuando quedaban horas para el cierre de la campaña de la segunda vuelta, se libraba en esta ciudad de 52.000 habitantes una carrera contrarreloj para convencer a los escépticos de que, esta vez sí, es el momento de ejercer del derecho de elegir a quienes les representarán en los próximos cinco años.

—Yo no voto. Ellos no me conocen y yo no los conozco. Francamente, me da igual. No voy a votar algo que va a decepcionarme después. Yo hago mi vida. Si suben los precios, procuraré ganar más dinero. Si bajan, pues mejor.

Quien habla es un muchacho pelirrojo de 20 años, acento del extrarradio, y sin ningunas ganas de aparecer en las fotos ni de que se citase su nombre, al contrario que los tres amigos —Aymen, Djordjo e Ivan— que charlan en la acera ante la hamburguesería Big M. Ivan, que lleva una camiseta de la selección de Serbia, país de sus padres, trabaja en el local y entra y sale según la afluencia de clientes.

Fiebre del viernes noche en Bondy. Algunos días bajan a París; otros se quedan en el 93, como se conoce el departamento de Seine-Saint-Denis por su código postal. Por la calle, coches tuneados, motos de cross levantando rueda. La ola de calor golpea fuerte, a un centenar de metros la autopista A3 marca el límite de Bondy, un Mbappé gigantesco, dibujado en el lateral de un edificio, domina el panorama.

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Aymen e Ivan dicen que ellos sí irán a las urnas el domingo. Djordjo, que trabaja de bombero, no, aunque en abril votó en la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Su candidato, Mélenchon, no pasó a la segunda vuelta, y ahora concluye: “Ya no me interesa”.

—¿Nunca has votado? ¿Ni en las elecciones presidenciales?

Mehmet Ozguner —quien pregunta— es candidato suplente en la novena circunscripción de Seine-Saint-Denis por la Nueva Unión Popular Ecológica y Social (NUPES), y se ha acercado al muchacho pelirrojo en un intento, posiblemente el último, de persuadir a un abstencionista, o al menos escuchar sus razones.

Los padres de Ozguner son kurdos del sur de Turquía. Llegaron a Francia en los años noventa. Él es el mayor de tres hermanos, el primero que ha estudiado en la universidad y el primero que no solo vota, sino que se ha implicado en el proceso electoral. Tiene 22 años. Junto a sus amigos Emma, Yvana, Maxence y Chems —como él, todos de Bondy—, reparte folletos electorales, pega carteles y visita barriadas para sacar a sus conciudadanos de la apatía. Los cinco estudian, o están acabando sus estudios, y trabajan o buscan trabajo.

Desde la izquierda, Maxence, Mehmet, Emma, Chems e Yvana. Todos estos jóvenes están comprometidos con la política. Mehmet es candidato suplente por la Nueva Unión Popular Ecológica y Social (NUPES) y sus amigos son simpatizantes de la alianza progresista.
Desde la izquierda, Maxence, Mehmet, Emma, Chems e Yvana. Todos estos jóvenes están comprometidos con la política. Mehmet es candidato suplente por la Nueva Unión Popular Ecológica y Social (NUPES) y sus amigos son simpatizantes de la alianza progresista.Levy Yann

El grupo de Mehmet Ozguner es una excepción en Bondy, miembro de la exigua minoría de jóvenes no solo votantes sino, en su caso, concienciados. El grupo de Aymen, Ivan, Djordjo y el pelirrojo pertenece a otra Francia, mayoritaria: de estos cuatro, unos votan y otros no, pero la política se ha convertido para ellos en algo distante.

La segunda vuelta de las legislativas la decidirá en gran parte votantes como estos jóvenes de Bondy o de otros pueblos, ciudades y barriadas de Francia: los abstencionistas. En la primera vuelta, las dos fuerzas más votadas fueron la NUPES del veterano político euroescéptico y anticapitalista Jean-Luc Mélenchon, y Ensemble, la candidatura del presidente Emmanuel Macron. Quedó tercera la extrema derecha: el Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen. Los sondeos prevén que Ensemble, ahora con mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, seguirá siendo el grupo con más diputados, seguido de NUPES.

Macron o Mélenchon

La duda es si los macronistas obtendrán la mayoría absoluta: un mínimo de 289 diputados, la mitad más uno del total de escaños. O si deberán conformarse con una mayoría relativa que obligaría a Macron a consensuar las leyes con otras fuerzas. Lo que está en juego —lo que los abstencionistas pueden decidir— son los límites al poder del presidente.

El problema de los mélenchonistas es que una parte de su electorado —los jóvenes y las clases trabajadoras en las ciudades de extrarradio como Bondy— es el que no vota. El votante de Ensemble —jubilados y personas con mayor nivel de estudios y de ingresos— es el que más se moviliza. Mélenchon, si quiere cumplir su objetivo de tener una mayoría parlamentaria y forzar a Macron a nombrarle primer ministro, debe movilizar a millones de abstencionistas.

“Si la participación cae todavía más respecto a la primera vuelta, debería de beneficiar a Macron. Pero si sube, cambiarán los equilibrios”, explica, en una terraza de París, Vincent Martigny, profesor de ciencias políticas. “Todo dependerá de dónde venga la sacudida: o los electores de Macron se desplazan para salvar al presidente, o la izquierda moviliza a los jóvenes”.

De una punta a otra de Francia, los candidatos y militantes de NUPES se han embarcado en una operación para seducir a estos ciudadanos, los que le pueden acercar a la victoria. O, como mínimo, complicarle las cosas a Macron en su segundo quinquenio, recién estrenado tras vencer en las presidenciales.

Lo explicaba esta semana antes de hablar en un mitin en Besançon, en el oeste del país, la candidata mélenchonista Sévérine Véziès: “Lo decisivo en esta segunda vuelta será la movilización de los abstencionistas y de los electores del Reagrupamiento Nacional: hay en este electorado gente que rechaza totalmente a Emmanuel Macron, y también gente que sufre por las políticas liberales y a quienes nosotros podemos aportar respuestas”.

Véziès admite que “el electorado joven no es el más fácil de movilizar”. “Si yo tuviese la solución…”, suspira. “Hay que explicarles que su futuro está en sus manos. La urgencia del clima les afectará. La jubilación a los 65 años, como quiere Macron, les afectará a ellos, no a los jubilados de ahora”.

Sobre la desafección, Véziès apunta: “Hay jóvenes que se sienten desengañados porque no se les ofrece un futuro. Y también hay jóvenes que se movilizaron en la primera vuelta de la elección presidencial y se sintieron decepcionados”.

La abstención fue alta en las presidenciales, la mayor desde 1969, pero fue inferior al 30%. Nada que ver con el 52,5% de estas legislativas, el 65% de las regionales de 2021 o el 58,4% de las municipales de 2020. “No creo que la abstención sea endémica en todas las elecciones, porque en las presidenciales [la participación] aún es elevada”, sostiene el politólogo Martigny. “La elección presidencial sigue siendo muy legítima para los franceses, pero ha canibalizado el resto de elecciones, y esto es un problema”.

Martigny niega, en contra de las apariencias, que los jóvenes hayan desconectado de la política. “De ninguna manera”, responde. “Yo tengo 45 años, la edad de Macron, y mi generación estaba menos politizada que la actual, que está hiperpolitizada en torno a dos cuestiones: la del medioambiente y la igualdad entre hombres y mujeres y el género”. Y añade: “En cambio, las cuestiones partidistas no les interesan: consideran que la política tradicional no responde a los desafíos a los que se enfrentan”.

Mehmet Ozguner, el candidato suplente en la banlieue de Bondy, lo corrobora: “En los barrios populares, los jóvenes están comprometidos. Lo vimos al principio de la covid. Fueron los jóvenes quienes se organizaron para ayudar a las personas en situación de necesidad”.

Pero no resulta fácil llegar a estos jóvenes para que voten, y menos en el extrarradio. “Hay que evitar despreciarles, juzgarles”, reflexiona el candidato Ozguner, que al caer la tarde se ha citado con sus amigos en la plaza del Ayuntamiento. Hay niños correteando y jugando al fútbol, abuelos tomando el fresco, mujeres con velo y carritos de bebés. Y cinco veinteañeros hablando de política. “Lo que reprocho a los militantes de una cierta edad”, añade, “es que vengan a dar lecciones”. “¿Te refieres a nuestro campo?”, le interrumpe Yvana, que participa en la campaña junto a otros amigos del barrio. “A todos los campos”, responde Mehmet. “También hay un problema de representación”, apunta Emma en referencia a la escasez de candidatos jóvenes y de los barrios obreros. Chems, estudiante de medicina, añade: “En los barrios populares no hay modelos en los que basarse y decirse: ‘Es un ejemplo, quisiera ser como él”. Yvana cierra el debate: “En los partidos también hay un problema de racismo estructural. Te llaman para repartir folletos y para militar, pero cuando se trata de que te nombren candidato...”

Discriminación

Es hora de pegar los últimos carteles y meter los folletos restantes en los buzones, antes de que a medianoche quede prohibido hacer campaña. Mientras tanto, los muchachos de la hamburguesería Big M explican que a veces, cuando salen de Seine-Saint-Denis, otros jóvenes les miran con reparos por la reputación de estos barrios. O relatan abusos policiales que han sufrido ellos o amigos. O lo complicado que es tener 20 años, ser de Bondy e imaginar un futuro decente.

Cuando se les preguntan por sus preocupaciones, las respuestas no difieren tanto del resto de jóvenes. Aymen: “Los estudios y las ayudas para los estudiantes”. Djordjo: “El precio del gasoil: me desplazo en motocicleta”. Ivan: “La ecología”. El cuarto amigo, el pelirrojo —el que reconoce que nunca ha votado ni piensa votar, el que no quiere dar su nombre ni que le fotografíen— bromea cuando se le pregunta por su profesión: “Aprovecho las oportunidades que me da la vida”.

A las 21.35, los destinos de los dos grupos, los amigos del candidato suplente Mehmet Ozguner y la peña de la hamburguesería, se cruzan en la acera de Big M y bajo la figura del Mbappé gigante pintado en el edificio de al lado. El pelirrojo le cuenta al candidato que él no votará, el aspirante le habla del programa de Mélenchon —la subida del salario mínimo a 1.500 euros y otras medidas— y el abstencionista replica:

—Promete demasiadas cosas. Si es tan fácil, ¿por qué no lo hace todo el mundo?

Le contesta el candidato Ozguner:

—Si Mélenchon aplica solo el 5% de su programa, habrá gente que levantará cabeza. Dicho esto, soy como tú, desconfío. Tuvimos a Nicolas Sarkozy, al Partido Socialista. Prometieron, prometieron, prometieron. Pero pienso que, pese a todo, hay que tener un pie dentro, hay que organizarse.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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