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Erdogan, el socio más incómodo para la OTAN

El veto de Turquía a Suecia y Finlandia despierta recelos en Estados Unidos y la UE, mientras que Ankara achaca a sus aliados falta de comprensión con sus necesidades de seguridad

Turquia OTAN
El secretario general de la OTAN, Jens Stolteberg (dcha), recibe al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, a su llegada a la cumbre de la Alianza Atlántica en junio de 2021 en Bruselas.KENZO TRIBOUILLARD (AP)
Andrés Mourenza

Si hubiera que definir la relación entre Turquía y la OTAN con un estado de Facebook, sostiene el analista Bruno Lété, habría que optar por “Es complicado”. El empeoramiento en los últimos años de los vínculos entre el país euroasiático y el resto de miembros de la Alianza Atlántica se debe a un incremento de la desconfianza por ambas partes. Pesan, por un lado, el apoyo de Estados Unidos y varios países europeos a grupos considerados por Ankara como terroristas o lo que Turquía ve como un alineamiento a favor de Grecia en el Mediterráneo oriental. Por el otro, una posición turca respecto a Rusia percibida como ambigua o las invectivas del presidente Recep Tayyip Erdogan contra gobernantes de países aliados.

En Bruselas, sede de la OTAN, han resurgido los debates a raíz del veto turco a la adhesión de Suecia y Finlandia, explica este experto en seguridad y defensa del think tank German Marshall Fund. “Turquía ha sido un gran aliado en el conflicto en Ucrania. Ha sido muy activa en su apoyo a Ucrania y comparte el interés de la Alianza de que el mar Negro no se convierta en un lago ruso. Sin embargo, en la cuestión de la entrada de Finlandia y Suecia a la OTAN, Turquía está sola, porque es algo que el resto de aliados han acogido positivamente”, afirma. “Y esto ha hecho resurgir debates que no son nuevos, pero que han vuelto a tomar fuerza: ¿Es Turquía un puente o un muro para la Alianza?”, añade.

Ha habido incluso congresistas, altos cargos públicos retirados y columnistas —fundamentalmente en Estados Unidos— que han pedido en repetidas ocasiones desde 2016 echar a Turquía de la OTAN, si bien los tratados de la Alianza no incluyen ninguna cláusula que prevea la expulsión de sus miembros o cómo llevarla a cabo.

Cuando EL PAÍS preguntó por este debate a Ibrahim Kalin, asesor principal del presidente turco, este soltó una risa hastiada, mientras lamentaba la “tergiversación” de la situación y de los dobles estándares que se aplican a su país. “No hemos sido nosotros quienes han cuestionado la validez de la OTAN, como sí han hecho otros líderes [en referencia al francés Emmanuel Macron]”, se quejó Kalin, para mencionar acto seguido el caso de Grecia: ”Bloqueó durante 11 años la entrada de Macedonia del Norte a la OTAN, no por una disputa territorial o por un problema de terrorismo, sino por un problema con el nombre del país. ¿Dijo alguien que Grecia no es un miembro leal de la Alianza o que estaba debilitando a la OTAN?”, se preguntó la mano derecha de Erdogan.

Turquía cree, sinceramente, que sus socios le están fallando. Bruselas opina, también sinceramente, que Turquía juega conscientemente a la ambigüedad. Ambas partes tienen sobradas razones para mantener sus posiciones, y resulta difícil expurgar lo que es factual de lo que son meras impresiones subjetivas.

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Tender puentes con Putin

En el caso de Rusia, muchos gobiernos europeos ven con preocupación cómo el presidente Erdogan parece sentirse mucho más cómodo tratando con el presidente Vladímir Putin que con los líderes de países aliados, a quienes habitualmente ataca verbalmente. También observan con recelos que haya comprado un sistema de misiles S-400 rusos —e insista en adquirir un segundo— pese a las advertencias de la incompatibilidad con los mecanismos defensivos de la Alianza. Y que se niegue a aplicar sanciones a Rusia, algo que sí han hecho el resto de miembros de la OTAN, y haya dado la bienvenida al dinero ruso. Ankara alega que no puede romper los puentes con Moscú para mantener abierta la posibilidad de negociar. Fuentes diplomáticas ucranias aseguran comprender la posición de Turquía.

En el lado contrario, escuece especialmente el apoyo dado por Estados Unidos a las milicias kurdo-sirias YPG, estrechamente ligadas al grupo armado kurdo PKK, que atenta contra Turquía y que Washington considera un grupo terrorista. Pese a que la Unión Europea comparte esta definición, en varias capitales del continente se ven manifestaciones de apoyo al PKK y sus militantes recaudan fondos: según el espionaje alemán, entre 13 y 25 millones de euros anuales solo en Alemania. Pero es igualmente cierto que Turquía utiliza la etiqueta de terrorista a la ligera y que entre los individuos de los que ha solicitado la extradición hay escritores, políticos y periodistas que en ningún tribunal europeo podrían ser condenados por los delitos que les imputan en su país. Y que Turquía ha desoído las sentencias del Tribunal Europeo de Derechos Humanos que le obligan a liberar a acusados de terrorismo como Selahattin Demirtas, exlíder del principal partido político prokurdo de Turquía, porque no se habían respetado sus derechos.

En la propia sociedad turca hay una creciente desconfianza hacia la OTAN y Estados Unidos, que entronca —como en otras partes del sur de Europa— con raíces históricas (como el apoyo de Washington a los golpes de Estado del siglo pasado), pero también con el desarrollo de los conflictos en la región durante las últimas dos décadas. Más grave es, quizás, que esta desconfianza lleva tiempo prendiendo con cierta fuerza en el estamento castrense, el que fuera el baluarte atlantista de Turquía, y entre cuyos oficiales han germinado ideas favorables al eurasianismo (que busca alianzas con China y Rusia). “Turquía y la OTAN se necesitan mutuamente y tienen intereses comunes, pero en varios aspectos, especialmente en lo que toca a Oriente Próximo, sus intereses difieren”, mantiene el analista Lété.

La reconciliación tiene que pasar necesariamente, sostiene el analista turco de defensa Ömer Özkizilcik, por un cambio de la política estadounidense en el norte de Siria: “Trabajando con kurdo-sirios que no estén afiliados al PKK y con las tribus árabes, actores que podrían ser aceptables para Turquía y para los miembros de la OTAN”. La cuestión, ejemplifica, es que “si hay un debate en la televisión turca entre un analista favorable a la OTAN y otro eurasianista, y este último menciona el apoyo estadounidense a [las milicias kurdo-sirias del] YPG, el debate se termina. Lo gana el eurasianista. Y esto influye en la opinión pública”.

Hay quienes no consideran posible ajustar los intereses de ambos lados. El analista Aaron Stein advierte de que, incluso si se soluciona la cuestión de Suecia y Finlandia, “las diferencias entre Turquía y la OTAN persistirán”. “El mejor camino para Estados Unidos y Europa es admitir que las relaciones con Ankara son transaccionales y movidas por los intereses de cada cual y que requieren un esfuerzo de gestión constante”, escribe en la web especializada War on the Rocks.

En cambio, otros, como el exembajador turco Namik Tan, critican que esta forma de negociar del Gobierno de Erdogan, incluso teniendo razón en sus exigencias, mina la credibilidad de Turquía. “Ser parte de la infraestructura política, económica y social de Occidente refuerza a Turquía sustancialmente. Y por ello es de gran importancia para nuestros intereses nacionales actuar en armonía con los aliados y seguir contribuyendo a la Alianza”, escribe en el medio digital Yetkin Report. “Si olvidamos esto, no podremos ser considerados un aliado predecible, responsable y fiable”, concluye el diplomático.

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