Zelenski o cómo gobernar un país desde sótanos y búnkeres
El presidente y su estrecho grupo de colaboradores gestionan la guerra y Ucrania gracias a una buena red de internet y el aprendizaje de la pandemia
No es fácil atender las solicitudes de entrevistas de miles de medios de comunicación, así que cuando Volodímir Zelenski pensó en un lugar seguro para una rueda de prensa, que no fuera la ultraprotegida residencia presidencial de la calle Bankova, no le quedó más remedio que escoger el metro de Kiev. Aún no habían terminado de pasar los últimos trenes y el escenario en la estación ya estaba organizado: banderas, un centenar de sillas, un equipo de seguridad fuertemente armado y varios juegos de cámaras para improvisar un estudio que grabara con técnicas de televisión su mensaje para redes sociales. Fue la tercera vez que dejó el complejo ministerial ubicado en el centro de la capital desde que 67 días atrás comenzara la invasión rusa de Ucrania. La primera, en marzo, fue a una trinchera cercana. La segunda, en abril, a Bucha, a 45 minutos de Kiev, para ver las huellas de la masacre rusa; y la tercera, el sábado de la semana pasada, al metro de la capital.
Desde entonces han estado en Kiev Antony Blinken y Lloyd Austin, los secretarios de Estado y de Defensa de Estados Unidos, y António Guterres, secretario general de Naciones Unidas. A todos les recibió con la camiseta verde militar que es ya símbolo de una actitud. Hace también 67 días fue la última vez que se puso la corbata. Desde entonces, el aspecto del país y su Gobierno han cambiado tanto como él. Limitado por los problemas de seguridad, pero gracias a las nuevas tecnologías, el presidente ucranio, Volodímir Zelenski, ha logrado hacer frente a la guerra y resolver en tiempo récord problemas comunes, como el funcionamiento del tren o el servicio eléctrico. “Hemos aprendido a trabajar en sótanos y búnkeres”, revela Anatolii Kutsevol, asesor del ministro de Exteriores, en una entrevista con EL PAÍS.
Zelenski, de 44 años, vive desde que estalló la guerra alejado de sus dos hijos, de 9 y 14 años, en un complejo de edificios donde están algunos de los ministerios y al que es prácticamente imposible acercarse. Rodeado de controles militares y con las ventanas cubiertas de sacos de tierra, el complejo de Bankova es el cuartel general no solo del presidente, sino también de sus ministros y círculo de confianza.
Desde el 24 de febrero, cuando comenzó el ataque ruso, el mandatario se centra en la guerra y todo lo que la rodea: el frente militar, las negociaciones de paz, las visitas de los mandatarios extranjeros o los procesos de asociación a la Unión Europea y la OTAN. Todo lo demás está en manos de otro grupo de ministros, explica un alto funcionario. En esta agenda, Zelenski tiene dos citas diarias ineludibles: la primera es la reunión de las nueve de la mañana con sus generales en el terreno y sus asesores de seguridad, gracias a la buena red de digitalización del país. En estos encuentros pregunta sobre los frentes, los lugares donde más intensa es la batalla o dónde han cedido posiciones. Durante el primer mes, esta reunión se celebraba en los sótanos de la residencia presidencial, pero desde la retirada de los rusos de Kiev, a principios de abril, se realizan en la sala de juntas. La segunda cita diaria es frente a las cámaras. En torno a las once de la noche, prácticamente todos los días, graba un mensaje en el que intercala ucranio, ruso o inglés, dependiendo a quien dirige sus palabras.
La necesidad de comunicar
“El Gobierno se ha dividido entre quienes están dedicados a resolver problemas vinculados a la guerra y quienes resuelven problemas cotidianos como la electricidad, las cuentas públicas o el funcionamiento de los trenes... Pero todos ellos tienen muy claro la necesidad de comunicar”, añade Kutsevol. “Es algo que hemos aprendido del presidente, porque en estas circunstancias corremos el riesgo de que la gente piense que no hay Estado o que está dedicado a otras cosas y esa es precisamente la sensación que no queremos dar. Por eso estamos en nuestros puestos y trabajando más que nunca”, añade.
Los colaboradores consultados por este periódico dicen que el mandatario no tiene horarios, que no se separa de su teléfono móvil, que se levanta antes de las seis de la mañana, que no ha perdido el sentido del humor y que en sus discursos participa un equipo de asesores, pero que él impregna su estilo a todo ellos. Cuentan también que hay temor al envenenamiento o a que un explosivo pueda acabar con su vida. “Ni siquiera ocultan que quieren terminar con nosotros”, dice Igor Zovkva, asesor para Europa del mandatario, en una entrevista con EL PAÍS.
“Los actos terroristas pueden llegar en cualquier momento contra el presidente o cualquier ministro”. Para un funcionario de su nivel tampoco hay horas de descanso y su vida personal ha desaparecido. “La agenda es intensa. Doy siete u ocho entrevistas diarias y hay que preparar las visitas de los presidentes, de diputados de otros países o los discursos en los parlamentos. Pero, como dice el presidente Zelenski: ‘Ya descansaremos después. Ahora hay que ganar una guerra”.
Hasta hace tres meses, la figura de Zelenski iba a la baja en las encuestas y un par de desaires a los militares lo habían alejado de la institución castrense. Fue famoso su desplante a dos mujeres, que le reprocharon escaso respeto a los soldados que combatían desde 2014 en el este del país. Pero la guerra lo ha cambiado todo.
Las noches que siguieron al 24 de febrero, un grupo de paracaidistas rusos intentó capturarlo hasta en dos ocasiones, según reveló en una entrevista a la revista Time. Durante 48 horas, Zelenski desapareció de la circulación y los rumores se extendían por Kiev después de que varios países se ofrecieran a evacuarlo. El cambio definitivo llegó en un vídeo de 33 segundos que colgó dos días después y en el que apareció junto a varios colaboradores y pronunció una frase que ya forma parte de la historia: “Necesito municiones, no un viaje”.
Los colaboradores que se mantuvieron junto al mandatario en Bankova son el núcleo de su círculo de confianza: gente de su antigua productora como cómico, youtubers o periodistas que desconocían el mundo de las armas y la diplomacia. Entre ellos están Andrii Yermak, de 50 años, hijo de madre rusa y amigo de Zelenski desde su etapa como productor de cine, que ahora ejerce como jefe de gabinete; Oleksii Arestovych, 46 años, militar y bloguero convertido en uno de sus asesores militares; David Arakhamia, 43 años, jefe de la bancada del partido con el que ganó las elecciones, Servidor del Pueblo; o Myjailo Podolyak, 50 años, un reconocido periodista de investigación y convertido en figura principal en las negociaciones de paz con Rusia.
Con un aire fresco e informal, ellos son los responsables de haber revolucionado la comunicación política tanto en la forma como en el fondo. A las arengas patrióticas, que mantienen en alto el espíritu nacional, se suman mensajes duros y directos que no responden a la diplomacia tradicional, como el día que le dijo al presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, que no era bienvenido; o cuando le recordó a Pedro Sánchez que no llegara a Kiev “con las manos vacías” a hacerse la foto.
Para todos ellos, la pandemia y la buena red de conexión a internet del país han sido clave. “La covid nos ha ayudado a saber trabajar y resolver a distancia. Ahora mismo, para lograr que el Estado y la acción de gobierno continúen solo necesitamos tres cosas: un teléfono, refugios antiaéreos con conexión y una firma digital”, añade Kutsevol. “Además, nos ayuda la red Starlink de Elon Musk”, añade. Y asegura que la gestión del Gobierno debe seguir en manos de funcionarios como él y dejar el liderazgo de la guerra y del país a Zelenski. “Porque no es solo el presidente de Ucrania, sino un líder global”, concluye.
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