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Mark Rutte, el primer ministro incombustible

El jefe de Gobierno holandés logra reeditar una nueva coalición que le coloca entre los líderes que más tiempo ha ocupado la jefatura de gobierno tanto en su país como en la Unión Europea

Mark Rutte
Mark Rutte saluda a la entrada de una reunión preliminar para la formación del Gabinete en La Haya, el 13 de diciembre.PHIL NIJHUIS (AFP)
Isabel Ferrer

Mark Rutte, que se estrenó como primer ministro holandés en octubre de 2010, está a punto de repetir en el cargo por cuarta vez. Si nada se tuerce, a sus 54 años encabezará de nuevo un cuatripartito de centroderecha. Rutte es ya un ejemplo de supervivencia: con sus más de 4.000 días en el poder se acerca al democristiano Ruud Lubbers, que lideró el país entre 1982 y 1994, y que es por ahora el primer ministro más duradero en la historia de Países Bajos. Con la retirada de la alemana Angela Merkel, tan solo el húngaro Víktor Orbán ha pasado más tiempo que él a la cabeza de un Gobierno en un país de la Unión Europea.

Pese a su habilidad para mantenerse en el poder, Rutte tendrá que ganarse al mismo electorado que ha dado muestras de irritación y rechazo por errores pasados. Otro tanto ocurre con el resto de los políticos que desean seguir juntos después de casi un año de reproches, reprobaciones parlamentarias y negaciones mutuas en los despachos. Está previsto que el acuerdo de Gobierno llegue este miércoles al Parlamento y se discuta mañana.

El nuevo Ejecutivo busca recuperar la confianza del ciudadano, y promete un papel destacado y constructivo en la UE, según el mensaje que recorre el borrador del pacto de coalición, formada por viejos conocidos, el cuarteto de la pasada legislatura: los liberales de derecha de Rutte (VVD), los liberales de izquierda (D66), los democristianos (CDA) y la Unión Cristiana (ChristenUnie) de inspiración protestante. El lema que presidirá el Gobierno será: “Cuidarnos unos a otros y mirar hacia el futuro”.

Rutte se ha hecho un hueco en la historia parlamentaria de su país. Es proverbial su jovialidad, que mostró incluso en septiembre, cuando se reforzó su protección por la amenaza de un ataque del crimen organizado. Sus tablas, sin embargo, no le sirvieron para remontar el escándalo de las ayudas familiares que provocó en enero la dimisión en bloque de su tercer Gabinete. Lo ocurrido con más de 47.000 padres y 97.000 niños, según los últimos cálculos del Ministerio de Hacienda, acusados erróneamente de fraude entre 2013 y 2019 por la Agencia Tributaria, es uno de los mayores traumas colectivos de la historia reciente holandesa.

Los afectados son, en su mayoría, de origen inmigrante, y asumida la responsabilidad política, la secretaría de Estado de Hacienda cifra en “5.200 millones de euros el monto previsto para las indemnizaciones previstas hasta 2025″. Es una cantidad difícil de olvidar y su eco alcanza a la nueva coalición. Según los medios holandeses, se contempla la reforma del subsidio y la posible gratuidad del cuidado infantil fuera del hogar hasta los 12 años.

El nuevo equipo que Rutte recibirá el encargo de formar tendrá mayoría en el Parlamento, pero no en el Senado. Pretende ser un Gobierno que recupere el tiempo perdido y aborde problemas enquistados, como la falta de vivienda o la contaminación, y asuma grandes inversiones. La economía está en un buen momento, con un crecimiento del PIB que este año puede ascender al 4,5%, aunque las restricciones por la nueva ola de la pandemia y la alta inflación pueden rebajar la cifra en 2022 al 2,9%, según prevé el banco Rabobank. La lucha contra el cambio climático figura de forma prominente en el pacto. Era ineludible, después de que varias sentencias judiciales ordenaran al Gobierno —y también a empresas como la petrolera Shell— la reducción de las emisiones de CO2 al vincular la protección del medio ambiente con el ejercicio de los derechos fundamentales.

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Los cuatro líderes de los partidos de la coalición han medido los adjetivos para el acuerdo. Sigrid Kaag, a la cabeza de los liberales de izquierda, ha dicho que “tiene un tono equilibrado”. Wopke Hoekstra, jefe de los democristianos, ministro de Finanzas en funciones y bestia negra de los países del sur cuando se estaba decidiendo el fondo de rescate para solventar la crisis de la pandemia, admitió que está contento con el resultado aunque habló de “momentos en los que parecía un parto con fórceps”. Gert-Jan Segers, de ChristenUnie, se fija más en el futuro y confía en “un giro hacia la apertura y el servicio al ciudadano”. Un deseo que alcanza de lleno a Rutte, reprobado en abril por el Congreso por haber mentido supuestamente durante las negociaciones para llegar a este acuerdo. Tuvo que pelear entonces por su vida política en plena gestión de la pandemia. Una posición anómala a la que ha contribuido la lentitud en la campaña vacunación, en algunos momentos a la cola europea. Pero también porque el cumplimiento de las restricciones se ha relajado entre la población, algo que constataron los expertos que asesoran al Gobierno.

Rutte prevé tener la lista del Gobierno en enero. No será fácil. En la anterior legislatura hubo retiradas por agotamiento y dimisiones; y algunos candidatos han dejado la política. Es previsible que haya igualdad de género. La duda es cómo encontrar caras nuevas entre los mismos socios en nombre de la renovación.

La imagen de Rutte es distinta de puertas afueras que en su país. El primer ministro holandés fue en 2020 uno de los principales obstáculos para aprobar el fondo europeo de recuperación contra la crisis de la pandemia. Exigía que los 27 miembros del Consejo Europeo aprobasen por unanimidad los planes nacionales y desembolsos de las ayudas, una condición inaceptable para los principales beneficiarios (Italia y España) y para la mayoría de socios comunitarios. A la cabeza de los halcones, se alineó con los llamados frugales, como Suecia, Austria y Dinamarca.

Países Bajos es la quinta economía de la UE y, tras la marcha del Reino Unido, ha percibido que su tradicional disciplina fiscal era bien acogida en las capitales nórdicas y bálticas. La dureza mostrada en Bruselas contaba con amplio apoyo parlamentario en La Haya. De ahí que Rutte contrarrestase las críticas del exterior con el argumento de que la solidaridad va de la mano de las reformas y los controles.

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