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El ‘sueño francés’ hecho realidad de los migrantes españoles

La generación de la alcaldesa de París y aspirante presidencial encarna una de las últimas historias de éxito rotundo de la integración y la asimilación en Francia

Marc Bassets
Anne Hidalgo, el sábado pasado en el congreso de su partido en Lille.
Anne Hidalgo, el sábado pasado en el congreso de su partido en Lille.THOMAS LO PRESTI (AFP)

Cuando la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, anunció en septiembre que sería candidata a la presidencia de Francia, le bastaron siete palabras para presentarse: “Yo, una mujer francesa nacida en España...”

Hidalgo (San Fernando, Cádiz, 62 años) no es la primera personalidad política nacida en España que aspira a la jefatura del Estado en Francia. Hace cinco años lo intentó otro franco-español de su misma generación: Manuel Valls (Barcelona, 59 años).

Valls había sido primer ministro. Se presentó a unas primarias en las que la izquierda moderada debía elegir a su candidato al palacio del Elíseo en las elecciones de 2017. Perdió. Abandonó el Partido Socialista (PS), que todavía es el de Hidalgo. Dejó la política francesa. Intentó ser alcalde en Barcelona. No lo logró. Hace unos meses regresó a Francia.

Hidalgo, alcaldesa desde 2014, ronda en los sondeos el 5% expectativas de voto para las presidenciales del próximo abril. Este fin de semana, ha intentado enderezar su maltrecha candidatura con un discurso ante dirigentes y miembros del PS en la ciudad de Lille, en el norte de Francia.

El exsocialista Valls no fue presidente en 2017 y la socialista Hidalgo lo tiene muy complicado en 2022. Ambos tiene algo más en común. Son representantes de una de las últimas historias de éxito de la inmigración extranjera en Francia: la de los hijos de inmigrantes, exiliados o expatriados españoles de la posguerra que nacieron en Francia o llegaron de pequeños; pasaron por la escuela pública que todavía era una eficaz fábrica de ciudadanos y el combustible del ascensor social; y se hicieron franceses por elección.

Valls, hijo del pintor figurativo barcelonés Xavier Valls y de la suizo-italiana Luisa Galfetti, obtuvo la nacionalidad francesa a los 20 años; Hidalgo, nieta de un represaliado por el franquismo e hija de inmigrantes económicos, a los 14. Ambos la comparten con la española. Crecieron en la Francia de los años sesenta y ochenta, cuando los españoles representaban la primera población extranjera en este país. En 1968, en plena ola migratoria procedente de España, llegaron a ser 607.000, señala la historiadora de la inmigración Natacha Lillo, hija de manchego y bretona.

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Aquilino Morelle (París, 59 años), hijo de asturianos que adoptaron la nacionalidad francesa, nació francés. Su padre era obrero en Citroën. Su madre crio a siete hijos y no hablaba francés. Él llegó a la cúspide: médico, enarca (graduado en la ENA, la Escuela Nacional de Administración, donde se forma la élite política y empresarial francesa) y consejero del socialista François Hollande cuando este fue presidente de la República.

Morelle señala los puntos en común entre Valls, que es amigo suyo, Hidalgo, y él mismo. El primero es un origen español —con el trasfondo de la inmigración pero también del antifranquismo— que marcó sus convicciones. “Ser de izquierdas era natural”, dice. “Y de ahí al compromiso socialista solo hay un paso”.

El segundo punto en común, según Morelle, “es un apego muy fuerte a la República, puesto que permitió a gente como Anne, Manuel y yo estudiar y seguir un camino nosotros solos”. “Esto forja un temperamento”, resume.

La escritora Lydie Salvayre (Autainville, 73 años) pertenece a la generación de los hijos del exilio republicanos tras la Guerra Civil. “Lo que observo, si comparo con hijos de otras inmigraciones, es que en los republicanos que se refugiaron en Francia había un deseo verdadero de que sus hijos se integrasen, trabajasen bien en la escuela. Había dolor, claro, pero también gratitud hacia el país que les había acogido, y ninguna hostilidad”, dice la autora de No llorar (Anagrama, en castellano), novela que en 2014 ganó el premio Goncourt, el más prestigioso de las letras francesas. “La escuela de la República... ¡Qué habría sido de mí sin ella!”.

Un hispano-francés de la generación más joven es Mickaël Nogal (Toulouse, 31 años), diputado de La República en marcha, el partido del presidente Emmanuel Macron, e hijo de un extremeño que llegó a Francia a los ocho años y de una empleada municipal nacida en Toulouse de padres españoles. “Yo tengo dos países. Nací en Francia, soy diputado en la Asamblea Nacional, pero también me siento español porque son mis raíces”, declara. Algo le diferencia de la generación de Valls o Hidalgo, hijos de españoles que tomaron la decisión de ser franceses. Él nunca tuvo que reclamar ante nadie que era francés. Era una evidencia. “Yo soy más de decir: ‘¡Oye, que también soy español’”, dice el diputado macronista, quien luce en la muñeca una pulsera con la bandera rojigualda. Nogal ha escrito un libro titulado La séance est ouverte (Se abre la sesión). En el prólogo, Macron escribe: “Hay algo de leyenda dorada republicana en la trayectoria política de Mickaël Nogal”.

Para los mayores —Morelle, Valls, Hidalgo, Salvayre— la escuela fue fundamental en su educación como ciudadanos de la República. Lo escribe Hidalgo en un libro recién publicado, Une femme française (Una mujer francesa): “Hija de inmigrante e hija de obrero, cada día que pasaba me veía más como una hija de Francia, pues la escuela otorgaba a todos los niños y niñas que estaban en mi situación un sentimiento de pertenencia común”.

“Sigo convencido de que el aprendizaje de la lengua, el conocimiento de la historia de Francia, el acceso a la cultura son aún palancas poderosas para adherirse a la República”, escribe Valls en su ensayo Pas une goutte de sang français (Ni una gota de sangre francesa). El título es una cita del escritor Romain Gary: “No tengo ni una gota de sangre francesa, pero Francia fluye por mis venas”.

Tanto Valls como Hidalgo son políticos que defienden la laicidad y la igualdad republicana entre ciudadanos más allá de credos, procedencias o comunidades. Hay algo de nostalgia en su evocación de la escuela de su infancia. La incógnita hoy es si la escuela es, como entonces, un motor meritocrático, o si aquellos españoles fueron de los últimos inmigrantes que pudieron hacer realidad un sueño francés que ha dejado de existir.

“Tampoco hay que ensombrecer el panorama: continúa ocurriendo, hay muchos jóvenes de origen argelino, marroquí, tunecino y otros que perfectamente llegan a ser franceses”, reivindica Morelle. Pero admite: “Quizá es más difícil ahora: las personas, las historias, los países, las tradiciones son distintas. Entre Argelia y Francia hubo la colonización, la descolonización, la guerra. Hay dificultades propias a estos países. Y el islam, que crea un vínculo transnacional. Dificulta las cosas, pero no es imposible. Yo, que estoy plenamente asimilado, le digo una cosa: imposible no es francés”.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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