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El Programa Mundial de Alimentos recoge el Nobel de la Paz con un llamamiento a evitar una “pandemia de hambre”

Dos tercios del trabajo de la organización se realiza en países afectados por conflictos, donde la irrupción del coronavirus empeora el abastecimiento de productos

Una mujer recibe una ración de comida este julio en Saná, en Yemen.
Una mujer recibe una ración de comida este julio en Saná, en Yemen.KHALED ABDULLAH (Reuters)
Ángeles Lucas

La concesión del premio Nobel de la Paz al Programa Mundial de Alimentos (PMA) por “impedir el uso del hambre como arma de guerras y conflictos” vuelve a poner el foco sobre la oscuridad de la desnutrición, ahora agravada por la irrupción del coronavirus. “Debido a tantas guerras, el cambio climático, el uso del hambre como arma política y militar, y una pandemia mundial que empeora exponencialmente todo eso 270 millones de personas se encaminan hacia la inanición. Si no se abordan sus necesidades, se producirá una pandemia de hambre que empequeñecerá el impacto de la covid”, ha declarado este jueves el director del PMA, David Beasley, tras recoger el galardón de la academia sueca en una deslucida entrega realizada de forma virtual desde Roma a causa del coronavirus.

“Este premio es más que un agradecimiento. Es una llamada a la acción”, ha remarcado Beasley tras mostrar el diploma y la medalla entregada por la academia, que ha querido reconocer la contribución del PMA a “mejorar las condiciones de paz en las zonas afectadas por la violencia”, donde la organización de la ONU realiza dos tercios de su trabajo. Ahora el desafío se presenta aún más imponente. La estimación prevista de 270 millones de personas con inseguridad alimentaria en su fase más aguda supone el doble de la registrada el año pasado, que afectaba a 135 millones en 55 países, según el último Informe global sobre las crisis alimentarias. De ellas, 77 millones estaban al borde de la inanición en 22 países afectados por la violencia. “Los conflictos son la primera causa del hambre en el mundo”, subraya tajante esta organización fundada en 1961 que presta asistencia a 100 millones de personas en 88 países y en 2019 alcanzó donaciones que ascendieron a 6.600 millones de euros, aunque registró un déficit de financiación de 3.380. La pandemia ha abierto un escenario aún más complejo.

“El impacto del coronavirus ha sido brutal. No ha habido siembras, se han cerrado los almacenes, apenas hay transporte, tenemos más restricciones de movimientos, se ha limitado el desembarco en los puertos. Se sufre un efecto combinado entre el aumento de los precios y la disminución de los ingresos. Y lo más crítico es la distribución de los alimentos entre la población vulnerable, donde hay que mantener las distancias de seguridad y cumplir con los protocolos para evitar la enfermedad, que puede ser definitiva”, explica por teléfono Pablo Yuste, jefe de la cadena de suministro del PMA en Nigeria, cuyo noreste está en riesgo de sufrir hambruna, como diversas regiones de Yemen, Sudán del Sur y Burkina Faso, según un reciente análisis de alerta temprana sobre de los puntos críticos de inseguridad alimentaria aguda. El texto recoge que estos países suman conflictos, choques socioeconómicos, colapso de mercados y medios de vida, desastres naturales y limitaciones para el acceso a la asistencia humanitaria. “Estamos muy preocupados. Hay áreas inaccesibles en las que se puede dar la tormenta perfecta. Entonces ya será tarde, porque mucha gente habrá muerto”, alerta Luca Russo, analista de crisis alimentarias de la FAO, la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura.

Cultivos arrasados, puentes volados, carreteras cortadas, puertos cerrados, mercados destruidos, amenazas, cortes de agua o desplazamientos a lugares remotos complican el abastecimiento de productos. “Hay áreas en las que la población pasa hasta un mes sin comer y eso es una auténtica eternidad. Tratamos de poner escoltas, de hablar con las autoridades. Pero incluso los conductores tienen miedo de los ataques. La logística es muy compleja”, añade Yuste desde Nigeria, que ve el coronavirus como un “acelerador tremendo” de aislamiento y falta de acceso, más complejo aún entre la población desplazada. “Lo prioritario es que la comunidad pueda trabajar sus propios activos, y que las familias compren a sus vecinos y se movilice la economía, pero se complica entre la población desplazada”, añade Yuste, que indica que la ayuda humanitaria es el último de los recursos al que acudir para el abastecimiento. “Ahora en estos casos no es covid o hambre. Es covid y hambre”, ilustra el experto.

“La población vulnerable se suele desplazar hacia lugares lejos del foco de la violencia, donde pueden abrirse vías para el transporte de los productos con puntos de distribución lo más cerca posible de los afectados. Las ONG locales son de facto las que realizan la distribución, siempre en circunstancias en las que esté garantizada la seguridad del personal”, añade María Gallar, responsable de comunicación del PMA en Chad. “Los estándares internacionales indican que no pueden estar a más de cinco kilómetros andando, y que debe repartirse de día como medida de protección”, señala en conversación telefónica. Añade que los beneficiarios tienen cartillas de racionamiento y en determinadas misiones se les identifica con huellas dactilares o con escáneres de iris para asegurar quién es la persona que recibe la asistencia.

Derecho internacional humanitario

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Son estrategias desarrolladas para evitar también que la ayuda humanitaria se convierta en medida punitiva para los bandos, como alerta el analista de conflictos Vicenç Fisas, autor del ensayo Matar de hambre. “Puede haber distorsiones en la ayuda alimentaria en contexto de guerra, porque los Gobiernos, la oposición o los grupos armados pueden controlarla y castigar a pasar hambre”, considera Fisas. Ante estas situaciones, Gallar detalla que utilizan también estudios y evaluaciones permanentes en las que basar las intervenciones: “Si vemos intereses, contamos con herramientas para justificar o disuadir y garantizar la neutralidad e imparcialidad del trabajo”. “El hambre puede ser el efecto de una guerra, pero también una de sus causas”, ha declarado el subdirector del PMA, Amir Abdulla, que recuerda la resolución de la ONU que indica que el hambre no debe nunca ser usada como un arma en conflictos, que los recursos alimentarios no pueden ser objeto de ataques y que deben abrirse corredores humanitarios.

“Siempre ha habido guerras, pero cada vez más las víctimas son los civiles. Hay que sancionar cuando se quiebren las leyes de derecho internacional humanitario, ya sean Ejércitos o grupos informales, que no se exima a nadie de su cumplimiento. Antes el hambre era un resultado de la guerra, pero también la guerra puede ser resultado del hambre. Y hay que actuar para prevenirlo”, propone Yuste como una de las soluciones para erradicar el problema. “El hambre en el siglo XXI no debería existir. Hay recursos para alimentar a todo el planeta. La subalimentación, que en 2019 afectaba a 690 millones de personas en el mundo, es mayor que toda la población con la covid-19 (68,4 millones), y sin embargo, apenas hablamos de ella y de los motivos que la originan”, concluye Fisas.

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Sobre la firma

Ángeles Lucas
Es editora de Sociedad. Antes en Portada, Internacional, Planeta Futuro y Andalucía. Ha escrito reportajes sobre medio ambiente y derechos humanos desde más de 10 países y colaboró tres años con BBC Mundo. Realizó la exposición fotográfica ‘La tierra es un solo país’. Másteres de EL PAÍS, y de Antropología de la Universidad de Sevilla.

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