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Una hora y media de cola para votar en el Parlamento británico

La Cámara de los Comunes reanuda con polémica su actividad y con dificultades para mantener las distancias

Los diputados británicos hacen cola para votar este martes en Westminster Hall.
Los diputados británicos hacen cola para votar este martes en Westminster Hall.JESSICA TAYLOR / UK PARLIAMENT H (EFE)
Rafa de Miguel

El coronavirus no es compatible con los usos y costumbres del Parlamentarismo británico. Las votaciones en la Cámara de los Comunes, con la división y aglomeración de diputados en los dos lobbies (pasillos) que flanquean la sala y separan el sí del no a cualquier ley, no respetan las medidas de distanciamiento social requeridas. Los 527 diputados que han acudido este martes a Westminster para decidir si el Parlamento reanudaba su actividad normal y abandonaba los debates y votaciones virtuales han tenido que aguantar colas de hora y media que se extendían por los pasillos del edificio y por la amplia pradera contigua.

El ministro de Relaciones con la Cámara y brazo ejecutor de Boris Johnson en la sede legislativa, Jacob Rees-Mogg, se ha salido con la suya y ha logrado que se aprobara, por 261 votos a favor y 163 en contra, el texto que exigía la vuelta a la normalidad. Se ha impuesto la mayoría conservadora, pero a costa de provocar la irritación de muchos diputados, que no han entendido que se ponga de ese modo en riesgo su salud con el único propósito, sospechaban, de recuperar la hinchada de apoyo a Johnson que ha echado en falta durante las sesiones de control. Sin la alegre bancada de diputados conservadores a sus espaldas, los enfrentamientos de cada miércoles con el líder de la oposición, Keir Starmer, dejaban al descubierto numerosas carencias del primer ministro.

“Votar a distancia, mientras se pasea al sol o se ve la televisión, supone una injusticia a nuestro sistema democrático”, se atrevió a decir Rees-Mogg durante el debate de su proposición, para irritación de muchos diputados. El ministro conservador asegura que muchos proyectos legislativos han quedado pendientes y bloqueados debido al coronavirus y está empeñado en recuperar el ritmo habitual de Westminster.

Justo en el día en que la máxima autoridad sanitaria de Inglaterra había señalado que las minorías étnicas presentan el doble de riesgo a contraer el virus, la provocación del Gobierno ha tenido una dura respuesta de la oposición laborista. “Tenemos el doble de posibilidades de morir”, ha protestado la líder laborista en la Cámara de los Comunes, Valerie Vaz. “Basta ya de marear con el mito de que solo trabajamos cuando nos reunimos en pleno”, ha dicho. La mayoría de los diputados deben desplazarse largas distancias desde sus circunscripciones, con el riesgo de contagio del virus que eso supone.

Rees-Mogg ha anunciado finalmente que planteará la semana que viene una segunda moción que permita mantener con ciertas condiciones las intervenciones por videoconferencia de los diputados, habituales desde el 21 de abril. Desde esa fecha, el límite de diputados presentes en la Cámara es de cincuenta (son más de 600, y lo normal es que no quepan todos en las bancadas de cuero verde de la sala), con señales en los escaños para mantener la distancia. Las votaciones, sin embargo, volverán a ser presenciales en su mayoría. Las escenas de este martes, con colas kilométricas y eternas calificadas de “absurdas” y de “genialidad” (irónicamente) por muchos diputados han vuelto a poner en evidencia la errática estrategia de Downing Street durante toda esta crisis. El diputado del Partido Nacional Escocés (SNP, en sus siglas en inglés), Stewart McDonald, ha dado en el clavo al sugerir que todo lo ocurrido no era más que el ensayo previo del Partido Conservador ante las “previsibles colas en los aeropuertos que vendrán con la era post-Brexit”.

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Sobre la firma

Rafa de Miguel
Es el corresponsal de EL PAÍS para el Reino Unido e Irlanda. Fue el primer corresponsal de CNN+ en EE UU, donde cubrió el 11-S. Ha dirigido los Servicios Informativos de la SER, fue redactor Jefe de España y Director Adjunto de EL PAÍS. Licenciado en Derecho y Máster en Periodismo por la Escuela de EL PAÍS/UNAM.

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