Invap, satélites y reactores nucleares desde el fin del mundo
Desde hace 40 años, la empresa estatal argentina desarrolla y vende tecnología 100% local en los mercados más exigentes
En Argentina se piensa a corto plazo. En un país víctima de crisis económicas recurrentes más o menos devastadoras, los proyectos de largo aliento son solo para valientes. Pero hace 40 años, un físico de origen italiano llamado Conrado Varotto, embanderado en una lucha contra lo que llamaba el “colonialismo mental”, se inspiró en lo que había visto en Sillicon Valey y creó Invap, una empresa estatal que hoy fabrica satélites de última generación, radares y reactores nucleares que vende llave en mano a todo el mundo.
Invap es una anomalía nacional. Se pensó en democracia, se inauguró meses después del golpe militar de marzo de 1976, sobrevivió a la hiperinflación de 1989, superó el vaciamiento de los años 90 -cuando estuvo a punto de desaparecer-, y hasta sorteó el corralito de 2001. El secreto de su supervivencia fue la reinvención constante, una estrategia bien argentina que funciona.
La sede central de Invap está en Bariloche, en un complejo ubicado en la orilla sur del lago Nahuel Huapi, enmarcado por la cordillera de los Andes. Por fuera, apenas llaman la atención: edificios de baja altura cubiertos por la nieve del invierno apenas insinúan lo que esconden dentro. En sus laboratorios se gestan proyectos únicos en América Latina, que crecen silenciosos, lejos del ruido de la política, todos salidos de la mente de científicos argentinos. En enero pasado, Invap anunció la venta de un reactor nuclear a Holanda, tras vencer en la licitación a competidores franceses y surcoreanos. En agosto, de sus hangares saldrá rumbo a su lanzamiento en EE UU el satélite Saocom 1A, el primero de una serie de cuatro unidades que servirán para predecir catástrofes meteorológicas, como sequías o grandes inundaciones.
El corazón de Invap es impactante. Lo primero que ve el visitante es el cerebro desmembrado del Saocom 1B, aún en proceso de ensamblaje. Una máquina lo hace girar sobre su eje para que los ingenieros coloquen con comodidad las seis computadoras que lleva a bordo. “Han tenido suerte, porque lo ven en movimiento”, dice Roque Bevilaqua, ingeniero de sistemas a cargo del proyecto, a los periodistas que ven la maraña de cables y conexiones que viajan en el interior del Saocom. A un lado se encuentra plegado el panel solar de 12 metros cuadrados que dará energía a todo el sistema.
A metros de allí, un enorme portón da acceso a la llamada “zona limpia”, donde el Saocom 1A acaba de superar las últimas pruebas de resistencia. Bata, barbijo y gorro evitarán que el visitante contamine el “quirófano” donde trabajan los científicos. En medio del hangar, rodeado de paneles acústicos y sensores, el gigante espera el viaje hacia el espacio. Su antena tiene casi cuatro metros de alto y 10 de ancho, una pared que luce vestida con una manta térmica de color cobre que le permitirá resistir los 200 grados de temperatura que alcanzará cuando se muestre cara al sol. “Se diseñó 100% en Argentina. Se invirtieron unos 500 millones de dólares a lo largo de muchos años [el proyecto se inició en 2011], pero valió la pena porla herencia de conocimientos que deja”, dice Josefina Peres, ingeniera electrónica de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (Conae). La relación entre la Conae e Invap es la de cliente-contratista. La primera proyectó el satélite y fabricó su antena, y el segundo diseñó cerebro tecnológico.
Invap es la única empresa argentina certificada por la NASA. Da trabajo a más de 1.400 personas y factura unos 200 millones de dólares por año. Los ingresos externos son el secreto del éxito de esta empresa estatal. “No dependemos del dinero del Estado porque nos financiamos con la venta de proyectos”, dice el físico Vicente Campenni, gerente general de Invap. El modelo permitió a la compañía sobrevivir a mil batallas, como la hiperinflación de 1989. “En esa época sólo abastecíamos a la Conae. Decidimos salir al mundo para sobrevivir y empezamos con la parte espacial. Fue un modelo de negocios basado en el conocimiento, con proyectos cada vez más complejos. El modelo es satisfacer una necesidad de manera competitiva”, explica.
En otra de las naves del complejo de Bariloche, Invap desarrolla desde 2004 radares de vigilancia y tráfico aéreo. Trabajan contra reloj en la actualización de los sistemas que se usarán para la seguridad de la cumbre del G20 prevista para noviembre, cuando llegarán a Buenos Aires los presidentes de los países más poderosos. Y luego está la energía nuclear, el origen de la empresa, y donde más se ha desarrollado. Reactores argentinos para uso civil funcionan hoy en Argelia, Arabia Saudita, Australia, Brasil, India Egipto y, pronto, en Holanda. En enero pasado, Invap anunció que su proyecto había vencido en la licitación a competidores de Francia y Cora del Sur para la construcción del Pallas, un reactor que proveerá de radioisótopos de uso medicinal a unos 30.000 pacientes de toda Europa. El reactor ya es la mayor exportación de tecnología de la historia argentina.
“Nuestros reactores son piezas de alta costura”, dice la ingeniera nuclear Verónica Garea. El secreto argentino es la renuncia a proyectos estandarizados. “Tenemos la capacidad de hacer el mejor diseño y el que mejor se adapte a las necesidades del cliente. No les proponemos lo que necesitan, sino que nos adaptamos a lo que nos piden, porque nos tomamos el trabajo de escuchar. En estos momentos somos lo que más reactores estamos desarrollando en simultáneo en el mundo”, explica. En el Pallas trabajan 200 personas y la idea es que está listo en 2026 para su entrega llave en mano, incluida la obra civil. Será otro hito de Invap, la gran empresa tecnológica argentina.
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