Brasil entra en su quinto año de crisis política sin atisbo de solución
La agonía del presidente Temer, acosado por la corrupción, hunde más al país en la incertidumbre que se prolonga desde 2013
¿Puede sobrevivir un presidente con el rechazo del 80% de los votantes, una denuncia del fiscal general por recibir sobornos y un programa de reformas impopulares? Ese presidente –que ni siquiera ganó en las urnas, sino que llegó al poder por una conjura parlamentaria- tiene además ocho ministros investigados por corrupción. Todo el país ha podido oírle hablando a escondidas con un multimillonario corrupto, quien le relata sus chanchullos mientras el presidente da muestras de asentimiento. El país entero ha visto las fotos de su principal asesor recogiendo una maleta con 150.000 euros de manos de un enviado del empresario corrupto. Sobre su relación con ese millonario, al que ahora trata de “bandido notorio”, el presidente ha mentido de forma ostensible: negó, por ejemplo, que le hubiese prestado su jet privado, hasta que las pruebas lo dejaron en evidencia.
Todo eso –y bastante más- aqueja al presidente de Brasil. La situación de Michel Temer parece desesperada, pero él no se rinde. Con un lenguaje casi bélico ha anunciado que peleará por su cargo hasta el fin, aun a riesgo de profundizar la interminable crisis política que sacude el país desde hace cuatro años. Temer ha ido perdiendo apoyos políticos y económicos. Algunos tan importantes como el del imperio mediático O Globo o el del expresidente Fernando Henrique Cardoso. Pero aún le queda un puñado de aliados. El primero, el Congreso, donde decenas de parlamentarios, empezando por los presidentes de sus dos cámaras, comparten las penalidades de ser investigados por corrupción. También algunos grupos empresariales que contribuyeron de forma decisiva, hace 14 meses, a la caída de la presidenta Dilma Rousseff. Los movimientos sociales presuntamente apartidistas que en 2016 inundaron la calle contra la insoportable corrupción del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), después de 13 años en el poder, se conforman ahora con poner memes en Facebook. En el Tribunal Supremo hay magistrados que ya han demostrado su disposición a sacar a Temer del apuro. Y tampoco flaquea la fidelidad de la derecha, convencida de que “es peor un honrado incompetente que un corrupto competente”, en palabras de su gurú periodístico Reinaldo Azevedo. Hasta respetables voces internacionales como The Economist han pedido que continúe con el argumento de que tampoco es para tanto. “La política en Brasil es como un House of Cards bajo los efectos del ácido”, declaró al Financial Times el director del banco de negocios BTG Pactual, Steve Jacobs, defensor de Temer.
“El mercado aún lo apoya”, conviene Thiago de Aragão, director de inteligencia de la consultoría de análisis político Arko Advice. “La situación es inestable pero lo sería más aún si se produjese una medida tan drástica como la caída de un presidente”. La crisis detonó hace justo cuatro años, en junio de 2013, con las primeras protestas populares contra Rousseff. Se agravó luego con el estallido de la Operación Lava Jato, que poco a poco fue revelando una monumental trama de corrupción que envuelve a los principales partidos. Más tarde se abatió sobre el país la peor recesión de su historia. Y finalmente, el impeachment de Rousseff. Entonces llegó la hora de Temer, vicepresidente con el PT, y de su Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), una las anomalías del sistema político de Brasil: pese a ser el mayor partido, en los años anteriores había renunciado a competir por la cúpula del poder y prefería obtener sus réditos con alianzas de conveniencia a derecha o izquierda.
“El mercado vio en Temer la oportunidad de poner en marcha reformas económicas y alejar el riesgo de medidas populistas como las del PT”, apunta De Aragão. La necesidad de esas reformas ha sido el mantra del Gobierno y de los sectores que lo respaldan cerrando los ojos a la corrupción. Con Temer tan debilitado, el programa está en peligro, pero los inversores aún confían en salvar algo. De Aragão da por hecho que el Gobierno sacará adelante la reforma laboral en trámite y, aunque no logrará apoyos en el Congreso para la más cuestionada reforma de las pensiones, “puede implementar entre un 25% y un 35% de su contenido con medidas provisionales [por decreto]”.
La Lava Jato, que comenzó castigando casi por entero al PT, fue avanzando hasta manchar al núcleo central del sistema de partidos. Y no pocos en Brasil creen que ese fue el factor que desencadenó el impeachament. “A Temer lo colocaron para intentar parar la Lava Jato”, defiende Fernando Limongi, profesor de Ciencias Sociales de la Universidad de São Paulo. Limongi afirma que los grandes partidos brasileños se habían sumergido en “una estrategia suicida, irracional, una política de destrucción mutua que consistió en alimentar las investigaciones para perjudicar al contrario cuando en cualquier momento se podrían volver contra ellos mismos, como así ocurrió". “Todo cambia tan rápido que es difícil hacer previsiones. Hasta hace poco pensaba que Temer aguantaría, pero ahora me inclino por creer que caerá”, señala Limongi.
La defenestración del presidente tampoco sería el final de la crisis. La sombra de la corrupción envuelve a casi todos, incluido al candidato mejor situado en las encuestas para las elecciones de 2018, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, del PT, que estos días espera la que puede ser la primera condena de los cinco procesos judiciales abiertos contra él. El país no entrará en una cierta normalidad hasta que elija un presidente sin el lastre de las sospechas, apunta Limongi, quien concluye con un poso de ironía: “Yo soy optimista, pero la situación es trágica”.
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