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Columna
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El futuro no está escrito: la generación Z puede protagonizar su tiempo

Los jóvenes necesitan preguntarse qué cosas están dispuestos a reclamar y actuar políticamente

Sol Gallego. Ilustración columna suplemento Ideas 07/01/24.
Patricia Bolinches
Soledad Gallego-Díaz

La generación de los baby boomers, es decir, los nacidos después de la II Guerra Mundial, de entre 60 y 78 años de edad, tiene fama de ser la más privilegiada de la historia y, ahora, también de ser la responsable de que las políticas públicas no presten suficiente atención a las necesidades de los jóvenes, aplastados por todos los servicios sociales que hay que suministrar a esa enorme cohorte de viejos. Desde luego, el envejecimiento de la población que se está registrando en la gran mayoría de los países desarrollados es un hecho indiscutible. Seguramente, no es un cambio aislado, sino que forma parte de cambios más amplios, que afectan radicalmente a muchos aspectos de la vida, social y política, de la humanidad entera y que tendrá efectos impredecibles. Impredecibles quiere decir que no se pueden anunciar con conocimiento fundado.

No está claro, pues, por qué se asegura que los baby boomers van a provocar una catástrofe, al menos en España, como no se les ate corto. Al fin y al cabo, en su mayor parte están jubilados y aunque conservan el formidable poder de su voto, este no es homogéneo ni es tan mezquino que responda sólo a la promesa de actualización de las pensiones. Si tiene tanta fuerza es, fundamentalmente, por la desmovilización electoral de las generaciones más jóvenes.

Es cierto que esa generación de los baby boomers ha alcanzado los niveles de vida material más altos hasta ahora conocidos, pero es difícil atribuir ese hecho a ningún privilegio, sino más bien a su propio esfuerzo. Es la generación que promovió en el mundo el desarrollo tecnológico más acelerado, la que profundizó las instituciones multilaterales que habían puesto en pie sus padres, con mucho sufrimiento, la que plantó cara en las calles a la guerra de Vietnam, promovió la educación universal y la sanidad pública hasta niveles desconocidos, y la que acabó definitivamente con el colonialismo y marcó el mayor empuje del movimiento feminista. Cierto que también es la generación que se planteó la mejora del nivel de vida como un objetivo capaz de arrasar con cualquier otra meta, la que permitió la progresiva desregulación del mundo financiero, la que no acabó con la pobreza y la que hizo de la comunicación instantánea un lugar donde se globalizó la mayor manipulación política vista hasta entonces.

Las generaciones más recientes les reprochan que el mundo que han levantado les impedirá a ellos mismos alcanzar un nivel de vida similar. Pero el futuro no está escrito ni para una ni para dos generaciones. ¿Quién hubiera podido avanzar en 1964 el prodigioso cambio que protagonizarían las mujeres en el mundo desarrollado? Quizás las nuevas generaciones necesiten preguntarse qué cosas están dispuestas a reclamar. Si la batalla por la conservación del medio ambiente es uno de sus objetivos, deberían preguntarse por qué no disputan el espacio político necesario para ello.

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Resulta además curioso ese empeño en fomentar un enfrentamiento entre los más jóvenes de hoy y los mayores de 65 años, como si no existieran un par de generaciones intermedias, especialmente la que tiene ahora de 45 a 60 años, que es la que está gestionando realmente el mundo, político, empresarial y financiero, y, precisamente, la que no parece capaz de hacer frente al aumento del autoritarismo dentro de sus democracias. Es la generación de la italiana Meloni, de Macron, de Feijóo o de Sánchez. Y también, la de las enormes fortunas, responsables de un impulso a la desigualdad que no se había visto en un siglo.

No se trata de pronosticar alegremente que la llamada Generación Z (1995-2012) será capaz de resolver los problemas que quedaron sin afrontar por la generación de los baby boomers y siguientes, pero sí de decir que no es posible pronosticar que quedará aplastada por ellas. Por supuesto que hay que actuar políticamente, frente a datos y hechos que en cada momento exigen respuesta, pero nada está escrito, sobre todo si la generación Z decide protagonizar su tiempo: bastó que acudieran a las urnas en masa para sacar a Polonia de los rieles del autoritarismo. Bastará que acudan a votar en las elecciones europeas de junio para que se corte el paso al totalitarismo. Bastará que asuman su propia responsabilidad. En el fondo, los baby boomers, en palabras de Pedro Salinas, conscientes de sus derrotas, confían en su victoria.

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