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Sophie Baby, historiadora: “¿Por qué hay tanta impunidad con el franquismo? La derecha española nunca asumió su responsabilidad”

La experta francesa en el estudio de la violencia de masas se quedó impactada con la permisividad en España con el franquismo y ahora ultima un libro sobre la memoria histórica

Ferran Bono
La historiadora francesa Sophie Baby, el pasado 27 de octubre en en el Festival de les Humanitats, que se celebró en Dénia.
La historiadora francesa Sophie Baby, el pasado 27 de octubre en en el Festival de les Humanitats, que se celebró en Dénia.Mònica Torres

La dedicación de Sophie Baby parece marcada por eso que en Francia llaman egohistoria. Uno de sus bisabuelos, de origen judío, fue fusilado por los nazis tras montar un grupo de resistencia en los Alpes del sur; otro aceptó el régimen colaboracionista de Vichy. Desde niña, frecuentaba una casa familiar de montaña diseñada por André Jacob, el padre de Simone Veil, superviviente de Auschwitz y presidenta del primer Parlamento Europeo, y allí se empapaba de los relatos de la familia. Pero a la hora de investigar, esta profesora de Historia Contemporánea de la Universidad de Borgoña, de 46 años, experta en las violencias de las masas y su memoria, prefirió alejarse de su entorno personal y poner el foco en otra de sus pasiones, España. En 2018 publicó en castellano El mito de la transición pacífica: Violencia y política en España (editorial Akal) y ahora prepara la salida en marzo de su nuevo libro en francés sobre el pasado franquista y su memoria en España en los últimos 40 años. De todo ello habló en un correcto español con este periódico en un encuentro en Dénia donde participó en el Festival de les Humanitats, si bien evitó entrar como historiadora en cuestiones de actualidad política como la amnistía al procés.

Pregunta. ¿Vivió como un trauma su historia familiar?

Respuesta. Es algo que siempre me ha preocupado, pero no lo he vivido como un trauma, sino como una historia heroica, algo positivo. Somos parte de ese mito de que todo francés luchó en la resistencia en la Segunda Guerra Mundial, un intento de reinventar la identidad nacional, aunque no fuera así, como sabemos. Y luego estaba mi otro bisabuelo, más próximo al régimen de Vichy, mi bisabuela judía, sin que nadie lo supiera. Y sus hijos, todos en la resistencia.

P. Un pasado que ha marcado su investigación

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R. Siempre me he preguntado cómo entras o no en movimientos de resistencia, cómo se soporta la violencia, cómo se actúa en situaciones extremas en las que hay que elegir qué hacer y cómo se vive en una sociedad donde no hay libertad y sí violencia.

P. ¿Se puede afirmar que la Transición en España fue violenta, pero se vendió como pacífica? En su libro registra 700 muertos, entre 1977 y 1982: 376 a causa de ETA, 178 de los cuerpos de seguridad y el resto de grupos extrema izquierda y derecha.

R. Hubo un ciclo de violencia que empieza un poco antes de la muerte de Franco, que toma impulso con su muerte y baja después en los años ochenta. La violencia saltaba por todas partes. Pero el discurso hegemónico de la época era que se trataba de una transición ejemplar, consensuada y pacífica. Hubo violencia, pero también una voluntad de contenerla, de impedir que fuera una manera de hacer política. Fue un éxito, en pocos años se transformó una dictadura en una democracia similar a las europeas, pero no podemos decir que fuese pacífica. Tampoco fue una revolución como la portuguesa, donde los oficiales no quisieron participar en una empresa colonial, en un proceso que obedece casi a otra época, la de las utopías y revoluciones de los años sesenta. En España, no. España empieza la nueva era de las transiciones, la democrática, la ecológica… Es la muerte de la idea de la utopía de la revolución y se impone la idea de reforma frente a la ruptura.

P. ¿Y por qué aborda en su nueva obra la memoria histórica española?

R. El anterior trabajo lo preparé viviendo en España durante el auge del movimiento por la memoria histórica, entre 2000 y 2006. Antes de la Ley de la Memoria Histórica, de 2007, fui a un 20-N [día de la muerte de Franco] al Valle de los Caídos y me quedé muy impactada. ¿Cómo podía ser posible que en un país democrático no se considerara a Franco como a Hitler, Mussolini o Stalin? He investigado desde la Guerra Civil hasta hoy para intentar comprender el cambio global de paradigma, del olvido de la memoria a la lucha contra la impunidad. Y España tiene un papel específico en ese cambio. Ya en los años sesenta fue objeto de campañas proamnistía de los presos políticos, justo en ese momento nace Amnistía Internacional y se empieza a pensar de otra manera sobre qué hacer con los crímenes del pasado. Los países son permeables. Los exiliados españoles en Francia o Bélgica vuelven a España. Hay toda una pedagogía de la memoria que entra en España por Europa y a través de las experiencias latinoamericanas de búsqueda de justicia tras las juntas militares.

P. ¿Hay en otros países una reacción contraria a la memoria histórica al igual que en España?

R. Sí, pero menos. España tiene esa especificidad, que me impactó y ahora entiendo más. ¿Por qué hay tanta impunidad con el franquismo en España? Por muchas razones, pero creo que la derecha española no asumió nunca un discurso de responsabilidad. Se refiere a un pasado de violencia, pero habla de equidistancia para las víctimas y de sufrimiento. Bajo ese paradigma unificador de la violación de los derechos humanos se ha llegado a construir un relato con víctimas, pero sin perpetradores, sin criminales, creando cierto vacío ético. Y luego se añaden las víctimas de ETA. Todos somos víctimas, pasemos a otra cosa

P. ¿Se puede dar una opinión sobre el conflicto Israel y Hamás sin contextualizar?

R. Para la gente que trabajamos en las ciencias sociales, en una disciplina crítica que no es solo exhumar fuentes y archivos, buscamos siempre comprender, entender cómo hemos llegado hasta ahí. En política se equipara contextualizar con justificar y así se corta el debate.

P. ¿Hay en estos momentos una escalada en violencia de masas que se está dando internacionalmente?

R. Hemos llegado a un momento de cambio de orden internacional, atrás queda la utopía de la democracia, la hegemonía de la utopía universalista occidental. Ahora es contestada por todas partes por el discurso poscolonial. Hay un cambio global de relaciones entre el Norte y el Sur global que deja espacios a muchos conflictos: Ucrania, Siria, Afganistán y ahora Israel y Palestina. Los métodos usados hasta ahora no funcionan, la supuesta superioridad militar occidental no ha impedido que las masacres se desatasen incluso en Occidente. También habíamos pensado que la justicia universal, con la Corte Penal Internacional, iba a impedir que los perpetradores siguieran cometiendo crímenes al ser encausados. Pero no. No soy apocalíptica, pero sí hay un tema esencial que tendría que ser el centro de todo: el futuro de nuestro planeta.

P. También hay una reacción internacional al cambio climático.

R. El negacionismo climático está acompañado de otro tipo de negaciones. En España, los negacionistas son los mismos que niegan que el franquismo fuera una dictadura; en EE UU son los que niegan las consecuencias de la esclavitud. Frente a las dificultades de aprehensión del mundo, en la sociedad surgen discursos neopopulistas, con respuestas maniqueístas. También hay una vuelta a las religiones. Y una crisis de la sociedad liberal. Las desigualdades no han dejado de crecer desde 2008, lo que ha desestabilizado al sistema democrático.

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Ferran Bono
Redactor de EL PAÍS en la Comunidad Valenciana. Con anterioridad, ha ejercido como jefe de sección de Cultura. Licenciado en Lengua Española y Filología Catalana por la Universitat de València y máster UAM-EL PAÍS, ha desarrollado la mayor parte de su trayectoria periodística en el campo de la cultura.
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