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Peter Frankopan, historiador: “Estamos predispuestos al drama. Por eso vemos Netflix, no documentales”

El experto británico critica que Occidente señale a China por sus inversiones en África y América Latina sin hacer nada para construir hospitales y escuelas allí

Peter Frankopan
Peter Frankopan fotografiado en Madrid el pasado 22 de junio.Samuel Sánchez
Ignacio Fariza

No hay mejor momento para sentarse cara a cara con un historiador. En la era de la turbulencia sin fin, en la que el mundo parece haberse metido en una coctelera, Peter Frankopan (Londres, 52 años), catedrático de Historia Global en Oxford, invita a mirar en perspectiva. Es autor del éxitoso Las rutas de la seda. Una nueva historia universal (2014) y más recientemente de Las nuevas rutas de la seda. Presente y futuro del mundo (de 2022, ambos libros de la editorial Crítica), con los que cambió la habitual mirada eurocentrista de la historia por una centrada en Asia. Además de colaborar con varios centros de la Ivy League estadounidense, regenta con su mujer un puñado de hoteles boutique en Londres, París, Ámsterdam y Brighton. Recibe a Ideas antes de participar en un foro organizado por EDP en Madrid sobre la emergencia climática.

PREGUNTA. ¿En qué mundo vivimos?

RESPUESTA. Esta semana, en Madrid se han alcanzado los 40 grados. En algunas zonas de México y de Irán, 50. Es una preocupación palpable. Pero los humanos somos muy adaptativos y creativos, y podemos intervenir para solucionar los problemas. Por eso es tan importante enseñar a los niños sobre la evolución: que si los animales no se adaptan, desaparecen.

P. ¿Cuánto le preocupa la fragmentación política y la polarización?

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R. Me preocupa. La guerra de Ucrania muestra que, en este momento, no estamos en posición de resolver los problemas globales. Además, la relación entre China y EE UU es más complicada que nunca justo cuando más necesitamos la cooperación.

P. Se autodenomina usted como un “optimista y pragmático”.

R. Es fácil alarmarse, pero tenemos que pensar rápido sobre cómo hacer la transición [energética] y cómo ser sostenibles. Desde el inicio mismo de la Biblia, cuando Adán y Eva son expulsados del paraíso, está el tema del castigo al medio ambiente: es un recordatorio de que siempre estamos a merced de nuestro entorno natural.

P. Algunos países empiezan a dar señales de retroceso.

R. Algo puede estar cambiando, pero si hemos conseguido alargar la vida ha sido porque hemos sigo capaces de desarrollar nuevas medicinas, de mejorar la sanidad… No todo es perfecto, pero sí mucho mejor que en cualquier otro momento del pasado.

P. ¿Por qué está el pesimismo ganando la batalla ideológica?

R. Como historiador, le diría que porque siempre nos centramos en las cosas que no funcionan: en las batallas, en los genocidios… En los grandes traumas. Estamos habituados a buscar la catástrofe, predispuestos para buscar el drama: vemos Netflix y no documentales, porque buscamos la emoción. Como decía Hegel, una página de paz y tranquilidad es una página en blanco en los libros de historia.

P. ¿Qué cuota de responsabilidad tienen los medios?

R. No los culpo. Creo que tiene que ver, más bien, con la forma en la que demandamos la información. Buscamos lecciones en las guerras, en el colapso de las sociedades… Pero, en realidad, las cosas que funcionan también son apasionantes. Es duro ver cómo en las democracias liberales es casi imposible encontrar líderes políticos que ofrezcan una visión optimista del futuro. Hay una falta de ambición y de visión para unir a la gente, y eso impulsa a quienes quieren polarizar.

P. ¿Qué hacer, entonces?

R. Necesitamos que el espacio central sea ocupado por personas que nos unan. La cooperación y la negociación son perfectamente asumibles en lo personal, pero no en lo político. Si Trump y Johnson han sido tan tóxicos es precisamente por su falta de voluntad para aceptar las decisiones judiciales o la voluntad popular cuando les son contrarias. Eso daña a las instituciones. Debemos ser honestos: la mayoría de las cosas funcionan, la mayoría de nosotros intenta hacer bien su trabajo, ser considerado, ser sostenible… También tenemos que ver esto.

P. ¿Cómo explica el auge del negacionismo climático?

R. Tiene mucho que ver con una batalla por el poder. En lo personal, me es imposible tener un debate con gente que niega la ciencia. Hay que tener mucha confianza en uno mismo para, con temperaturas de casi 40 grados en el mes de abril en Córdoba, no estar preocupado.

P. ¿Estamos asistiendo al fin de la globalización tal y como la conocemos?

R. Es un tema en Europa y, en general, en Occidente. Pero no en Asia, cuyo auge es la gran historia geopolítica en lo que va de siglo XXI: allí, los grados de cooperación son altos, también los movimientos de personas y de mercancías. Y el 65% de la población mundial vive al este de Estambul. Las cadenas de valor son fundamentales para el suministro de bienes y no podemos desacoplarnos de ellas sin más. Hacerlo tomaría años y sería caro; no creo que, con los actuales altos niveles de inflación y con la economía al límite, sea el momento de hacerlo.

P. ¿Sin rastro, entonces, del declive occidental que muchos llevan años anunciando?

R. No pienso en esos términos. Hay una razón de por qué la gente prefiere vivir en Madrid o en Barcelona que en Riad o en Shanghái. En Europa, por ejemplo, tenemos un menor riesgo climático que en Oriente Medio o que en el norte de África, por ejemplo, donde están 13 de los 21 países con mayor estrés hídrico del mundo.

P. China no deja de invertir y de buscar aliados en América Latina y en África.

R. Solemos mirar este asunto siempre en clave de qué significa esto para China y no tanto para los países en los que invierte o a los que presta ayuda financiera. En América Latina y en África ya están acostumbrados a los avisos europeos y estadounidenses sobre China, pero no ven nuevas inversiones suyas en sus escuelas o en sus hospitales. Lo que no podemos es seguir diciendo al resto del mundo lo que tiene que hacer: o nos involucramos, o dejamos a otros que lo hagan. Tenemos que invertir más en esas zonas.

P. En las últimas semanas han muerto centenares de personas tratando de cruzar el Mediterráneo. Pero la atención mediática se ha centrado en la muerte de cinco hombres a bordo de un submarino con el que querían ver los restos del Titanic.

R. Quienes mueren en el Mediterráneo no solo son pobres: son anónimos. No sabemos sus nombres, de dónde venían, ni la vida que llevaban. Es un reflejo más de cómo miramos al mundo que nos rodea. Mi función no es criticarlo, pero creo que deberíamos preguntarnos por lo que realmente importa. Las catástrofes en el Mediterráneo son parte de un enorme problema de pobreza: hay 20 millones de personas en riesgo de hambruna en el cuerno de África. Llevan prácticamente tres años sin lluvia. Es una crisis humanitaria y solo prestamos atención cuando la gente empieza a morir.

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Sobre la firma

Ignacio Fariza
Es redactor de la sección de Economía de EL PAÍS. Ha trabajado en las delegaciones del diario en Bruselas y Ciudad de México. Estudió Económicas y Periodismo en la Universidad Carlos III, y el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.

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