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ENSAYOS DE PERSUASIÓN
Columna
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El descontento en Europa parece indicar el fin del consenso socialdemócrata

Entre los jóvenes hay una mengua del apoyo a la democracia, que creen “menos esencial”

Manifestante en Francia
Un manifestante celebra el incendio de un contenedor durante el decimocuarto día de protestas nacionales, el 6 de junio de 2023, en París.STEPHANIE LECOCQ (REUTERS) (REUTERS)
Joaquín Estefanía

Alrededor de un 18% de los ciudadanos de algunos países europeos vota a partidos de extrema derecha. Al mismo tiempo, los partidos conservadores tradicionales se escoran, con demasiada frecuencia, hacia estribor. La delgada línea que separaba a la derecha tradicional de la extrema derecha —como hemos visto recientemente, por ejemplo en Madrid— es cada vez más porosa. A este fenómeno se le puede aplicar el concepto de “descivilización” que ha puesto en circulación Emmanuel Macron, aunque por otros motivos.

El presidente francés ha hablado de “descivilización” para señalar los continuos actos de violencia que poco tienen que ver entre sí, pero que al coincidir en el tiempo dan la sensación de un país al borde del colapso. Pero la “descivilización” es una reflexión previa motivada por el sociólogo alemán Norbert Elias, en su libro El proceso de la civilización (1939), para describir la tragedia de las sociedades civilizadas que se dejan arrastrar por procesos de destrucción política. Por ejemplo, de la Alemania de Weimar a la Alemania de Hitler. Entre Norbert Elias y Macron, la “descivilización” ha sido utilizada (como título de un libro del año 2011) por el filósofo de extrema derecha Renaud Camus, el popularizador de la teoría del gran reemplazo de una civilización blanca y cristiana por otra mestiza y musulmana en Europa, que tanto ha gustado a los supremacistas blancos de todo el mundo (incluido EE UU).

El giro hacia posiciones más derechistas ¿es un indicio ya de una salida autoritaria a los problemas o todavía es una falsa tendencia? El politólogo polaco Adam Przeworski intercala en uno de sus últimos textos (La crisis de la democracia, Siglo XXI y Clave Intelectual) una serie de cuestiones aún sin el tiempo necesario para responderlas con rotundidad: ¿dónde puede llevarnos el desgaste institucional y la polarización?; el descontento social que se palpa en las calles, ¿indica el fin de una era? (la del consenso socialdemócrata); ¿cuáles son los “desastres” que pueden hacer tambalear la continuidad institucional: el colapso económico, los conflictos sociales intensos, el alumbramiento de un populismo de extrema derecha, etcétera?

En esas sociedades que se inclinan del mismo lado hay al menos tres elementos que se repiten: una mengua del apoyo a la democracia, sobre todo entre los jóvenes, que se manifiesta en todos los sondeos (consideran “menos esencial” vivir en una democracia); el ascenso de formaciones xenófobas y nacionalistas (Santiago Abascal recomendó recientemente cantar el himno nacional en las escuelas; como ese himno no tiene letra propuso en su lugar El novio de la muerte); y el deterioro de la credibilidad y la erosión de los partidos tradicionales. Hay algunos países que resisten mejor que otros, pero en todos los casos hay una manipulación constante de la realidad a través de las redes sociales y de los conceptos de verdad y mentira; los partidos de extrema derecha explotan el aumento de la desigualdad de los ingresos entre individuos y hogares, así como una participación decreciente de la mano de obra en la economía; y utilizan, como verdaderos activistas siempre irritados, el descontento y la indignación de la gente.

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Empieza a haber la suficiente distancia histórica para analizar el papel que en esta “ola reaccionaria” han jugado las respuestas que se dieron a la Gran Recesión de 2008 (con una redistribución de la renta y la riqueza a la inversa, en una coyuntura de recesión y sufrimiento) y la etapa de “globalización feliz” de la que ha quedado la “curva del elefante”: los grandes perdedores han sido los ciudadanos más pobres, las clases trabajadores de los antiguos países de Europa del Este y, sobre todo, los asalariados de las economías occidentales que se consideraban a sí mismos clase media.

Quizá sea pronto para deducir definitivamente la evolución política de los próximos tiempos, pero los síntomas son muy fuertes. La democracia funciona correctamente cuando las instituciones representativas configuran los conflictos, los absorben y los regulan de acuerdo con las reglas del juego. Esto es lo que hay en cuestión: de la descivilización a la civilización.

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