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Ensayos de persuasión
Columna
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No todo son elecciones: la presidencia española de Europa

La presidencia española de la UE tratará de recuperar la prioridad latinoamericana

Foto familiar de la Cumbre UE-CELAC
Foto familiar de la Cumbre UE-CELAC, el 11 de junio de 2015.JOHN THYS (AFP/GETTY IMAGES)
Joaquín Estefanía

Esta noche en La Moncloa no se tendrán en cuenta solo los resultados de las elecciones, sino también el modo en que se abordará con la nueva correlación de fuerzas el segundo semestre del año, en el que a España le corresponde la presidencia de la Unión Europea (UE) y, al final de ella, los comicios generales. Un artefacto dentro de otro. Difícil escenario en el que la política, acostumbrada a centrarse en el problema más inmediato, cada vez más a ritmo de hipérboles, adquiere complejidad.

Así lo veía la vicepresidenta Nadia Calviño la pasada semana en el acto de clausura de los 35 años de Analistas Financieros Internacionales (AFI), la empresa que fundó y presidió hasta el final Emilio Ontiveros. Es muy sugerente esta cifra de tres décadas y media de vida, pues en España poco más de la mitad de las empresas superan los tres años de existencia y solo un pequeño porcentaje de ellas sobrevive más de 15 años. AFI es una aventura empresarial muy consolidada. Calviño, además de lanzar una serie de afirmaciones como de paso —”algunos días de este mes de mayo, la cifra de afiliados a la Seguridad Social ha superado los 20,8 millones de personas”—, centró sus palabras en la presidencia de la UE y, especialmente, en el papel de Europa en el mundo, y más exactamente en América Latina (AL).

¿Resucita AL en el interés de los europeos? Desde 2015 no se celebra una cumbre de jefes de gobierno y de Estado entre la UE y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños. El mundo es muy diferente hoy que entonces. Cuando se reúnan ambas partes en Bruselas a mediados de julio (o el Consejo de Ministros de Finanzas de los 33 países de AL y los 17 europeos en Santiago de Compostela, al final de ese periodo), Europa estará gravitando, ante todo, hacia su este geográfico por la guerra de Ucrania, obsesionada por encontrar su papel en la velocísima transición digital y en busca de unos nuevos procedimientos en materia fiscal y financiera que la hagan funcionar como un todo; además, en esta ocasión ya no estará presente el Reino Unido. AL, por su lado, afronta la posibilidad de otra década perdida: tras un crecimiento económico del 4% el pasado año, ahora lo hace solo a un 1,6%, lo que significa en términos prácticos un aumento de la pobreza (201 millones de ciudadanos pobres, el 32% del total) y de la extrema pobreza (82 millones, el 13%), y con dos datos espeluznantes: la economía sumergida de la región (gente sin derechos sociales, ni presentes ni futuros) llega al 50% del total de los asalariados y 4 de cada 10 latinoamericanos padecen inseguridad alimentaria. Por último, su idea para poner fin a la guerra de Ucrania es distinta a la europea.

Es tan disímil esta realidad en uno y otro espacio que cobran mucha significación los paquetes de inversión que puedan aprobarse (en un contexto de tantas necesidades en otros lugares relacionados con los intereses europeos más inmediatos) y, sobre todo, de qué modo se reactivan los acuerdos comerciales y de asociación estratégica que llevan años encima de la mesa sin rematarse (Mercosur, México, Chile…). Es, pues, pertinente interrogarse si, más allá de retóricas y voluntarismos, resucita el interés por América Latina en Europa, una vez que nuestro continente se ha descolgado y es ya el tercer socio comercial de la zona tras EE UU y China. Lo que tiene valor es que las ideas se conviertan en realidad, no las ideas mismas.

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En distinto grado, la geopolítica va sustituyendo a la economía en todos los asuntos (y la economía política a la política económica): la globalización se fragmenta en bloques y desarrolla sistemas de regulación cada vez más diferentes entre sí; asimismo, contribuye a generar un crecimiento económico desigual, el dominio de la economía financiera sobre la real, y una concentración del poder del mercado en las grandes empresas que reduce la competencia. Por último, pero lo más importante, un deterioro del medio ambiente.

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