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TRABAJAR CANSA
Columna
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Al romperse el juguete se ve por dentro

Cómo sientes que malgastas tu vida cuando ves los prodigios de algunos, no para llegar a fin de mes, sino para tener de sobra para haber llegado ya al fin de la década este mismo mes

Credit Suisse
La sede central en Zurich de Credit Suisse, el pasado jueves 26 de marzo.Ennio Leanza (Keystone/AP/LaPresse)
Íñigo Domínguez

Con los sustos en bancos de Estados Unidos y, por ahora, en el Credit Suisse, me he acordado de Orson Welles, que además de ser un genio del cine tenía buenas frases. “Director de cine es la única profesión en la que puedes ser un completo incompetente y tener éxito durante 30 años sin que nadie lo descubra” (donde dice director de cine, dígase banquero). “Mi gran aportación a Ciudadano Kane fue la ignorancia, no sabía que hubiera cosas que no se podían hacer” (en algunos bancos están todo el rato descubriendo cosas que no se pueden hacer, es más, les pagan por eso, y es su gran aportación). “El mundo lo manejan unas 2.000 personas, el resto somos rebaño” (pues eso).

Cómo sientes que malgastas tu vida cuando ves los prodigios de algunos, no para llegar a fin de mes, sino para tener de sobra para haber llegado ya al fin de la década este mismo mes. Por qué no estudié algo realmente útil. Cómo me gustaría arruinarme una vez, una sola, por ver cómo es sentir ese pánico y luego el subidón cuando te rescatan los contribuyentes. Recuerdo un empresario que me dijo: “Yo no trabajo, gano dinero”. Y se reía de ti que trabajabas. Como dos especies distintas que conviven en el planeta, sin mezclarse. Aunque yo, cuando trato a alguien muy rico, siento un deseo irrefrenable de que me considere amigo suyo.

Con Credit Suisse, igual que con Deutsche Bank, se podría hacer un thriller de seis temporadas. En los últimos tiempos hemos sabido que el banco suizo prestaba fortunas inverosímiles a sujetos alarmantes, como un multimillonario que invertía en derivados locos (Archegos Capital) hasta que quebró aparatosamente o dirigentes corruptos de Mozambique que se forraban con la excusa de modernizar la flota atunera. También ha blanqueado dinero de narcotraficantes búlgaros y la filtración de los Suisse Secrets permitió conocer a miles de clientes que, puestos en fila, parecen un casting para el malo de James Bond: dictadores asiáticos y africanos, gerifaltes venezolanos, mafiosos de la ‘Ndrangheta, un cardenal del Vaticano, ah, y el inevitable Borbón bisnieto de Franco y fan de Vox. En 2000 el consejero delegado dimitió porque el banco espió a sus propios dirigentes (acabó en el Comité Olímpico Internacional). A ese nivel funcionan al revés del mundo: en el nuestro, para que te den una hipoteca tienes que demostrar que no tienes ni multas de aparcamiento y eres más de fiar que el Dalái Lama, pero en ese otro, cuanto más impresentable seas, más puntos tienes.

Cuando se rompe el juguete por un momento ves el mecanismo por dentro. Suele aparecer gente como el banco nacional de Arabia Saudí, que resulta que es en realidad quien sostenía a Credit Suisse. Lo que vemos es una ilusión, un mundo en el que debatimos sobre derechos humanos, el futuro del planeta, la reforma de las pensiones y nos entretenemos con Masterchef. Es una cosa muy platónica: aquí en la caverna de las redes sociales tenemos una falsa sensación de estar informados, pero solo vemos sombras. A veces los simples mortales percibimos señales: “Huy, qué raro, el Mundial va a ser en Qatar”, cosas así. O la misma guerra de Ucrania. Explota un gasoducto del mar del Norte, aparece un globo chino en Wisconsin y un dron estado­unidense se pasea por el mar Negro y choca con un caza ruso. Destellos en la niebla. Te preguntas qué estará pasando. Ya nos enteraremos, es más, me temo que un día nos vamos a enterar.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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