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Trabajar cansa
Columna
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Ante el temible año que nos espera

Los políticos juegan a dar saltos con red, sin ver ningún abismo, pero quieren que nosotros lo veamos. Debe de haber alguna manera de obtener el voto que no sea mediante fuertes dolores de cabeza en el electorado

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la sesión plenaria este 24 de enero en el Congreso de los Diputados en Madrid.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la sesión plenaria este 24 de enero en el Congreso de los Diputados en Madrid.Juan Carlos Hidalgo (EFE) (EFE)
Íñigo Domínguez

Es un misterio saber lo que interesa a la gente y cómo captar su atención, aunque luego es más sencillo de lo que parece. Por ejemplo, mientras escribo esto las dos noticias más leídas en la edición digital de este periódico son: 1. El núcleo de la Tierra se ha frenado. 2. Pamela Anderson: “Fueron mis tetas las que tuvieron una carrera, yo simplemente iba en el pack”. Todo lo que queda en medio, entre los mecanismos que revelan cómo funciona el mundo y lo otro, las cosas inexplicables del planeta, es más difícil de concretar. La política también suele ser una mezcla de grandes conceptos y otros más elementales.

Sin embargo, es asombrosa la eficacia de las series televisivas para introducir debates. Lo he comprendido una vez más tras topar con tres personas hablándome del secuestro de Aldo Moro, así de repente, cuando ni la publicación de una obra maestra sobre el tema tendría el menor impacto. Es por una serie, Exterior Noche, de Marco Bellocchio, que está muy bien. Qué gran cosa es el arte cuando transmite complejidad e induce a la reflexión, y lo que creemos que sabemos se evapora para dejarnos pensando en serio.

Me han sorprendido varias cosas de las que se sorprenden quienes la ven. Una, bien por haberse olvidado o porque nunca se conoció, el fanatismo de la extrema izquierda de los setenta y de los terroristas de las Brigadas Rojas. Y dos, que pese a eso mismo, y estando entonces las cosas muchísimo peor que ahora —también en España en los mismos años—, los políticos de ideología opuesta intentaban entenderse —y aquí también—, y tenían la predisposición a hacerlo. De hecho, a Aldo Moro le asesinaron por eso.

Recuerdo una de las muchas historias que ilustran la locura de aquellos años, la de un joyero de Milán, Pierluigi Torregiani, asesinado en 1979 por los Proletarios Armados por el Comunismo. Un castigo por algo que hizo semanas antes: le atracaron, se defendió con una pistola y mató a uno de los asaltantes. Desde la óptica terrorista, impidió una legítima “expropiación proletaria”. Este era el lenguaje de aquellos tiempos, que ahora nos parece ridículo, en que Italia tenía grupos armados de extrema izquierda y neofascistas pegando tiros, la CIA y la KGB enredando en medio, y grandes atentados en lugares públicos, orquestados por los servicios secretos, en una demencial “estrategia de la tensión” que pudiera justificar un golpe de Estado. Por el temor de una victoria del partido comunista y que Italia entrara en la órbita soviética. Es decir, no las tonterías de ahora, si lo comparamos con el cataclismo que aquí se anuncia cada mañana: una deriva bolivariana del Gobierno, una tiranía personal de Pedro Sánchez, el derrumbamiento de las instituciones, el fin de la unidad de España, o del otro lado, el advenimiento del fascismo. Cuánta impostación. Con todos nuestros problemas, la pandemia, la guerra en Ucrania, vivimos mucho mejor pero nuestros políticos lo pintan mucho peor y parecen más irreconciliables. Juegan a dar saltos con red, sin ver ningún abismo, pero quieren que nosotros lo veamos. Debe de haber alguna manera de obtener el voto que no sea mediante la propagación de fuertes dolores de cabeza y hastío existencial en el electorado. Con municipales, autonómicas y generales, nos queda por delante un año muy duro. El que pierda dirá sin más: “Vaya, he perdido, a ver si hay suerte dentro de cuatro años”, pero para nada creerá que es el fin del mundo tal como lo conocemos, si acaso del suyo propio. Y en medio nos marearán un año más de nuestra vida como si fuera el último.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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