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Cory Doctorow, activista: “Musk es un bufón con exceso de confianza”

Periodista tecnológico canadiense, es uno de los autores de cabecera de Edward Snowden. Augura que el magnate de Tesla va a repetir con Twitter los mismos errores que ya cometieron el resto de plataformas

Luis Pablo Beauregard
Cory Doctorow
El activista Cory Doctorow en su casa de Burbank, Los Ángeles.APU GOMES

Cory Doctorow (Toronto, 50 años) concede esta entrevista (actualizada esta semana por correo electrónico ) sentado en un columpio. Durante la pandemia, se construyó en el patio trasero de su casa de Burbank, al noreste de Los Ángeles, una barra a medio camino entre un bar tiki y un chiringuito playero. Entre las botellas de alcohol, este reputado activista de los derechos digitales y autor de ciencia ficción guarda como trofeo las piezas de la cadera que le quitaron en una cirugía reciente. Este otoño ha publicado Radicalizado (Capitán Swing), cuatro relatos sobre el inevitable poder de la tecnología en nuestras vidas. Vendió su primer cuento de ciencia ficción a una revista a los 17 años. Décadas después, tiene miles de seguidores y sus obras son lectura obligada en las escuelas canadienses. Es uno de los autores de cabecera de Edward Snowden y otros activistas preocupados por la creciente influencia de las grandes corporaciones tecnológicas y el sistema de vigilancia que vende nuestros datos personales.

Pregunta. Snowden lo entrevistó en 2017 y le preguntó si veía el futuro con optimismo o pesimismo. Entonces no había pandemia, ni guerra en Ucrania ni la emergencia climática parecía tan inminente.

Respuesta. También entonces estaba preocupado por estos asuntos. Me eduqué en la política radical progresista. Cuando era niño había una base sindical muy fuerte. Su influencia era palpable. Cuando cumplí los 20, este movimiento era una sombra de lo que había sido. No entendíamos por qué de pronto perdíamos luchas. En 1999 llegó el movimiento antiglobalización contra la Organización Mundial del Comercio, en Seattle. Creo que fue la primera movilización en EE UU organizada sin los sindicatos. El camino ha sido lento y doloroso. Cuando pierdo la esperanza, debo recordarme a mi mismo que este es un proceso de unión de los trabajadores mucho más rápido que el primero, que se dio a finales del siglo XIX. En los últimos 20 años hemos estado reconstruyendo el poder de la gente. Los trabajadores se están afiliando y las huelgas se están convirtiendo en una táctica más allá de los asuntos laborales. Ahora las hay de pagos, gente que se niega a saldar sus deudas. Son fuerzas colectivas.

P. Hemos visto a personas que hace 20 años creíamos que serían parte de la solución, como el magnate tecnológico Elon Musk, y que hoy parecen intentar aplastar estos esfuerzos.

R.  Lo que le gusta a Musk es decir que para él la tecnología es una herramienta de transformación que aumenta nuestra capacidad individual. No busca la acción colectiva. Dentro del movimiento de liberación tecnológico siempre hubo un grupo que entendió que la tecnología era una condición necesaria pero insuficiente para un futuro mejor. No solo era necesario entender su funcionamiento. También encajarla en un marco de derechos humanos. De lo contrario lo único que terminaremos obteniendo es el mejor código para oprimir. Es lo que tenemos ahora.

P. ¿Qué opina del comienzo de Musk al frente de Twitter?

R. No tengo ningún motivo para pensar que Musk no es lo que parece: un bufón con exceso de confianza que ha comprado Twitter creyendo que no sufriría las consecuencias negativas. La operación se le ha ido de las manos y ahora se ha convencido a sí mismo de que tiene todas las respuestas. Está incurriendo, a toda velocidad, en todos los errores tontos cometidos por las redes sociales desde Friendster.

P. Las redes sociales, ¿cómo serán en el futuro?

R. La lección que podemos extraer del caso de Musk o de la implosión de Facebook es que concentrar toda nuestra vida digital bajo la dirección de corporaciones irresponsables es mal negocio. Necesitamos redes sociales descentralizadas con servidores reducidos y controlados por sus usuarios.

P. Usted escribe ciencia ficción, pero el cuento que da nombre a Radicalizado habla de una forma de extremismo que recae sobre el sistema sanitario.

En los últimos 20 años hemos estado reconstruyendo el poder de la gente. Los trabajadores se están afiliando y las huelgas se están convirtiendo en una táctica más allá de los asuntos laborales

R. Lo escribí cuando lidiaba con mis propios problemas de salud, con dolor crónico. Entonces le daba vueltas al hecho de que los estadounidenses iracundos disparan a quien se le cuela en el tráfico o si ven a algún sospechoso merodeando cerca de su casa. Pero fijémonos en los ejecutivos de las corporaciones de seguros médicos, que de forma rutinaria condenan a muerte a personas que están fuertemente armadas. Nunca hay tiroteos en centros sanitarios ni en las propias aseguradoras. Me gustaría aclarar que es lo último que deseo, pero una pregunta que me hacía es ¿qué pasaría si este tipo de gente empezara a matar a gente blanca muy rica? ¿Cuánto tardaríamos en catalogarlos de terroristas?

P. ¿Es usted un autor subversivo?

R. Soy activista. Quiero trascender los argumentos técnicos. He pasado 20 años luchando contra la ley sobre la que se basa una de las historias de mi último libro en español, Pan no autorizado. El artículo 6 de la Directiva Europea de derechos de autor dice que si tienes un producto con candado digital, no se lo puedes quitar aunque sea para un propósito legítimo. Esto significa que una compañía tiene derecho a decidir el uso que puedes dar a sus productos y a sus servicios. ¿Qué pasaría si nuestro cepillo dental solo aceptara dentífrico autorizado? ¿Y si nuestra tostadora solo aceptara pan autorizado?

No nos preocupa ser buenos reciclando: solo el 9% del plástico que tiramos se recicla: solo el 9% del plástico que tiramos se recicla.

P. ¿Cree que nos preocupa suficientemente el problema de la privacidad y la venta de nuestros datos?

R. En ciencia política existe un concepto que se llama “indiferencia racional”. Está presente tanto en materia de privacidad como en la crisis climática. No nos preocupa ser buenos reciclando: solo el 9% del plástico que tiramos se recicla: solo el 9% del plástico que tiramos se recicla. Lo mismo pasa con la privacidad. Yo hago cosas extremas para no ser rastreado. Esta mañana he instalado un aparato que hace que mi ordenador sea incapaz de comunicarse con un servidor de publicidad y mi navegación va un 30% más veloz. Uso Signal y tengo encriptado mi disco duro. Utilizo Firefox y Brave. Y aun así soy superrastreado. Tengo un coche eléctrico que vende el historial de mis ubicaciones. ¿Abro el capó y arranco la SIM? Aunque quisiera hacerlo, estamos rodeados de un sistema automático que reconoce las matrículas, esta información se vende a las empresas. Es descorazonador luchar individualmente contra un problema sistémico.

P. Su último libro, que ofrece gratis en inglés en internet, es Cómo destruir el capitalismo de la vigilancia.

R. Es una respuesta al famoso libro de la profesora emérita de Harvard Shoshana Zuboff —La era del capitalismo de la vigilancia, Paidós—. Aunque plantea un bello argumento de defensa de la privacidad, ella otorga demasiado reconocimiento a lo que el sector tecnológico asegura que es capaz de hacer. Dice que nos han lavado el cerebro, ignorando nuestro pensamiento crítico. A estas corporaciones les gustaría que nos creyéramos esto porque es la forma en la que nos venden publicidad. Pero las tecnológicas mienten acerca de todo. Sería increíble que solo afirmaran la verdad cuando presumen de sus productos. Son un monopolio. Facebook no es adictivo, lo que hace es bloquear la interoperabilidad. Si quieres hablar con tu entorno, todos tenéis que usar Facebook. Nos ha encerrado a todos, solo que somos nuestros propios carceleros. La forma de romper con esto es permitir que nuevos servicios se conecten, y así se conseguiría que la gente abandone Facebook sin renunciar a sus amistades. Eso provocaría una hemorragia de usuarios. Es el tipo de regulación que Facebook detesta y contra la que lucha.

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Sobre la firma

Luis Pablo Beauregard
Es uno de los corresponsales de EL PAÍS en EE UU, donde cubre migración, cambio climático, cultura y política. Antes se desempeñó como redactor jefe del diario en la redacción de Ciudad de México, de donde es originario. Estudió Comunicación en la Universidad Iberoamericana y el Máster de Periodismo de EL PAÍS. Vive en Los Ángeles, California.

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