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Inconsciente colectivo, complejo, arquetipo: usamos las palabras de Carl Jung, pero apenas lo conocemos

El psiquiatra suizo se consideraba un “médico del alma”. Se reedita ahora su autobiografía, una ocasión para asomarse a su mundo interior

Carl Jung, en la orilla del lago Zúrich en 1949.
Carl Jung, en la orilla del lago Zúrich en 1949.Dmitri Kessel (The LIFE Picture Collection via )

Carl Gustav Jung (1875-1961) quiso vivir siempre junto al agua. Nacido en Kesswil (Suiza), cerca del lago Constanza, el padre de la psicología analítica pasó la mayor parte de su vida en Küsnacht, a orillas del lago Zúrich. Allí está la mansión, convertida hoy en museo, que compartió con su esposa (la rica heredera Emma Rauschenbach, más tarde psicoanalista también) y cinco hijos, y también su discreta tumba en el cementerio local. Junto al mismo lago, en Bollingen, se alza también la enigmática torre que Jung se construyó inspirándose en sus propias visiones y sueños. Una fortaleza donde permanecía aislado durante días, sintiéndose inmerso en la corriente de los siglos.

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En esos dos mundos tan cercanos y lejanos a un tiempo desarrolló Jung su polifacética personalidad. La del psiquiatra de prestigio que consiguió asentar sus teorías tras romper con Sigmund Freud en 1913 y la del insaciable explorador del alma que utilizó los sueños y la “imaginación activa” para abrir un camino a la psique. La del médico interesado en los avances científicos que llenaba las salas de conferencias y la del místico que intentó una síntesis entre la espiritualidad de Oriente y Occidente, se acercó al yoga kundalini y a la astrología.

El psiquiatra plasmó sus conocimientos en sus Obras completas; el buscador espiritual, inspirador del movimiento nueva era, produjo obras tan enigmáticas como El Libro rojo, o su autobiografía. Esta última, titulada Recuerdos, sueños, pensamientos, que ahora reedita Seix Barral, es lectura obligada para asomarse al personaje. Escrita por su asistente, Aniela Jaffé (la concluyó en 1961), a partir de entrevistas con el propio Jung, quien solo redactó cuatro capítulos, se publicó tras su muerte. El libro que conocemos no es el original aprobado por Jung, sino una versión censurada por decisión de sus herederos, que controlan con mano férrea los archivos. Aun así, como ha señalado el profesor Alan C. Elms —junto a Sonu Shamdasani uno de los estudiosos que primero detectaron los cambios—, “aporta al lector mucho más del Jung interior que los demás libros disponibles”.

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De ese “Jung interior” proceden conceptos esenciales que han pasado a formar parte del lenguaje cotidiano. Palabras como complejo, arquetipo, extraversión, introversión, sombra o inconsciente colectivo que son de uso común, “aunque la gente desconozca su significado profundo”, como apunta Isabel Uribe Visiedo, presidenta de la Sociedad Española de Psicología Analítica (SEPA). Por no hablar de sus aportaciones en el plano terapéutico. Luis de Rivera, antiguo jefe de Psiquiatría de la Fundación Jiménez Díaz de Madrid, que practica la terapia autógena basada en la meditación, destaca “la importancia de los símbolos y de los arquetipos para entender al paciente, además del puente hacia la trascendencia que nos ofrece”. Santiago Torres, presidente de la Fundación de Psicología Analítica Junguiana de Córdoba (Argentina), hace hincapié en la claridad de los conceptos formulados por el psiquiatra suizo. “Poseen la característica de ser fácilmente asimilables, ya que parten de la experiencia personal del autor, que se reproduce en nuestras propias vidas psíquicas”. Para Jung, añade Torres por correo electrónico, “el proceso de crecimiento y equilibrio psíquico era individual e irrepetible. Tanto es así que lo denominó ‘proceso de individuación’. Consiste en aunar los opuestos y ser sensibles a los dictámenes del sí mismo”.

Como el psicoanálisis freudiano, el método junguiano se oficializó. En 1955 se creó en Zúrich la Asociación Internacional de Psicología Analítica, que agrupa a 58 sociedades dispersas por el mundo. Sorprende que quien insistiera tanto en que la aproximación a cada paciente debía ser única y personal aceptara crear escuelas en las que impartir sus enseñanzas. “Inicialmente, no quería crear institutos de este tipo, estaba muy en contra de que se estandarizaran los procesos o métodos”, señala por correo electrónico Evy Tausky, actual presidenta del Instituto de Zúrich, creado por Jung en 1948. “Muchas veces decía que lo suyo era una ‘aproximación’, pero no un método”. Si transigió finalmente, fue “para asegurarse de que sus ideas y valores quedaran representados e integrados con total rigor”. Tausky defiende además el trabajo del instituto. “Hemos procurado mantener vivo su espíritu, y el equilibrio entre su énfasis por la espiritualidad y el sentido de las cosas”.

Los discípulos de Jung se multiplican en Latinoamérica, pero no tanto en España, donde la sociedad SEPA solo tiene 30 miembros. Al doctor De Rivera no le extraña. “Lo más utilizado por los psiquiatras hoy es el método cognitivo-conductual”, asegura. “Tanto el psicoanálisis freudiano como el junguiano son métodos caros, largos y difíciles, y sus resultados, mínimos”. No es esa la impresión de Isabel Uribe, presidenta de la SEPA, que constata más bien un aumento del interés por la terapia junguiana. No es para todo el mundo, desde luego. La reclaman, asegura, “las personas que están en búsqueda de un sentido a su vida y de un desarrollo de la propia espiritualidad y creatividad que se aloja en lo profundo de lo inconsciente”.

Jung se consideraba un “médico del alma”. Y sus teorías “nos tienden un puente para fundirnos con la naturaleza como parte de un todo”, señala Santiago Torres. “Nos dan acceso a un camino posible para huir del aislamiento y el sinsentido en esta época de hipercomunicación aislante. Allí donde el wifi pierda la conexión será donde el espíritu de la época nos guíe hacia el interior que espera florecer”.

Su espiritualidad, su familiaridad con lo divino, choca, no obstante, con el racionalismo imperante. Su famosa respuesta al reportero de la BBC que le preguntó si creía en Dios (“No necesito creer, lo conozco”) puede desconcertar. Desde una perspectiva junguiana, la experiencia de la divinidad está al alcance de todo el mundo, explica Isabel Uribe. “Está en la psique colectiva, solo hace falta que cada individuo active este potencial dentro de sí mismo. Pero como somos terapeutas y no teólogos, solo tratamos de favorecer el camino de cada uno a su propia espiritualidad, lo que no implica la adscripción a ninguna confesión religiosa”.

“Para Jung, Dios es el nombre que hemos dado a una especie de mente cósmica que contiene todas las formas de consciencia”, añade Tausky. “Lo que quiere decir él es que sabe que tiene que confrontarse con un factor desconocido en sí mismo, algo más fuerte que él que se puede llamar ‘Dios’ o que él llamaría ‘el sí mismo’. Su interés en el pensamiento oriental, particularmente en el budismo y en el I Ching, abrió su espíritu a un estado del ser al que se puede llegar a través de la religión, pero también de la meditación o asomándose a la naturaleza”. Y su propuesta de búsqueda del sentido de la propia vida no deja de ser, añade, un objetivo eterno.


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