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Steven Pinker: “El Partido Demócrata debe distanciarse de la palabra socialismo”

El ensayista y profesor de Harvard, uno de los grandes psicólogos cognitivos del mundo, apunta que muchos norteamericanos votaron a Trump porque las políticas de identidad de la izquierda y la corrección política crean aversión

Steven Pinker, catedrático de Harvard, en una imagen de archivo de 2019. En vídeo, su entrevista. Foto: L. ALMODÓVAR | Vídeo: JESSE DITTMAR / REDUX
Carmen Pérez-Lanzac

Steven Pinker ha pasado las últimas semanas compartiendo noticias de distintos medios sobre asuntos relacionados con las elecciones en Estados Unidos. Temas que le resultan interesantes, sobre cómo contener la divulgación de rumores electorales falsos o sobre la importancia de cada voto individual. En sus redes sociales se adivina la tensión de este convencido demócrata, uno de los principales donantes del profesorado de Harvard al partido progresista , que está siendo testigo —al igual que todo el planeta— de las mentiras y los intentos desesperados del aún presidente republicano, Donald Trump, por impedir el escrutinio de votos.

Pinker, canadiense de 66 años afincado en Boston, es uno de los grandes expertos mundiales en psicología cognitiva y un famoso autor de libros de divulgación, entre los que destacan La tabla rasa (2002), en el que afirma que el comportamiento humano está moldeado por nuestra adaptación evolutiva; Los ángeles que llevamos dentro (2011), donde señala que el mundo es mucho menos violento que en siglos pasados; o el más reciente En defensa de la Ilustración (Paidós, 2018), en el que subraya los innegables avances de la humanidad en las últimas décadas. El pasado 19 de octubre, Pinker participó a distancia en la tercera edición de enlightED, la conferencia mundial sobre educación, tecnología e innovación organizada por la Fundación Telefónica, IE University, Fundación Santillana y South Summit. En su comparecencia resumió los puntos claves de su último libro, en el que además ajusta cuentas con los enemigos del progreso, como el propio Trump, con el que, de alguna forma, el día de la entrevista —que se hizo por videoconferencia el jueves pasado, antes de tener los resultados finales en mano — se está midiendo.

PREGUNTA. ¿Cómo ha vivido las últimas horas de estas agónicas elecciones?

RESPUESTA. Como todo el mundo. Refrescando cada pocos minutos el navegador. No he puesto en práctica la higiene digital que hubiese deseado. Normalmente controlo mi uso de las redes sociales, no miro mi correo electrónico todo el día y apago las notificaciones mientras trabajo, intento no caer en la adicción. Pero en las últimas 36 horas la tentación ha sido irresistible. El resultado tiene tantas consecuencias que tan pronto acabemos de hablar comprobaré cómo van las cosas por Nevada.

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P. La cuestión de fondo es que, tras cuatro años de mentiras descaradas, exabruptos o informaciones falsas e incluso peligrosas, cerca de 75 millones de estadounidenses prefieren a Trump antes que a Biden. ¿Por qué?

R. No sabemos la respuesta porque no se han hecho suficientes encuestas sobre los motivos del voto, pero hay dos hipótesis: la primera es que la gente se mantiene leal a su tribu a pesar de la evidencia empírica objetiva. Valoran mantenerse coherentes en el apoyo a su líder ignorando incluso hechos evidentes. La otra hipótesis es que la gente ha podido sentir una gran aversión hacia las políticas de identidad y hacia el despertar de movimientos radicales durante las revueltas del Black Lives Matter (las vidas negras importan) del pasado verano. Esta aversión habría anulado los fallos evidentes de la Administración de Trump. Aunque Biden se distanció de eslóganes como “defund the police” (desfinancien a la policía) o de los que decían que Estados Unidos era inherentemente racista, acabó resultando vinculado a ellos y calumniado. Y puede que mucha gente se sintiera enfadada y defraudada por los excesos de las políticas de identidad de izquierdas y que llegaran a la conclusión de que la única forma de frenarlos era votando a Trump. Conozco a personas inteligentes que así lo hicieron porque sienten que es la única forma de frenar las fuerzas del despertar de la corrección política.

P. ¿Qué entiende por “el despertar de la corrección política”?

R. La política identitaria (el uso de la identidad para reclamar políticas concretas), la teoría crítica de la raza (la idea de que cada persona debe identificarse con los intereses de su propia etnia) y todo el tema de la conciencia ideológica racial que ha despertado este verano y que se ha extendido por todo Estados Unidos.

P. ¿Qué opina usted de este despertar?

R. Yo me opondría a cualquier ideología que dijera que todas las personas blancas son racistas y que siempre lo serán, y que la sociedad es un conflicto constante entre distintos grupos raciales. Es lo opuesto a la idea progresista igualitaria que defiendo: la gente debería ser juzgada en función de sus méritos y cualidades individuales, deberíamos ignorar lo máximo posible la raza. En otras palabras: la defensa que hizo Martin Luther King de que se juzgara a las personas como individuos y no por el color de su piel. Este acercamiento ha sido rechazado por los defensores de la teoría crítica de la raza. Sostienen que no te puedes evadir de tu raza y que la gente no puede superar sus pulsiones racistas. Yo creo que esa idea es falsa, que el racismo está disminuyendo, es lo que dicen todos los datos. Deberíamos esforzarnos por conseguir más progreso sin juzgar a las personas por el color de su piel.

P. Como experto en psicología social, ¿qué piensa cuando ve el nivel al que Trump lleva sus descaradas mentiras?

R. Es algo sin precedentes en la política estadounidense. Sugiere que a la gente, cuando se trata de cuestiones que están más allá de su vida —como qué leyes se aprobarán en el Congreso—, no le importa tanto la verdad como la narración de las cosas. Buenas historias que ayuden a que las personas que están de tu lado queden como poderosas y nobles, y a los del lado contrario los retraten como débiles y malvados. Cuando se trata de historia, ciencia o política, la gente sigue pensando que lo deseable es la historia con la moraleja más convincente.

P. ¿Qué es lo más urgente que tendría que hacer un nuevo presidente ahora?

R. Lo más inmediato es lidiar con la pandemia y lo siguiente es el cambio climático, un problema apremiante. Ambos temas necesitan compromisos alcanzados en instituciones de cooperación internacional, acuerdos sobre el clima y sobre distribución de las vacunas. Además hay que mejorar la comunicación y restablecer las infraestructuras de cooperación global que Trump ha saboteado. Y la economía, aunque hasta que la pandemia no se haya superado será imposible. Pero ayudar a quienes más han sufrido las consecuencias del coronavirus debería ser otra de sus prioridades.

P. ¿Estados Unidos volverá a liderar el mundo como hace unos años o algo ha cambiado para siempre?

R. No creo que haya cambiado para siempre. Aunque no sé si en realidad Estados Unidos ha sido el líder mundial durante tantos años. Lo que sí está claro es que no ha firmado muchos acuerdos internacionales y que ha comenzado guerras en Irak y en Afganistán que han desestabilizado al mundo, así que tengo poca fe en Estados Unidos para liderar un mundo global progresista. Ese es más bien el papel de Europa occidental acompañada de Australia, Nueva Zelanda o Canadá. Pero como EE UU es tan poderoso, el mundo lo observa. Quizá Biden ayude a recuperar parte del crédito que tenía, aunque buena parte no fuese merecido.

P. ¿Qué deben hacer en el Partido Demócrata para llegar a esos estadounidenses que, en el año de pandemia y con todo lo sufrido, han optado igualmente por votar a Trump?

R. Para empezar, dejar de llamarlos racistas, porque, evidentemente, dejan de escuchar. Hay que repudiar las propuestas más radicales del ala izquierda del partido, como #Abolishthepolice (abolir la policía). Este tipo de ideas hacen que la gente salga corriendo en sentido contrario. Tienen que distanciarse de la palabra socialista. Aunque promuevan más redistribución social, no deben llamarse así. Tienen que ser más inteligentes para resultar aceptables para todos.

P. Parece que 2020 no ha sido un año de progreso.

R. El progreso consiste en vivir más años, con más salud y con más recursos. Y todos esos parámetros han ido a peor. Si cuantificas los datos, todo ha empeorado este año. Excepto la guerra: no ha habido un aumento por ese lado.

Steven Pinker, catedrático de Harvard, en una imagen de archivo de 2019.
Steven Pinker, catedrático de Harvard, en una imagen de archivo de 2019.©Jesse Dittmar / Redux / Contacto.

P. En menos de 10 años ha habido un cambio enorme en la dirección política del planeta. Trump, Bolsonaro, Orbán, Erdogan, el Brexit… ¿Tenemos motivos para el optimismo?

R. Basemos nuestras opiniones en los datos: la gente no sabe que la pobreza extrema se ha reducido, que el alfabetismo ha aumentado, que la democracia está muy cerca de su mejor momento en la historia… Quizá fue hace 10 años su mejor momento, pero recordemos que hace poco España era una dictadura fascista. A pesar de las regresiones, ha habido muchísimas mejoras. El índice general de la democracia no ha caído mucho porque ha habido mejoras en Etiopía, Sri Lanka, Nigeria o Indonesia.

P. En el festival enlightED mencionó que tres cuartos de los países son más felices y que uno de los que ha empeorado es EE UU. ¿Por qué?

R. No lo sabemos con certeza, pero quizá la causa sea el hecho de que la red de seguridad es más débil y que la gente tema que, si pierde su trabajo, no pueda acceder al sistema de salud. Además hay menos vida comunitaria, se pasa menos tiempo tomando algo con los amigos en bares, al aire libre... También hay más incertidumbre y más hostilidad racial. Son posibles explicaciones.

P. ¿Qué debemos cambiar de cara a la próxima pandemia?

R. Tenemos que tratar las pandemias como una amenaza constante, como parte de un organismo vivo que es vulnerable a patógenos. La historia de la humanidad ha estado plagada de pandemias. Deberíamos tratarlas como otras amenazas, igual que el fuego. Todas las ciudades tienen departamentos de bomberos, que se institucionalizaron hace años porque muchísima gente moría a causa de los incendios, por eso los mantenemos. Necesitaríamos organizarnos de igual forma ante las pandemias.

P. ¿Qué ha echado de menos en la nefasta gestión global del coronavirus?

R. Una comparativa global sobre qué tal están funcionando las diversas medidas aplicadas en los distintos territorios. Los países más exitosos parece que son Australia, Corea del Sur y Alemania. Y los peores, EE UU y Brasil. ¿Qué dicen los datos? El experimento sueco, ¿funcionó? Querría ver gráficos comparando los contagios per capita de Suecia, España, EE UU, Vietnam… De esa forma, aprenderíamos.

Pinker y la cultura de la cancelación

Durante los últimos meses, Pinker se ha visto envuelto en dos polémicas. La primera, por haber estado al menos en tres ocasiones junto a Jeffrey Epstein, el millonario acusado de abusar de menores que hace poco más de un año se ahorcó en su celda y que, entre 1998 y 2008 donó 9 millones de dólares a la universidad de Harvard, donde Pinker es catedrático. Además interpretó lingüísticamente una norma de la legislación estadounidense para el abogado de Epstein, Alan ­Dershowitz, compañero suyo en Harvard. La segunda polémica llegaba el pasado 6 de julio, cuando se hizo pública una carta en la que medio millar de estudiantes y algunos profesores solicitaban que la Sociedad Lingüística de Estados Unidos diera de baja a Pinker debido a ciertos comentarios hechos por el catedrático al compartir noticias en Twitter. En el escrito lo acusan a de deslizar comentarios supuestamente racistas y sexistas, contrarios a la línea de pensamiento de los firmantes. Pinker sigue figurando en la Sociedad Lingüística.

P. ¿Qué conclusión ha extraído de lo vivido con aquella carta?

R. Por suerte, no he tenido que defenderme, pues una docena de artículos de prensa lo hicieron por mí. Pero creo que es una señal de una enfermedad que se ha instalado en el ámbito académico. Mis tuits afirmaban cosas perfectamente correctas basadas en datos. El problema es que iban contra la teoría reciente que afirma que el racismo está extendido por todo el país o que las personas de sexo distinto son idénticas… Pero el hecho de que hubiera un movimiento para borrar mi nombre y, por tanto, mi honor de la Sociedad Lingüística de Estados Unidos sin tener en cuenta las contribuciones que yo hubiera hecho para intentar ayudar a entender el lenguaje, sino porque mis opiniones no coinciden con las de ellos, es algo que me inquieta.

P. Pensadores como el psicólogo social Jonathan Haidt coinciden en que hay una nueva cerrazón entre los estudiantes. ¿Por qué?

R. Muchas de las reacciones son agresivas e intentan dañar la repu­tación de objetivos a los que se desea desacreditar. Sospecho que una posible explicación es que existe una cultura del victimismo, como aventuraron Bradley Campbell y Jason Manning en The rise of victimhood culture [el ascenso de la cultura del victimismo]. A causa del intento legítimo de luchar contra el racismo, el sexismo, la homofobia y de ayudar a las víctimas de discriminaciones, las universidades han ido otorgando más estatus a las víctimas. Esto ha abierto, en mi opinión, una puerta a la posibilidad de atacar a sus rivales.

P. Se le ha criticado por haber analizado una norma estatal para el abogado del pedófilo Epstein. Dijo usted que se arrepentía de haberlo hecho. ¿Por qué se arrepiente?

R. No pienso que hiciera algo malo, pero, teniendo en cuenta la cantidad de peticiones que me llegan, creo que tomé una mala decisión aceptando la tarea. Si volviera atrás, no aceptaría el encargo, que hice gratuitamente, a modo de ayuda a un amigo.

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Sobre la firma

Carmen Pérez-Lanzac
Redactora. Coordina las entrevistas y las prepublicaciones del suplemento 'Ideas', EL PAÍS. Antes ha cubierto temas sociales y entrevistado a personalidades de la cultura. Es licenciada en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo de El País. German Marshall Fellow.

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