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Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Isabel Sola Gurpegui, exploradora a la caza de la vacuna ante el coronavirus

La niña que se preguntaba sobre el mundo ahora busca en España la forma de frenar la pandemia

Sergio C. Fanjul
Isabel Sola Gurpegui
Luis Grañena

La viróloga Isabel Sola Gurpegui es una ferviente defensora de la investigación básica, esa disciplina muchas veces incomprendida que no da aplicaciones inmediatas, pero que es un pilar fundamental del desarrollo científico-técnico que disfrutamos (y, a veces, sufrimos). Investiga el coronavirus en torno al cual gira ahora nuestra existencia y que está cambiando el mundo a velocidad de vértigo. En su laboratorio conocen bien a los de su estirpe: los llevan estudiando 35 años. Estos investigadores son como esos melómanos que ya escuchaban los primeros discos de un artista que acaba convertido en estrella mundial.

“Isabel reúne las condiciones que debe tener una gran investigadora: una fuerte vocación, una gran inteligencia, una extraordinaria claridad mental”, dice el que ha sido su mentor, Luis Enjuanes, director del laboratorio que Sola Gurpegui codirige. “Además del conocimiento y experiencia que le dan 25 años de investigación en este campo. Y tiene mucho futuro”, añade. Su laboratorio, el único en España dedicado a los coronavirus, es parte del Centro Nacional de Biotecnología (CNB), organismo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). El CNB ha conseguido recientemente una financiación extra de 4,5 millones para combatir la pandemia.

Trabajan en un laboratorio de alta seguridad biológica (nivel de 3+ en una escala de 4) donde se compagina la contención de los virus y la protección extrema de los investigadores. Son dependencias aisladas, con presión negativa y doble sistema de filtros de aire. Para acceder hay que ponerse casi un traje espacial: mono, guantes, mascarilla con filtro, ropa que luego se desecha o se esteriliza en máquinas herméticas a alta presión y temperatura. Al final, una cuidadosa ducha.

La viróloga siente rabia por no poder hacer más de lo que hacen: la investigación biológica tiene sus tiempos
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Sola Gurpegui nació en 1967 en San Adrián, Navarra, una población de unos 6.200 habitantes en la Ribera del Alto Ebro famosa por sus conservas de espárragos, pimientos y todo lo que dan aquellas huertas. Precisamente, parte de su familia se ha dedicado a la agricultura, otra parte al magisterio. Tuvo tíos que eran médicos, y la niña que fue gustaba de hojear sus libros de medicina y hacerse demasiadas preguntas sobre el mundo. A la hora de estudiar en la Universidad de Navarra, eligió Biología en vez de Medicina porque no se sentía preparada emocionalmente para lidiar con el sufrimiento de los pacientes. Investigaría mejor las causas de las enfermedades.

Después de licenciarse, cursó un máster de Ingeniería Biomédica en la Universidad de Zaragoza y realizó la tesis doctoral en la Universidad Autónoma de Madrid, una ciudad a la que le costó adaptarse, pero en cuyas afueras ahora vive con su pareja y sus tres hijos. La tesis, sobre coronavirus en animales, fue el comienzo de su especialización en este campo. Trataba sobre un tipo de coronavirus que mataba a los lechones, con el sistema inmune aún sin desarrollar. Consiguió modificar genéticamente a sus madres para que les suministrasen anticuerpos a través de la leche. Esta investigación le valió el premio de Laboratorios Hipra a la mejor tesis doctoral en sanidad animal. La actividad investigadora le cautivó: profundizar en la naturaleza, plantear hipótesis, hacer experimentos, llegar a respuestas que cierran caminos o que llevan a otras preguntas. Al fin y al cabo, aquella niña navarra que se hacía preguntas seguía estando allí, años después, vestida con una bata de laboratorio. En su tiempo libre, que no es demasiado, a Sola Gurpegui le gusta perderse entre las páginas de una novela o nadando en el azul de una piscina.

En su laboratorio, en el que trabajan unas 12 personas, ya habían desarrollado vacunas para otros virus epidémicos como el MERS (que causó 851 muertes en 2012) o el SARS (774 en 2003). Sus conocimientos sobre este último han servido como perfecto background para estudiar el presente SARS-CoV-2, ya que son iguales al 80%. La emergencia de esta nueva pandemia ha puesto luz sobre esta pequeña comunidad científica que hasta hace unas semanas trabajaba a la sombra, sin exposición pública, alejada de grabadoras periodísticas. La viróloga agradece el reconocimiento social, siente una gran responsabilidad y algo de rabia por no poder hacer más de lo que hacen: la investigación biológica tiene sus propios tiempos. Ahora tratan de desarrollar una vacuna para la enfermedad utilizando virus atenuados: se trata de crear virus, a través de técnicas complejas de genética reversa, eliminando la parte de su genoma más virulenta, la que hace que sean perniciosos para el ser humano. Un virus desarmado que sirva de ensayo al sistema inmune para aprender a defenderse. Otros investigadores extranjeros estudian otro tipo de vacuna más rápida y sencilla, basada en la proteína del virus, aunque, debido a su sencillez, probablemente menos eficaz. Pedro Duque, ministro de Ciencia e Innovación, declaró el jueves que es posible que a finales de abril el equipo de Enjuanes y Sola tenga el primer candidato a “vacuna completa”.

Una vez desarrollada la vacuna, todavía faltaría un largo proceso de ensayos preclínicos (en animales) y clínicos y, en caso de éxito, conseguir producir la cantidad necesaria de vacunas y administrársela a gran parte de la población. Un proceso que, según la investigadora, puede llevar entre un año y 18 meses. Y eso siendo optimistas.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

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