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Yolanda Díaz, la ministra más pablista que Pablo

Militante comunista, sin la presencia del vicepresidente Iglesias ella no habría aceptado estar en el Consejo de Ministros

La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz.
La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz.Luis Grañena
Inés Santaeulalia

Si existiera, Yolanda Díaz sería del partido Pablo Iglesias. Pero no se presentaría nunca a secretaria general. La ministra de Trabajo, a la que tanto los que la alaban como los que la critican definen como animal político, asegura que no tiene ningún interés por la política. Ni por las listas, los estatutos o los congresos. La teoría del primer Gobierno de coalición desde la II República dice que Díaz está en él como líder de Galicia en Común, la coalición gallega de Podemos e Izquierda Unida. Pero la práctica es mucho más simple. Está ahí "por Pablo Iglesias". Y si él no formara parte del Gobierno, ella nunca habría aceptado.

Las elecciones del 10 de noviembre los convirtieron en ganadores a los dos. Si el Gobierno de coalición que echó a andar hace seis semanas se hubiera logrado en verano, cuando Pedro Sánchez vetó la presencia de Iglesias en un hipotético Ejecutivo conjunto, ni una ni otro se sentarían en el Consejo de Ministros. Pero la historia no es esa. Es esta. Iglesias, al que ella siente como un hermano y al que su hija llama tío, siempre tuvo claro que, si conseguía un acuerdo con el PSOE, una cartera sería para Díaz.

“¿De qué planeta viene este hombre que me besa la mano?”, pensó el día que de niña conoció a Carrillo

Si se le pregunta si sigue siendo afiliada a Izquierda Unida, partido que lideró en Galicia, Díaz responde que es militante de siempre del Partido Comunista. Tampoco en IU la computan ya como propia, asegura alguien que la conoce desde hace años. Va por libre y se mueve a toda velocidad. “Soy como Fraga, duermo cuatro horas”. Uno de sus mejores recuerdos fue en una madrugada a finales de 2018. Iglesias le envió un mensaje de Telegram: “Ahí tienes tu salario mínimo”. El líder de Unidas Podemos acababa de conseguir una subida del 22% en el pacto de Presupuestos con el PSOE.

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La aprobación del último aumento, con acuerdo de la patronal y los sindicatos, se ha convertido ahora en uno de los primeros logros del Gobierno. El nombre de Yolanda Díaz, hasta entonces poco conocido fuera de Galicia, empezó a ocupar titulares. Su presencia se convirtió en objetivo de las tertulias televisivas de la mañana. La comunista que había logrado un sí de la patronal empezó a ganar popularidad.

En Madrid está el ministerio que ocupa su cabeza, pero en Galicia están quienes ocupan su vida. Los que la emocionan hasta que se le corta la voz. Andrés, su marido, que crio a tiempo completo a la hija de ambos, Carmela. Allí está su padre, Suso Díaz, histórico líder sindical y fundador de CC OO que llenó su infancia de asambleas y lucha obrera. El hombre con el que nunca habla de política y que se enteró por la prensa de que su hija estaba en las quinielas para ser ministra. Cuando era una niña, le pedía un solo favor: estudia para ser libre. Díaz se licenció en Derecho. En Galicia también están los que mejor la conocen en la arena política. Sus mayores defensores y los que más la critican. “Frente a lo que proyecta públicamente, es bastante insegura, tiene mecha corta”, dice una persona que la conoce bien.

Más allá de una militancia temprana, su carrera política comenzó en Ferrol, ciudad en la que nació en 1971, aunque siendo muy pequeña la familia se trasladó a Santiago. Volvió a la ciudad como abogada laboralista a finales de los noventa y trabajó en su despacho hasta que la política se impuso en su vida. Se lanzó como coordinadora general de Esquerda Unida. “No había nadie, me vi obligada a presentarme”. En 2007 da su primer salto al entrar como teniente de alcalde de Ferrol, en una coalición liderada por el PSOE que acabó como el rosario de la aurora. Su nombre quedó ligado en la ciudad, de tradición conservadora, a una legislatura para el olvido. “La actitud que Yolanda enfrenta ahora día a día en el ministerio es posible que cambie la percepción que se tiene de ella en Ferrol”, confía su amigo el exalcalde de la ciudad Jorge Suárez.

La primera vez que pensó que Pabliño era un tipo brillante, el ahora vicepresidente no era más que un adolescente que hablaba de Gramsci en las reuniones de las Juventudes Comunistas. A él recurrió en 2012, cuando junto al histórico líder nacionalista Xosé Manuel Beiras fundó Alternativa Galega de Esquerda (AGE). Iglesias, que adoraba hincarse un trozo de empanada en cualquier bar de pueblo, fue asesor de la coalición y siempre cuenta que fue allí donde visualizó la idea de un partido nacional. Podemos nacería un par de años después. “El éxito de AGE es de él mismo”, concede Díaz. Obtuvieron nueve escaños en las elecciones gallegas de 2012, un éxito, pero la coalición acabó devorada por las disputas internas.

Iglesias arrastró a Díaz a Madrid como diputada en 2016. “Es una precursora de Unidas Podemos”, asegura el exalcalde de Santiago Martiño Noriega. Dejar Galicia fue su decisión más difícil. Según un compañero de filas, Beiras lo sintió como una traición.

Hay una anécdota que Díaz contó a EL PAÍS en 2009. “Tenía cuatro años cuando Santiago Carrillo —entonces líder del PCE— me besó la mano”. La frase acompaña todos los perfiles que se escriben de ella desde entonces. La ahora ministra aprovecha esta oportunidad para deshacer la idea que quedó de aquel recuerdo. La imagen de que el beso la marcó políticamente. No fue así. Con cuatro años no sabía ni quién era Carrillo. Lo que sintió no fue la revelación divina que se ha propagado, sino más bien incredulidad infantil. “¿De qué planeta viene este hombre que me besa la mano?”.

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Sobre la firma

Inés Santaeulalia
Es la jefa de la oficina de EL PAÍS para Colombia, Venezuela y la región andina. Comenzó su carrera en el periódico en el año 2011 en México, desde donde formó parte del equipo que fundó EL PAÍS América. En Madrid ha trabajado para las secciones de Nacional, Internacional y como portadista de la web.

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