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Jesús Carmona, bailaor: “Llevo toda la vida sometiendo a mi cuerpo a un estrés brutal. Me levanto con dolor todas las mañanas”

El ganador del Premio Nacional de Danza en 2020 presenta su espectáculo ‘Baile de Bestias’ el 19 y 20 de junio en el Teatro Albéniz de Madrid

Jesús Carmona en su estudio en el barrio de Carabanchel, en Madrid.
Jesús Carmona en su estudio en el barrio de Carabanchel, en Madrid.Mara Alonso

Cuesta imaginar que la cantidad de energía que emite el bailaor Jesús Carmona (Barcelona, 38 años) un viernes a las once de la mañana pueda contenerse en un espacio cerrado. Ni siquiera el estudio en el barrio madrileño de Carabanchel, que inaugura hoy. Sin hacer un solo ejercicio de calentamiento, y vestido de Adidas con aires ochenteros, el galardonado con el Premio Nacional de Danza en 2020 y reconocido como Mejor Intérprete Masculino en los Premios Benois de 2021 –los Oscar de la danza–, sube ágilmente a un cajón de apenas 20 centímetros de diámetro, y clava dos pases magistrales bajo la mirada atónita de este periodista, que todavía no ha terminado de digerir el desayuno, y nunca se ha sentido tan carne mortal pegada a unos huesos.

Carmona no deja de moverse ni de sonreír. Dirige la mirada de un lado a otro y entabla conversación con todos a su alrededor. Los días 19 y 20 de junio presentará su espectáculo Baile de Bestias en el Teatro Albéniz de Madrid. Es la segunda parte de una trilogía que se inició con su obra El Salto y concluirá con su próximo espectáculo, cuyo estreno está previsto para septiembre del próximo año. “Son obras que he hecho entre mis 30 y 40 años, y están intrínsecamente ligadas a mi crecimiento personal. Sin haberlo buscado, he ido completando un círculo de autoconocimiento”, explica. “Todo mi movimiento nace de una búsqueda. Yo parto desde desde el lenguaje y el entendimiento del flamenco más tradicional, hasta crear el mío propio”.

Llama la atención al verle la cantidad de energía que desprende. ¿Siempre es así? Yo soy hiperactivo, y eso de pequeño me jugó muy malas pasadas. A los ocho o nueve años tenía una profesora, monja retirada. Le dijo a mi madre que yo debía tener algún tipo de trastorno psicológico, seguramente en aquella época se lo dijo de una manera más bruta diciendo algo como “el niño es tonto”. Sugirió que me llevasen a hacerme unos estudios, ya que no prestaba atención y lo único que me apetecía era cantar y bailar. Finalmente les dijeron: “No se preocupen, su hijo está bien”.

¿Cómo lo ha gestionado en su etapa adulta? Me sirve para ser mucho más productivo. Es cierto que cuando llego al punto en el que tengo que detenerme, lo hago de golpe y a veces hasta me quedo dormido antes de que mi cabeza toque la almohada, porque mi cerebro y mi cuerpo necesitan descansar en algún momento. Pero si estoy despierto, estoy en constante movimiento. No siento pereza por nada; si mi mujer me pide que baje a comprar un helado a las once de la noche, bajo sin ningún problema. Siempre me dice que es increíble lo poco perezoso que soy.

Es admirable en aquellos que alcanzan la excelencia en algún ámbito, cómo logran algo tan simple como dormir bien cada noche, para levantarse al día siguiente y poder trabajar al máximo nivel. Tengo dos hijos, uno de cuatro años y otra de dos, así que hace cuatro años que no duermo más de cinco horas seguidas. Ha habido períodos en los que solo he dormido una hora y media, o incluso menos. Pero al final el cuerpo es sabio y se autorregula. Aunque, he de admitir que ha habido momentos en los que me asombraba seguir en pie.

¿Cómo se concilia la vida familiar con ser uno de los mejores bailarines del mundo? Es muy duro. Lamentablemente, ni la sociedad ni las instituciones están adecuadamente equipadas, ni dispuestas de forma equitativa, para ofrecer una solución viable y digna que permita conciliar la vida familiar con la laboral. Pero al final, si hay un compromiso real con tu familia y tu trabajo, se encuentra la manera de hacerlo. Yo voy todos los días a llevar a los niños al colegio y si puedo voy todos los días a buscarlos. Es muy cansado y no es fácil. Me turno con mi mujer [Lucía Campillo] que también es bailarina y tiene su propio proyecto y su propia compañía, y por suerte tenemos una chica que nos ayuda con todo.

¿Cómo es un día típico en su vida? Mi día empieza a las siete de la mañana. Primero llevo a los niños al colegio y, si surge algún asunto de gestiones, trato de resolverlo antes de llegar al estudio. Allí, suelo dedicar por lo menos siete u ocho horas diarias, sobre todo en épocas como esta en la que tengo funciones. A las cinco de la tarde recojo a los niños del colegio y, si no tengo compromisos pendientes, vamos al parque a jugar. Otras veces me quedo ensayando más tiempo.

¿Cómo logra mantenerse motivado para alcanzar la excelencia después de haber ganado tantos premios? Para mí los premios son como un peso extra en mi mochila. Lo siento como una responsabilidad enorme porque me doy cuenta de que ahora hay muchos más ojos puestos en mí. Un premio tiene que estar respaldado por una carrera.

¿Cuál ha sido el premio que más significado ha tenido para usted? El Nacional, sin duda. Fue a finales de 2020, cuando todavía estábamos en plena pandemia. Mi mujer y yo estábamos fritos de dinero, no te exagero, teníamos como 50 euros en la cuenta. Me había dejado todo en montar El Salto, y cuando las funciones se cancelaron por las restricciones, pues me quedé sin un duro. Me enteré del premio un día que íbamos al Mercadona a comprar macarrones, que era lo único que nos podíamos permitir en ese momento. Ahí estábamos, en el aparcamiento, y me llama la Consejera de Cultura. Te juro que me eché a llorar como un niño, con toda la tensión acumulada por el momento personal en el que me encontraba y la angustia económica que traía encima. Era una época en la que mi mánager no paraba de llamarme todos los días para decirme que se había cancelado otro espectáculo. Fue mi salvación en todos los sentidos.

¿De dónde nace Baile de bestias? Al principio huía del concepto de espectáculo pospandemia. Pero, mira, yo en pandemia pasé por una depresión muy dura, que finalmente superé. Y me di cuenta de que este espectáculo habla precisamente de esa época en la que las bestias cogieron más voz que mi propia voz interior. Fue ese momento en el que todos estábamos encerrados y toda la porquería que uno tiene dentro salió fuera. El que no lo pudo controlar, pues, se fue al hoyo.

¿Hasta entonces mantenía a raya a las bestias? Es que yo, que nunca paro, no les doy tiempo a las bestias. Pero en ese momento en que todo se paró, todas las puertas se abrieron, y salió toda la mierda para afuera. Esta obra ha sido terapéutica porque al final de este proceso creativo me he dado cuenta de que he aprendido a bailar con mis bestias.

¿Cómo plasma todo esto sobre el escenario? El espectador va a ver a dos personas que, al quedarse frente a frente y encontrar un momento de quietud, se les abre un mundo interno y personal. Lo que hacemos es mostrar las vulnerabilidades y miedos de dos hombres, tras un proceso de aceptación que implica enfrentarse a todas las bestias interiores que tenemos: traumas y sufrimientos que hemos vivido, en esos momentos en los que las bestias hablan más fuerte que nosotros. Lo importante cuando tienes un trauma es aceptarlo, trabajarlo y dejarlo ir.

¿Cómo ha evolucionado el impacto emocional de la representación a lo largo del tiempo? Al principio era un espectáculo que dolía. Ahora no duele porque hemos aprendido a entrar en esa emoción desde la respiración, y no tenemos que revivir la emoción para que sea real, ni pasar por el momento traumático. Es como si hubiéramos encontrado una manera de convivir con todo eso, ¿sabes?

Usted habla a menudo de la importancia de mostrar las vulnerabilidades del hombre. Es importante mostrar esto, especialmente a la gente joven, porque a veces parece que retroceden en el tiempo y, sorprendentemente, se muestran más machistas que nosotros, que somos de una generación anterior. Es crucial que la gente joven vea a dos hombres permitirse ser vulnerables.

¿Qué tipo de masculinidad se representa en el flamenco? En El Salto se habla mucho de eso. Lo creé después de enterarme de que iba a ser padre de un hijo varón. Me hice la pregunta de qué tipo de padre iba a ser, y quise ser un reflejo coherente conmigo mismo para él. Fue como si se me quitaran las gafas, y comenzó un estudio personal sobre lo que significa ser un hombre. Me di cuenta de que no me identifico con muchos de los estereotipos que a menudo se asocian a los hombres. A mí, por ejemplo, no me da miedo tocar a otro hombre, ni sentarme con las piernas cruzadas en una posición que tradicionalmente se considera femenina.

¿Cómo ha influido este proceso en su manera de bailar? Antes mi imagen era mucho más recta y rígida, con muchos más patrones patriarcales. La masculinidad en el baile suele representarse como una línea recta, mientras que los patrones femeninos son más curvos; por eso el baile del hombre es mucho más recto, y así era yo también. Pero llegó un punto en el que entendí que somos como una moneda con dos caras, y que dentro de nosotros tenemos tanto feminidad como masculinidad. Depende de qué cantidad de energía de cada una utilices en cada momento. Romper los moldes de la masculinidad cambió mi forma de bailar. Me quité mucha rigidez y, sobre todo, me empoderé. Antes buscaba más la aceptación de los demás que la mía propia. Ahora lucho por encontrar esa curva en mi baile, esa parte más fluida, y abrazar también mi feminidad.

Usted tuvo una vocación tempranísima. Empezó a bailar flamenco con seis años y ballet con nueve. ¿En qué momento alguien se dio cuenta de que usted tenía más talento de lo habitual? Sin querer sonar pedante, porque es la realidad, te diré que desde el principio. Mi primera profesora, Sonia Poveda, que es la hermana del cantante Miguel Poveda, lo notó. Cuando yo tenía siete años, habló con mi madre y le dijo que había que meterme un poco más de caña porque tenía potencial.

¿Y qué hicieron sus padres? No tenían ni idea de flamenco, pero tuve mucha suerte porque Sonia le explicó a mi madre cómo debía aprender las bases. Mi madre es una persona muy recta y exacta. Si la profesora le decía que tenía que escuchar flamenco todos los días, ella se aseguraba de que yo pasara media hora, con el reloj en mano, escuchando flamenco.

¿Cree en el talento natural? Sí, definitivamente, yo creo que la danza me eligió a mí. Mi madre siempre cuenta que desde que era pequeño, en cuanto escuchaba música, no podía evitar querer bailar. Y fui yo quien insistió a mis padres para que me llevaran a clases de baile. La verdad es que nunca he querido hacer otra cosa, y, sinceramente, no sé hacer otra cosa. Tampoco tengo hobbies, o sea, no me gusta el fútbol, leo de vez en cuando, pero tampoco soy un devorador de libros. Si tengo tiempo libre, lo que realmente prefiero hacer es bailar. Esto es mi vida entera.

¿Ha supuesto algún sacrificio para usted? Claro, yo sacrifiqué mi infancia entera. No iba a cumpleaños, ni a discotecas. Mi madre me recogía del colegio, me daba un tupper con algo de comer en el metro, y luego me llevaba a bailar. Estaba allí hasta las nueve y media de la noche todos los días, y eso incluye sábados y domingos. Y ahora mismo me duele mucho el cuerpo. Por las mañanas cuando me levanto, mi cuerpo necesita como una hora para volver en sí. Es que no estamos hechos para adoptar ciertas posiciones y yo llevo toda la vida sometiendo a mi cuerpo a un estrés brutal. Estoy convencido de que voy a tener una vejez de lo más complicada.

¿Le desearía a sus hijos este tipo de vida? No, excepto si es su pasión. Mi objetivo como padre es que descubran cuál es su pasión, y que no se conviertan en trabajadores tristes. Yo creo que todo el mundo tiene una vocación y solo consiste en seguir buscando.

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