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MoonSwatch: por qué la alianza entre Swatch y Omega está revolucionando el sector relojero (y provocando colas en sus tiendas)

La colección Bioceramic MoonSwatch, lanzada este mismo año, rompe un puñado de prejuicios y abre nuevas posibilidades para ensanchar los límites de la gran relojería

Modelo Bioceramic MoonSwatch en versión Uranus.
Modelo Bioceramic MoonSwatch en versión Uranus.Swatch

El mundo de la relojería es dado a las grandes pasiones. Hay coleccionistas que rastrean tiendas y anticuarios en busca de modelos olvidados, fans que atesoran archivos completos de ciertas marcas, ediciones limitadas y exclusivas que se agotan en cuestión de minutos, y novedades de precios astronómicos que venden todos sus ejemplares antes de salir oficialmente a la venta. Y, sin embargo, el fenómeno generado por Moonswatch, la colección lanzada este año como colaboración entre Swatch y Omega, ha generado imágenes nunca vistas. De Japón a Francia, pasando por Australia, colas interminables se han formado a las puertas de las tiendas Swatch donde se ponía a la venta. Algunos incluso pasaban la noche al raso para no perder su turno, tal y como han documentado las redes sociales y los medios de comunicación. A primera vista, demasiado ajetreo por un reloj. Pero, a poco que se profundice, lo que emerge es un fenómeno sin precedentes: una alianza entre dos relojeras complementarias que refleja como pocas el momento que vivimos. Y una nueva forma de entender la relación entre la relojería de lujo y la dirigida a públicos más amplios.

No es un fenómeno aislado, pero sí relativamente reciente. Tradicionalmente el sector del lujo ha jugado en una liga propia, la de la artesanía exquisita, los materiales nobles, las tecnologías vanguardistas y el coleccionismo. Había pocas colaboraciones, y las que surgían pertenecían a su mismo universo. Sin embargo, algo está cambiando. Las colaboraciones entre Gucci y Adidas, Balenciaga y Crocs o Raf Simons y Eastpak han establecido un nuevo modo de hacer las cosas para enriquecerse con otras propuestas, abrirse a nuevos mercados, modernizarse o incluso experimentar sin más. En esta amalgama de posibilidades y elucubraciones hay que subrayar la revolución que ha supuesto el nuevo Bioceramic MoonSwatch, un soplo de aire fresco y límpido para estas dos marcas líderes en sus respectivos ámbitos. Cada una aporta lo mejor de su historia, de su personalidad y el resultado está siendo una auténtica fiebre.

Por un lado, Swatch, la empresa que salvó de la debacle a la relojería suiza a principios de los ochenta gracias a sus sorprendentes y atrevidas piezas que aprovecharon las bondades y las posibilidades del plástico unidas a la energía que imprimían las pilas de cuarzo. Relojes asequibles para cualquier bolsillo que aportan un plus de exclusividad a través de colaboraciones y ediciones de coleccionista con un interminable elenco de artistas y diseñadores, tal y como se vio el año pasado en la instalación que la marca incluyó en la exposición dedicada a Matador en el Madrid Design Festival. Ese listado de colaboradores incluye nombres de auténtico vértigo: Keith Haring, Alfred Hofkunst, Christian Lacroix, Hackett, Aristocrazy, Damien Hirst, Alessandro Mendini, Vivienne Westwood, Zanaka, Mika, Markus Linnenbrink, Pedro Almodóvar, Boa Mistura, Kiki Picasso, Jeremy Scott, Yoko Ono y museos como Thyssen-Bornemisza, Rijksmuseum, MoMA, Pompidou o Louvre. En los últimos tiempos, además, se han unido a su propia revolución sostenible introduciendo nuevos materiales más ecológicos y reciclados.

El otro invitado a este lujoso banquete es Omega, una manufactura que se remonta a 1848, cuando un joven de 25 años llamado Louis Brandt funda un taller en La Chaux-de-Fonds, un paraíso en medio de los valles y montañas de Suiza. Sus cronómetros de combate para las unidades de oficiales del Real Cuerpo Aéreo Británico o la aparición de su modelo Seamaster (el primer reloj resistente al agua) fueron algunos de sus iniciales momentos estelares. En 1957 fabricaron el Speedmaster que, años más tarde, alcanzó la gloria al pisar la Luna a bordo del Apollo 11 en 1969: desde entonces se le conoce como Moonwatch. ¿Por qué él y no otros? La NASA sometió un puñado de relojes de varias firmas a estrictos tests de resistencia, pero solo el Speedmaster de Omega superó con nota las pruebas, así que el organismo espacial lo consideró en 1965 como el ‘Reloj certificado oficialmente para todas las misiones tripuladas’.

Tres variaciones cromáticas: relojes Bioceramic MoonSwatch dedicados a la Luna, el Sol y la Tierra.
Tres variaciones cromáticas: relojes Bioceramic MoonSwatch dedicados a la Luna, el Sol y la Tierra.Swatch

Estas son los dos legados que confluyen en el nuevo Bioceramic MoonSwatch. Visionario y provocativo son dos buenos apelativos para describir esta innovadora versión del icónico Speedmaster Moonwatch que ha recibido el visto bueno de Gregory Kissling, director de diseño de Omega. Una íntima vinculación que ha desembocado en una colección de once ejemplares que comparten su nombre con los de ciertos cuerpos planetarios, y cada uno de los relojes se amolda a algún rasgo distintivo de esos fascinantes y lejanos seres celestes. Vamos a ello: Urano (color azul pálido); Plutón (gris y burdeos); Venus (rosa pálido, quizás el más femenino); la Tierra (verde y azul); Marte (blanco y rojo intenso); Saturno (beige); Neptuno (azul profundo y helado); el Sol (amarillo); la Luna (negro, el más parecido al Moonwatch original); Mercurio (negro y gris antracita); y Júpiter (gama de ocres).

Todos los modelos son cronógrafos, visten tres subesferas asimétricas, una escala taquimétrica con un punto sobre el 90 (características propias del Speedmaster Moonwatch) y están fabricados en Bioceramic, un material patentado por Swatch compuesto por dos tercios de cerámica y uno derivado del aceite de ricino. Un detalle: en la tapa de la pila se observa la representación de su astro correspondiente. La caja es de 42 mm, con la corona y los pulsadores protegidos, las asas tradicionales de Omega con forma de lira. Todos los relojes son herméticos hasta 30 metros y cuentan con una correa de velcro que le confiere esa elegancia cosmonáutica. Cuestan 260 euros y, además, no son una edición limitada sin más, sino un proyecto en marcha que, no contento con haber puesto patas arriba los prejuicios del sector, aspira a abrir nuevos horizontes. Igual que los cosmonautas que, con un Omega en el antebrazo, no tuvieron inconveniente en salir al espacio exterior para ensanchar nuestro mundo.

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