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‘Novie’, amante, marido, ‘refresquín’: el laberinto de etiquetar a nuestras parejas en 2022

En una nueva realidad social en la que se imponen relaciones de diferentes tipos o que van más allá de dos, el debate sobre cómo referirse a la persona con la que se comparte casa, facturas, hijos o simplemente sexo y amistad surge en las redes

Goldie Hawn y Kurt Russell son una de las parejas más duraderas de Hollywood, pero nunca se han casado.
Goldie Hawn y Kurt Russell son una de las parejas más duraderas de Hollywood, pero nunca se han casado.Kypros (Getty Images)

Las cosas solían estar más o menos claras: si se empezaba a ir en serio con alguien, al cabo de un tiempo se pasaba a llamar a esa persona novio o novia. Si había boda, automáticamente se cambiaba el término por marido y mujer. Y para estadios de compromiso más ligeros, había a disposición del hablante todo un abanico de opciones que iban variando en función de la geografía y de la jerga del momento: pibas, churris y demás. Dicen que cuando la periodista Letizia Ortiz empezó a salir con el entonces príncipe Felipe, lo llevaba a las fiestas y lo presentaba a sus amigos como “mi chico”, como una manera de quitar hierro a lo que se avecinaba.

Pero toda esa convención más o menos reglada parece haber saltado por los aires. Por un lado, ha aumentado el uso del vocablo de género neutro pareja, que deja en el aire si nos referimos a un hombre, una mujer o una persona no binaria, y por otro se ha problematizado lo de marido y mujer. En primer lugar, hay cada vez menos gente que pueda llamarse así porque el número de bodas cae en picado (entre 1996 y 2021 descendió un 24%, según datos del INE), pero también sucede que hay parejas casadas que lo evitan porque suena antiguo y encuentran cuestionable el término mujer (dado que al marido no se le denomina hombre). Y luego están las parejas que no han firmado documento alguno y usan pareja porque llevan mucho tiempo juntas o han tenido hijos y les da apuro —o se les queda corto— referirse a alguien con quien tienen a medias una hipoteca como novia o novio.

“Yo a veces digo ‘mi marido’ aunque no estamos casados para ir más rápido si hablo con gente en un contexto más formal, como en mi trabajo”, explica Núria Termes, de 42 años, que tiene tres hijos con su pareja. “Hablando en catalán, utilizo el meu home”. Esa palabra, mi hombre, se ha usado tradicionalmente en sustitución del más formal marit y hace una equivalencia con la meva dona, es decir, mi mujer. En castellano, en cambio, nadie dice mi hombre como respuesta al mi mujer que casi siempre sustituye a mi esposa en el registro coloquial. “Me hace mucha gracia como expresión”, admite Termes. “Antes de los hijos decía novio. No uso pareja porque me resulta un poco artificial, aunque la verdad es que me solucionaría el tema”.

El debate en torno a pareja

En torno al uso creciente del término pareja entre personas heterosexuales hay un debate que emerge cada cierto tiempo, también en el ámbito anglófono. ¿Debería la gente heterosexual usar el término pareja?, se preguntó la web de estilo (y no exclusivamente LGTB) InsideHook el año pasado. “No me gusta cuando la gente cishetero utiliza partner [pareja] para describir a su pareja heterosexual. Yo, un maldito maricón [SIC], aún no me siento cómodo llamando a mi novio pareja. Creo que llamar a sus novios o esposos pareja es algo autoindulgente y pomposo para la gente cishetero”, opinaba en 2020 un tuitero.

Esto lo colgó en Twitter hace ya dos años un consultor de sostenibilidad estadounidense llamado Michael Hansen y apunta a una opinión que se escucha cada vez más, medio en serio, medio en broma: cuando los heterosexuales cisgénero dicen pareja, algunas voces de la comunidad LGBTQ consideran que les roban ese término, muy usado por su amplitud semántica o, en un ámbito donde alguien quiere guardar privacidad, indicar que está en una relación sin revelar el sexo del otro miembro. “No pasa nada con los heteros llamando partner a sus novios y novias, pero cuando lo hacen para parecer modernos o esconder que no son heteros es a) muy obvio y b) muy irritante”, le respondía otro tuitero, Javier.

En inglés, la palabra partner, entendida como “mitad de una pareja heterosexual”, ya aparece hasta en El paraíso perdido, de John Milton, en pleno siglo XVII, pero quedó sellada a las parejas queer tras la epidemia del sida en los ochenta, cuando se hizo evidente que era necesario un término (y una legislación) para las personas del mismo sexo que mantenían una unión estable y duradera, pero que no tenían ningún vínculo a los ojos de la ley y, por tanto, no disfrutaban de derechos a la hora, por ejemplo, de visitar a sus parejas en el hospital o de permanecer en las casas que ambos habían ocupado si uno de los dos fallecía.

Ya a finales de los setenta, algunas leyes locales en Estados Unidos, como la Ordenanza de No discriminación por orientación sexual de Berkeley, aprobada en 1978, dejaron por escrito la idea de domestic partner (compañero doméstico) como lo más parecido a un esposo del mismo sexo. Lo explicaba un lingüista llamado Peter Sokolowski, encargado de actualizar el diccionario Merriem Webster, en un artículo de la web femenina Refinery29 titulado Nosotras y nuestras parejas, ¿por qué es tan difícil saber cómo llamar a tu media naranja?, en el que la autora, una mujer cisgénero y heterosexual, se preguntaba si al utilizar el más progresista pareja no estaría incurriendo en algo parecido a la apropiación cultural.

“Antes, cuando decía ‘pareja’ sí pensaba que la gente podría pensar que soy lesbiana, y yo misma al oírlo infería que se trataba de alguien del mismo sexo, pero ya no me pasa, quizá porque está más extendido, y suelo referirme así a mi novio”, dice Jessica Fernández, una comunicadora de 39 años que actualmente vive en Japón. “Yo no pienso si es chico o chica porque me da igual”, apunta su amiga Esther Esteban, que se dedica a la producción cinematográfica en las Islas Canarias y también roza los 40. “Llevo seis años con mi chico y me refiero a él de manera informal así, como mi chico. O a veces mi churri o el padre de mi hija”. Esta última, por cierto, también se está extendiendo en familias con hijos, pero también plantea algunos problemas, puesto que quien la oye puede inferir que sea una pareja separada.

Dos mujeres con traje de novia durante una manifestación a favor de la legalización del matrimonio igualitario en París.
Dos mujeres con traje de novia durante una manifestación a favor de la legalización del matrimonio igualitario en París. EFE/EPA/IAN LANGSDON

A Júlia Codina, politóloga de 27 años, pareja le suena menos posesivo que novio. “No pretendo ser gender neutral, pero por lo que sea me suena mejor y no creo que cuente como apropiación de nada. Creo que es bueno y se debería extender más su uso”, dice. Como mucha otra gente, en general evita los apelativos cariñosos fuera de la intimidad (”nada de mi amore”) y prefiere esquivar cualquier tipo de cargo a las personas con las que está. La solución, para ella, es utilizar siempre que sea posible el nombre de pila. “Yo hago lo mismo”, reconoce Natalia Rodríguez, publicista de 39 años. “Pero en general me he dado cuenta de que digo pareja cuando quiero sonar más fina”.

Adaptarse al registro y a la situación es en realidad lo más habitual: utilizar marido o mujer, independientemente de si haya habido boda o no, cuando se habla con el empleado del banco, con el presidente de la escalera o con un posible casero o empleador y novio o novia o pareja en otro tipo de contextos.

Más allá de dos

Fuera de la monogamia también se plantean nuevas dudas ¿Cómo llamar a aquellos con los que se mantiene una relación poliamorosa estable? ¿O a una sucesión de parejas que pueden solaparse en el tiempo? Ahí también están surgiendo soluciones creativas. Alfonso Blanco es un fotógrafo de 29 años que lleva bastante tiempo alejado de la idea de la pareja tradicional: “A veces digo pareja, aunque no mucho. Y novio, novia o novie no me gusta porque no tengo relaciones monógamas”. Alfonso aporta un clásico muy connotado: amante. “Me gusta la posibilidad de hablar de amantes, en plural. Reconozco que le tengo respeto a la palabra novie, pero al final, aunque sea poliamorosa, los códigos y la terminología que existen son los de la monogamia y el amor romántico y me tengo que adaptar. No me molesta que los cisgénero heterosexuales utilicen pareja ni lo veo como apropiación cultural. Como persona bisexual intento no pensar de manera homonormativa”. La única ocasión, dice, en la que adoptó el novia fue cuando salía con una chica cis y heterosexual y ambos estaban de viaje en el extranjero.

Su amigo Marcos Bartolomé, investigador y profesor de 27 años, también se ha encontrado con esa disyuntiva. “Como persona no monógama, intento evitar la palabra novio, aunque también ha habido veces en las que la he utilizado conscientemente para dar legitimidad a mi vínculo sexoafectivo, porque siento que si no, no se le va a la importancia que esa persona tiene en mi vida. A veces fuerzo el novio y otras veces lo evito con todo tipo de estratagemas, como utilizar palabras en asturiano. Entonces digo mi refresquín o mi refresco, que es una manera asturiana de decir amante sin darle mucha contundencia. Si dices amante, la gente ya entiende que no hay exclusividad, pero si dices novio sí”.

En realidad, las lenguas siempre han buscado maneras de poner palabras a realidades complejas y con muchos matices. “Mis padres, de 74 y 68 años, siempre dicen companheiro y me parece súper bonito”, explica Marinha Pino. Ella, de 34, es más de pareja cuando la tiene, la palabra que parece llamada a imponerse, a no ser que todos los hablantes del español se pongan de acuerdo por fin y miren a Chile, que ya tiene las mejores palabras para lo del amor romántico medio estable: pololo y polola.

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