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David Rockwell, arquitecto: “¿Cómo se protege una tienda única? No todo puede ser Starbucks”

Visitamos las oficinas neoyorquinas del primer arquitecto en ganar un premio Tony y dos premios Emmy. El estudio de arquitectura y diseño Rockwell Group cumplirá 40 años en 2024 y es responsable de más de 100 decorados de Broadway y de escenarios como el de la 93 edición de la entrega de los Oscar

David Rockwell
Retrato del arquitecto y diseñador David Rockwell.Brigitte Lacombe
Use Lahoz

En el edificio de Union Square donde se hallan las oficinas de Rockwell Group, el estudio de arquitectura y diseño de David Rockwell que cumplirá 40 años en 2024, hay un cuarto insonorizado con un piano Steinway y un viejo sillón Eames fabricado por Hermann Miller. Si David Rockwell (Chicago, 67 años) no está en su despacho, es muy probable que se encuentre allí ensayando solo o en compañía de su profesor particular. Arquitecto y diseñador, David Rockewll es un prolífico creador de espacios y el primer arquitecto en ganar un premio Tony y dos premios Emmy. Es culpable de más de 100 decorados para Broadway (premio Tony por She Loves Me en 2016), de escenarios como el de la 93 edición de la entrega de los Oscar, de más de 500 restaurantes (empezando por Sushi Zen y siguiendo con clásicos neoyorquinos como New Union Square Cafe, el italiano Carlotto, el luminoso Zaytinya –a cargo de su amigo José Andrés, impecable homenaje a los azules de Grecia y a Gio Ponti–, o el impresionante Sake No Hana, puro refinamiento japonés), de 125 hoteles (el New Edition, el futuro W de Union Square que abrirá sus puertas el próximo 2024 o el Raffles de Boston), de teatros como el Hayes de Broadway o el Anthem de Washignton, de parques infantiles, de salas de espera de estaciones, de más de 40 colecciones de productos, de los Bathhouse de Manhattan, de la terminal Jet Blue del aeropuerto JFK, de una Universidad como la John Hopkins de Washington -con un sofisticado interior respaldado por murales del etíope Elias Sime y la brasileña Sandra Cinto, un trabajo en el que según Michael Kimmelman, el crítico de arquitectura del New York Times, “David Rockwell y su Rockwell Group, especialistas neoyorquinos en teatro y hostelería, han convertido el atrio del centro en un hermoso y soleado complejo de aulas en terrazas y espacios de descanso”- , y hasta de una escuela como la Blue School, proyectos alrededor de los cuales siempre pivota la misma idea principal: la gente.

A día de hoy, Rockwell Group cuenta con oficina en Madrid y en Los Ángeles y con trescientos empleados. En estos 40 años Rockwell Group ha trabajado para chefs y restauradores como Nobu (Robert de Niro), Matsuhisa, Alain Ducasse, Daniel Boulud, José Andrés, Jean-Georges Vongerichten, Danny Meyer, Gordon Ramsay, Marcus Samuelsson, Melba Wilson y un largo etcétera.

El restaurante italiano Carlotto diseñado por Rockwell en Nueva York.
El restaurante italiano Carlotto diseñado por Rockwell en Nueva York.Evan Sung

Entre los recientes proyectos de David Rockwell en Nueva York sobresalen el diseño de la entrada, el vestíbulo y el restaurante del Perelman Performing Arts Center en pleno World Trade Center, notable obra del estudio Rex, hogar para artistas emergentes o consagrados del teatro, la danza, la música, la ópera y el cine. El edificio fue concebido como un cubo de 42 metros de altura cuyo exterior está forrado por un mosaico de casi 5.000 piezas de mármol portugués luminiscente, laminado en ambos lados con vidrio.

Por otro lado, en el High Line, destaca The Shed –centro cultural diseñado por Diller Scofidio + Renfro como arquitecto principal y Rockwell Group como asociado–. Una estructura innovadora de 18.580 metros cuadrados, un edificio flexible que puede desplazarse, expandirse y contraerse haciendo rodar la cubierta telescópica sobre raíles, tal y como hacían los trenes que atravesaban el pasado industrial High Line y West Side Railyard. A su lado está el rascacielos residencial 15 Hudson Yards, proyectado por Diller Scofidio + Renfro con David Rockwell como arquitecto jefe de interiores. En la misma zona, Rockwell se encargó del diseño del Equinox Hotel New York, donde llama la atención la terraza con esculturas de Plensa que se asoma a las aguas del Hudson.

En una pared del despacho de David Rockwell cuelga un boceto del escenario de un Otello bajo el que se lee una cita de la obra de Shakespeare –“Sabemos lo que somos pero no sabemos lo que podemos ser”– acompañado de una dedicatoria: “Para David, que no solo tiene la visión para saber lo que ‘puede ser’, sino también el arte para hacerlo realidad, te honramos por tu inspirado liderazgo y dedicación al teatro público”. Ya sea teatro, escuela o restauración, las escenografías y los interiores de Rockwell tienen algo de plaza del pueblo, espacios para el recuerdo, que se pueden activar de diferentes maneras, con colores vivos o con muros con vegetación, vestíbulos familiares en los que se cruza la gente y que parece que lleven allí toda la vida, restaurantes que se desarrollan como una serie de instantáneas, irremediablemente episódicos.

David Rockwell abre la puerta y saluda. Sujeta en una mano un zumo de limón y menta con mucho hielo. Viste levi’s y jersey negros.

Retrato actual del arquitecto David Rockwell.
Retrato actual del arquitecto David Rockwell.Brigitte Lacombe

Cuándo usted era niño y le preguntaban qué quería ser de mayor, ¿qué respondía? Cambiaba de respuesta con gran facilidad. Al principio quería ser pianista. Mi padre tocaba el piano y siempre hubo uno en mi casa pero nunca toqué tan en serio como me gustaría. Por suerte, hace seis años empecé a tomar clases. Conocí a un gran pianista llamado Seymour Bernstein, que tocó una vez para Leonard Bernstein y que acaba de cumplir 97 años. También quería ser mago. Y entre medias siempre estaba construyendo cosas, porque de manera natural estaba interesado en cómo reunir a la gente para momentos de celebración. Eso es algo que viene en parte porque tuve muchas pérdidas tempranas en mi vida y muchas transiciones. Mi padre murió cuando yo tenía tres años y medio. Mi madre se volvió a casar y luego nos mudamos a Nueva Jersey. Entre esas transiciones me encontré con el teatro.

¿Qué tienen en común un teatro y un restaurante? Muchas cosas, son lugares donde se reúnen las comunidades. Conectar a la gente es lo más importante de mis proyectos.

¿Cuándo supo que iba a tirar por el camino artístico? Tal vez el año en que fui a la escuela de arquitectura, con 18 años. Influyó mucho el hecho de vivir en Guadalajara (México) de los 12 a los 18 años. Entonces hablaba mucho español, ahora no, lo siento, y si lo hago es con un acento mexicano. En México me interesé mucho por la arquitectura pública gracias a los preciosos mercados de Guadalajara, las plazas, el clima cálido, los colores, las plazas de toros... Así que fui a la escuela de arquitectura con la idea de que sería algo interesante. Sin embargo, no estaba seguro de que la arquitectura fuera lo mío hasta el segundo o tercer año, porque el programa estaba enfocado en el movimiento moderno con puntos de vista muy rígidos que yo no compartía.

De Guadalajara, Jalisco, era Luis Barragán, allí realizó sus primeras obras... Fue una de mis mayores influencias.

Precisamente le iba a preguntar por ellas. La más importante es mi madre, que era bailarina. También el escenógrafo Boris Aronson, uno de los más grandes escenógrafos del siglo XX; Maxfield Parrish, el pintor, porque estaba muy interesado en sus colores, y Luis Barragán, seguro.

Imagen del hotel New Edition Edición Rivera Maya.
Imagen del hotel New Edition Edición Rivera Maya.Nikolas Koenig

Es arquitecto de formación y diseñador de vocación, ¿cómo pasó de uno a otro? Creo que la arquitectura es una buena formación porque aprendes a resolver problemas espaciales y a colaborar. Eso es muy importante. Cuando creé mi propio estudio en 1984, lo primero que me ofrecieron fue un restaurante. Yo no sabía nada acerca de los restaurantes. Yo sabía más sobre el teatro. Pero el restaurante fue un gran éxito y lanzó mi carrera. Ocho o nueve años después empecé a entender que la forma en que funciona el mundo es a partir de colocar una caja alrededor de la gente. Así pensé en las cuatro cosas que interesaban a mi estudio: hospitalidad, celebración, movimiento y contar historias, y a partir de ahí pude encarar otro tipo de proyectos.

¿Qué representa para usted el teatro? Para mí es muy interesante porque tengo que ver cómo unir diseño, música, lenguaje e iluminación para crear un recuerdo que dure toda la vida. Los arquitectos queremos crear edificios permanentes. Los diseñadores teatrales crean algo que dura dos horas. Es totalmente diferente. Aunque sea la misma obra, cada noche se termina. Y quizá porque siempre he sido consciente de que la vida no dura para siempre, entiendo lo importante que es tener momentos de conexión y de celebración. Esas son las dos polaridades: la creación de edificios que duran para siempre y la creación de momentos que deben duran para siempre.

Una de mis películas favoritas es Tio Vania en la calle 42, de Louis Malle, los ensayos de una obra de teatro que se desarrollan cerca de aquí... ¿Cuál es su obra de teatro favorita? Me gusta Shakespeare, claro... pero no tengo una obra de teatro favorita. Mi obra favorita es la que aún no he hecho. Ahora mismo estamos haciendo La Duda, premio Pulitzer de John Patrick Shanley. Hay una versión cinematográfica con Meryl Streep que a mí me parece fascinante, trata sobre un sacerdote católico y la mujer que dirige el convento. ¿Cómo actuar ante la duda, ante la idea de incertidumbre? Es interesante en estos momentos porque vivimos un presente muy polarizado en el que todo el mundo está seguro de que eres de derechas o de izquierdas y no hay nada en medio.

Perelman Performing Arts Centre, proyecto que Rockwell ha diseñado recientemente.
Perelman Performing Arts Centre, proyecto que Rockwell ha diseñado recientemente. Adrian Gaut

Cuando usted empezó a diseñar restaurantes no se consideraban una oportunidad para el diseño como lo son ahora. Ha cambiado la importancia y visibilidad de los chefs, lo mucho que cocinamos en casa, lo mucho que comemos fuera... ¿influye la cocina en el diseño? Debe influir, lo más importante en un restaurante es la comunión entre el chef, el diseñador y el “productor”. Trabajamos juntos. La gente se da cuenta de que cuando una de esas cosas no funcionan. Hay un dicho que decimos en teatro: no es bueno que el público salga silbando el decorado en vez de silbar la música, y lo mismo pasa con un restaurante. Si sales de uno preguntándote por qué era tan bonito y la comida no era estupenda, no creo que dure mucho tiempo. Cuando puedes encontrar esa unión es formidable. Creo que fue lo que pasó con Nobu. Robert de Niro y yo creamos un lugar que era único y creo que el servicio, la comida y el diseño están tan unidos que permitió su expansión de una manera natural y auténtica.

¿Qué importancia tiene la iluminación en sus obras? Es lo número uno. Mi interés por la iluminación dio un giro cuando nos mudamos a México, porque la calidad de la luz en Guadalajara es increíble. Luego, ya en la escuela de arquitectura, me tomé un semestre libre y trabajé en Broadway para un diseñador de iluminación, y entendí cómo con la iluminación se establece el estado de ánimo de inmediato. Es multicapa, la luz en las caras en el restaurante, el color de la comida, diferentes planos y escenas que componen una secuencia, aspectos que muchas veces son invisibles para el cliente, empezando por cómo te ves, por cómo te sientes. Afecta a todo.

¿Cómo se adapta el diseño de un restaurante a la historia de una cocina y al mismo tiempo a la historia de una ciudad y a las tradiciones de su cultura? Esas son muchas preguntas, creo. Diseñando una obra de teatro empiezas leyendo el guion y entiendes la historia escena a escena. Con el restaurante, el guion que construimos es una conversación con el chef entendiendo el lugar y su cultura. No es lo mismo un restaurante en Nueva York que un restaurante en México. En un restaurante es importante la comida pero también algo tan simple como una silla. Piensa en lo personal que es la silla y en cuánto tiempo vas a estar sentado en ella. ¿Es una silla de una hora y media? ¿Es una silla de dos horas?

El restaurante Sake No Hana, en el neoyorquino Lower East Side, es puro refinamiento japonés.
El restaurante Sake No Hana, en el neoyorquino Lower East Side, es puro refinamiento japonés.Michael Kleinberg

Me interesó mucho el espacio recién inaugurado en el Perelman Performing Arts Center, ¿cómo se enfocó este proyecto? Estoy muy agradecido de que me incluyeran en ese proyecto porque trabajé para la reurbanización del centro de Nueva York tras el 11-S y he vivido en el Bajo Manhattan durante más de 30 años. No podemos olvidar que estamos en un teatro, en un centro del arte. Queríamos crear un espacio que fuera como un abrazo. Si subes las escaleras, lo primero que ves es el techo. No se ve el suelo. Así que dijimos vamos a pensar que el techo es la bienvenida y vamos a crear una especie de flujo que invite a la gente a adentrarse en el edificio. Tiene algo de Barragán, claro, contracción, decontracción, las sorpresas... Por otro lado, como el edificio es muy duro, queríamos superficies suaves, texturadas y acogedoras, con paredes de fieltro, lámparas de madera e iluminación integrada en los perfiles. Hay muchos sitios para sentarse, pero cada uno crea una pequeña zona. Una de las cosas que aprendí cuando me mudé a México fue que allí el ritmo de vida es más lento, hay más tiempo para sentarse a tomar un café y conversar. Cuando vas al teatro en Europa, antes y después hay espacio para tomar una copa. Así que fue genial estar en un proyecto donde había una parte del vestíbulo que tendría su música y amplios lugares para sentarse y comentar antes y después del espectáculo y comer algo, porque una de las cosas que considero más sagradas en los edificios es que el público reaccione unido.

Usted opina que la vegetación es una especie de software de la vida humana frente al hardware de los edificios, ¿hasta qué punto es importante la vida silvestre, biológica y natural en las ciudades actuales? Creo que es fundamental, cuando la gente me pregunta cuál es mi edificio favorito de Nueva York siempre digo que es Central Park. La vegetación está en un edificio o está en Union Square, que es un parque de bolsillo, ya sabes, pero creo que los espacios verdes son los que hacen la ciudad habitable. Una de las cosas buenas de Nueva York es que tiene 600 parques por todas partes e intentamos incorporarlos a todos nuestros proyectos siempre que podemos.

Al hilo de esta pregunta, desde su punto de vista ¿qué ha aportado el High Line a Nueva York? Bueno, yo caminaba por él cuando era sólo una línea de ferrocarril cubierta de maleza. Y creo que ha disparado la imaginación de la ciudad. Nos ha permitido ver Nueva York desde una perspectiva diferente. Solíamos observarla desde abajo o desde arriba, no desde el centro, como ahora, y también permite atravesarla a otra velocidad. Así que creo que ha sido un acierto que ha traído una transformación importante.

Centro cultural The Shed, proyecto de Rockwell junto a Elizabeth Diller.
Centro cultural The Shed, proyecto de Rockwell junto a Elizabeth Diller.

¿Cómo puede Nueva York combatir la invasión constante de malos rascacielos? Creo que hay cosas que podemos hacer al respecto. Una es entender que la historia de Nueva York es una historia de supervivientes. Todo el mundo mira al cielo pero también hay que mirar al suelo: a todas las tiendas. ¿Cómo se protege una tienda única e interesante? No todo puede ser Chipotle Mexican Grill o Starbucks. ¿Cómo evitar la uniformidad? Creo que hay que replantearse cómo utilizar esos espacios, la forma de abordar la planta baja y los rascacielos. No sé la respuesta, es una pregunta complicada. Después de la destrucción de Penn Station empezaron los landmarks en Nueva York. Puede que haya suficiente alarma entre los neoyorquinos para decir que tiene que haber algún proceso de evaluación. Pero entonces hay que averiguar quién va a evaluar, quién va a tomar la decisión, cuáles son los criterios... es una conversación interesante, pero no tengo una respuesta.

¿Y qué significa Nueva York en su carrera? Yo sabía que tarde o temprano me iba a establecer en Nueva York. Me encantaba la fricción de la ciudad y su energía. Es donde está basado mi negocio a pesar de que tenemos una oficina en Madrid y otra en L.A. Nueva York tiene muchas capas. Me defino como un neoyorquino que ama la ciudad y que más o menos se ha pasado la vida estudiándola y tratando de mejorar pequeñas partes de ella.

Resulta espectacular el resultado de su colaboración con Elizabeth Diller en The Shed, ¿cuál es el punto de unión entre ustedes? Éramos amigos y había una solicitud de propuestas, un concurso, por parte de la ciudad. 12 años antes de que abriera The Shed, Liz y yo habíamos trabajado juntos en un par de cosas a menor escala. Yo la invité a un proyecto que estábamos haciendo en Hong Kong y luego hicimos juntos el Mirador alrededor de la zona cero en 2002. Cuando vimos esta propuesta de reparación decidimos unir fuerzas.

¿Cuáles son los retos para un arquitecto vinculado a Nueva York como usted en términos de vivienda, materiales y rendimiento espacial ante el cambio climático? Son enormes. Es una ciudad improbable, inverosímil. Está tan comprimida y es tan densa que creo que está llena de retos. Todo arquitecto sabe que el cambio climático es un problema. Pero el hecho de que los políticos aún no estén convencidos de ello es alucinante, pero creo que hay decisiones cotidianas que podemos tomar en términos de sostenibilidad. Liz Diller y yo estamos de acuerdo en que como arquitecto no te limitas a responder a un cliente, sino que puedes hacer cosas... Yo estoy trabajando ahora mismo en un proyecto del que no puedo hablar demasiado sobre la sostenibilidad para una nueva organización sin ánimo de lucro para concienciar sobre ello.

El otro día, cuando nos conocimos, me dijo que le gustaba mucho Barcelona. ¿Puede profundizar más? Fui varias veces cuando estudiaba en Londres porque estaba haciendo un trabajo sobre el Palau de la Música. Sé que Gaudí se lleva toda la prensa, pero para mí Lluis Domènech i Montaner y ese edificio son una de mis “bases de actuación” determinantes, es explosivo y expresivo... También me encanta el parque Güell. Es probablemente uno de los grandes parques del mundo y además me encanta la vida de calle que genera.

Hablando de parques, ha diseñado unos cuantos para niños... Usted dijo que un diseño puede surgir de una crisis, y el parque infantil Imagination Playground, compuesto por enormes piezas de espuma que los niños montan a su antojo, fue una respuesta al 11-S, ¿qué le seduce más, un aeropuerto, un restaurante o un parque? Para mí, diseñar un aeropuerto o un parque infantil es igual de importante. Un parque infantil es una oportunidad para pensar en cómo el diseño puede mejorar nuestras vida. Hay una larga tradición de arquitectos que se han fijado en los parques infantiles como Noguchi, Frank Gehry o Richard Dattner.

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Es autor de las novelas 'Los Baldrich', 'La estación perdida', 'Los buenos amigos' o 'Jauja' y del libro de viajes 'París'. Su obra narrativa ha obtenido varios premios. Es profesor en la Universidad Sciences Po de París. Como periodista fue Premio Pica d´Estat 2011. Colabora en El Ojo Crítico de RNE y en EL PAÍS. 'Verso suelto' es su última novela
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