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LA PARADOJA Y EL ESTILO
Columna
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Despedidas y procesiones

Todos deberíamos aspirar a un funeral similar al de María Jiménez por las calles del barrio de Triana, diseñar nuestras vidas para conseguirlo

María Jiménez Triana
El diseñador Eduardo Navarrete, el 12 de septiembre de 2023 durante la presentación de su colección '10.1', en el madrileño Palacio de Santoña.Borja Sánchez-Trillo (EFE)
Boris Izaguirre

Asistí como espectador a las inusuales ceremonias de despedida a María Jiménez en Sevilla, concretamente en el idiosincrático barrio de Triana, con una mezcla cristiana de asombro, tristeza y exaltación. Todos deberíamos aspirar a un funeral similar, diseñar nuestras vidas para conseguirlo. Nacho Gay, director de Vanitatis, informó en Por fin no es lunes que la ceremonia fúnebre fue diseñada por la propia María Jiménez y su hijo, Alejandro Sancho. Llegaron a inspirarse en las exequias de Isabel de Inglaterra. Me pareció justo y hasta normal. Construyes una carrera, una vida y, cuando ves a la muerte acercarse, planificas tu funeral, inspirándote en uno de Estado, puede ser. O en uno cinematográfico, también. Algunos momentos, sobre todo los de la procesión del féretro por las calles abarrotadas de fans, fervorosos, curiosos, me recordaron escenas de Imitación a la vida, una de las películas de Douglas Sirk más conocidas.

María Jiménez fue única. Recuerdo coincidir con ella en Bilbao durante una visita del programa La Ventana (que cumplirá 30 años y organiza una reunión de sus voces y directores en el Teatro Victoria de Barcelona el próximo 22 de septiembre), durante la promoción de su renacer junto a la Cabra Mecánica y Joaquín Sabina. El equipo del programa no disimulaba sus nervios de que, al juntarnos, desapareciéramos en la noche bilbaína. Fue un poco así, pero realmente preferimos conocernos en una conversación tan intensa como larga. Ella me contó su viaje a Lisboa, como madrina del desembarco de El Corte Inglés en el país vecino. La primera incursión internacional de nuestro gigante comercial. La interrumpí para exclamar que la veía como si Isabel la Católica hubiera acompañado a Colón al tercer viaje, donde descubrieron mi país, Venezuela. Jiménez siguió contando cómo inauguró un departamento textil. “Primero te reciben los hules (manteles de plástico que se emplean en el sur de España). Mezclados con esas maravillosas toallas, que hasta entonces comprabas en mercadillos en Extremadura“, detallaba con ese detalle sobre lo cotidiano. “Seguí, alentada por una intuición fortísima”, insistió, “me encontré con unas telas flipantes, un ojo de perdiz dentro de la pluma de un pavo real, como si las diseñaran con tripi. Me envolví en ellas. Me las regalaron. Estuvieron años guardadas hasta que grabé con La Cabra y dije: ‘Me las pongo”.

Repetimos encuentro en su programa Bienaventurados en Canal Sur, donde, a menudo, entrevistaba vestida con una mortaja y dentro de un ataúd. Antes había asistido, sin participar, a la entrevista desoladora e incómoda que ofreció en Crónicas Marcianas acerca de los maltratos sufridos en su matrimonio con Pepe Sancho. Personas y medios afearon las declaraciones de la cantante. La acusaron de frivolizar un “cáncer de la sociedad española”. Nadie habló de mala educación machista ni de su valentía para señalarla.

Sin embargo, su gran hit Se acabó ha evolucionado a etiqueta para determinar un amplio avance de los derechos femeninos en nuestra sociedad. Unos días después de despedir a María Jiménez, una reportera sufrió que le agarraran el culo durante el ejercicio de su trabajo. Estaba cubriendo la exposición-desfile de Eduardo Navarrete durante la Mercedes-Benz Fashion Week Madrid cuando supe la noticia. Precisamente de la boca de una compañera, María Lamela, mientras entrevistábamos a Carla Antonelli. La senadora lo castigó duramente. “Impunidad machista”, sentenció, en una sala del Palacio de Santoña rodeada de diseñadores como Elena Benarroch y divas como Alaska, Rosa Valenty, Valeria Vegas, Topacio Fresh y La Terremoto de Alcorcón, reunidas entre las creaciones de Navarrete. Todas entre lo sostenible y lo insostenible.

Al salir, una procesión de monjas, con hábitos de azul y crema, desfilaron de manera muy felliniana ante nuestros atónitos ojos. Quizás salían de su claustro hacia otro. Respetuosos, preferimos dejarlas pasar entre los coches y árboles de la calle de las Huertas, al atardecer de Madrid en septiembre. Una señal tan espiritual como mortal.

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