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Mientras se suceden los desfiles en París, las grandes marcas cierran sus tiendas en Rusia

Las colecciones de Loewe y Rick Owens devuelven la atención a una pasarela francesa que empieza a reaccionar frente a la guerra de Ucrania

Las modelos en el reino de tinieblas de Rick Owens.
Las modelos en el reino de tinieblas de Rick Owens.Vianney Le Caer (AP)
Carmen Mañana

Mientras avanza la semana de la moda de París, se suceden los comunicados de grandes marcas que informan del cese de operaciones en Rusia. El conglomerado de empresas de lujo más grande del mundo, LVMH, anunciaba el viernes el cierre “temporal” de sus 124 tiendas en el país. Pocas horas después lo hacia su principal competidor, Kering, propietario de enseñas como Gucci, Balenciaga o Saint Laurent, y que posee seis puntos de venta y emplea a 180 personas en Moscú. Con una facturación anual de 30.000 millones de euros, según datos de Euromonitor, Rusia es el noveno mercado más importante para la industria textil. Aún así, su gasto en lujo equivale solo al 6% del de China y al 14% del de Estados Unidos, según la compañía de servicios financieros Jefferies.

La primera gran marca de lujo en dar el paso fue Hermès. Después le seguiría Chanel, que cuenta con 17 boutiques en las que trabajan 371 empleados. “La seguridad de nuestros trabajadores es nuestra prioridad y nos mantenemos conectados con nuestro equipo local, que continuará recibiendo nuestro apoyo”, explicaba la compañía en comunicado publicado en Linkedin. Burberry y Nike, y las plataformas Yoox y Net-a-Porter también han paralizado sus envíos a Rusia. Si los motivos son éticos, de imagen o logísticos (derivados de las sanciones impuestas por Europa y Estados Unidos) o si todas las respuestas anteriores son correctas es algo que se puede debatir, pero, de momento, no confirmar. “Aunque vender un bolso a un oligarca ruso no significa apoyar directamente a Putin, los impuestos que se recaudan se traducen en más dinero para comprar misiles”, explicaba el director de moda de Vogue Ucrania, Vena Brykalin, en el diario Evening Standard.

Lejos de la industria del lujo y la cita parisiense, y dos días antes de que las grandes firmas comenzasen a reaccionar, la cadena H&M cerraba las 170 tiendas que posee en Rusia (además de las 9 ucranianas por razones obvias de seguridad). También lo hizo Mango, con 120 espacios y 800 empleados en el país. Inditex esperó al sábado para suspender temporalmente sus actividad en Rusia, su segundo mayor mercado en número de tiendas con 520 puntos de venta.

Entre tanto, en la cita parisina surgen reacciones esporádicas y de muy diversa naturaleza sobre la guerra en Ucrania. Hubo gestos anecdóticos como el de la diseñadora francesa Isabel Marant, que salió a saludar tras su desfile del jueves enfundada en una sudadera con los colores de la bandera ucraniana, o el minuto de silencio que Marine Serré guardó antes de mostrar una colección suntuosa y consagrada al reciclaje. También hubo muestras de compromiso como la de Giorgio Armani, que anunciaba una donación de 500.000 euros a ACNUR, o la de LVMH, que a principios de semana entregó 5 millones de euros a la Cruz Roja. Una de las enseñas de su portfolio, Loewe, comunicaba el viernes una aportación a esta misma organización humanitaria para apoyar a los refugiados ucranianos.

La firma del grupo LVMH quiso presentar un desfile “optimista”, en palabras de su director creativo J. W. Anderson. El viernes, el creador británico llevó el estudio anatómico que ya inició en su colección anterior a lugares más crudos. Bustiers de fieltro modelado, blusones y vestidos abullonados, prendas de látex –”un tejido controvertido”- y palabras de honor con pecheras en forma de labios. “Los tejidos empiezan trabajándose con técnicas tradicionales como la lana hervida y torneada a mano para ir evolucionando hacia la aplicación de nuevas tecnologías como la impresión 3D”, explica Anderson. Toda su propuesta gira en torno al concepto de tensión que materializa, en una metáfora poco sutil, a través de globos que ocupan el lugar de los tacones, se cuelan entre las prendas de punto y sustituyen las copas de los bustiers. “Una tensión que también hace referencia a lo que sucede fuera”, apunta el creador. Divertida y retadora, la ambición conceptual de Anderson se diluye, precisamente, en el contraste extremo entre las prendas comerciales y las experimentales. Su argumento: “Me gusta la idea de irracionalidad. De poner dos cosas juntas que al final son placenteramente perturbadoras”.

'Bustiers' y látex en el desfile de Loewe.
'Bustiers' y látex en el desfile de Loewe.Loewe (Loewe/EFE)

Hermès, que posee tres tiendas en Rusia, explicaba en un post de Linkedin que ha decidido “pausar todas sus actividades comerciales con el país” dada “su gran preocupación por la actual situación europea”. Su colección giraba en torno al concepto “techno ecuestre”, que, en palabras de la marca, busca “unir técnicas ancestrales con el futuro”. El resultado –un catálogo de monos con pantalones cortísimos, medias a medio muslo y mocasines de ante– no parece estar dirigido a fidelizar al cliente tradicional ni ser capaz de captar a compradores menos clásicos, por mucho que Maluma estuviese sentado en su primera fila.

Otro ídolo musical, Rosalía y su Motomami, han terminado encajando como un guante (y de forma inesperada) en las tendencias para el próximo otoño-invierno. Fue la banda sonora del desfile de Balmain, que declinó los monos e indumentaria motorista en prendas pretendidamente futuristas. También las larguísimas botas que, combinadas con jerseys XL, articularon la propuesta de Isabel Marant exhibían reminiscencias moteras. Incluso podía encontrarse algún guiño a esta estética en los abrigos tipo perfecto con los que Chloé abrió su desfile. Aunque lo más interesante llegó al final: una serie de piezas de patchwork y ricos jerséis de punto, que reproducían distintos paisajes naturales y a través de los que su directora creativa Gabriela Hearst demostraba su pasión por la artesanía.

En París hubo también espectáculos más poéticos que comerciales. Rick Owens convirtió su desfile en un reino de tinieblas (o nubes, según el estado de ánimo del espectador), donde las modelos portaban –como si fueran lámparas de aceite– máquinas de humo que transformaron la pasarela en un espacio fronterizo entre realidad y ensoñación. Mitad espectros, mitad ángeles, las maniquíes mostraron una colección más sofisticada e indulgente de lo que viene siendo habitual en Owens, cuyo particular universo –casi una religión– construido alrededor de una estética de rave posindustrial y apocalíptica cuenta con legiones de adeptos. Hubo incluso vestidos de alfombra roja con lentejuelas, faldas sirena en tejido vaquero, eso sí, y chaquetas toreras con hombreras como chapiteles (no capiteles, las puntas de las torres) góticos. Como escribió Desmond Tutu: “La esperanza es ser capaz de ver que hay luz a pesar de toda la oscuridad”.

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