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Silvio Berlusconi, el inmortal

El ex primer ministro italiano y dueño de Mediaset, de 84 años, ha superado la enfermedad provocada por la covid-19, el último desafío en su largo historial de renacimientos

Silvio Berlusconi, a su salida del hospital de Milán tras superar la covid-19.
Silvio Berlusconi, a su salida del hospital de Milán tras superar la covid-19.PIERO CRUCIATTI (AFP)
Daniel Verdú

“Berlusconi es inmortal, no le quepa duda. Es inmortal...”, susurra al teléfono, quién sabe ya si en broma o en serio, uno de sus colaboradores.

Berlusconi vive estos días blindado por su entorno directo. Hijos, novia, servicio… todos recluidos junto a él en su mansión de Arcore (Milán). El empresario y tres veces primer ministro italiano, de 84 años y fuertemente aquejado del corazón, ingresó en el hospital de San Raffaele el 6 de septiembre tras dar positivo por covid-19. Llegó andando, con Alberto Zangrillo, su médico personal, que días antes había negado la supervivencia clínica del virus. Berlusconi advirtió de que pensaba participar en las elecciones y que tenía intención de marcharse a casa rápido. No fue exactamente así. Tardó 11 días, superó una neumonía bilateral en la suite principal del centro médico sin pasar por la UCI y a la salida reveló que el médico le había confesado que su carga viral era estratosférica. La más alta que había visto, como no podía ser de otra forma tratándose de él. “He superado la prueba más difícil de mi vida”, añadió en la rueda de prensa que certificaba, cuando todos los periódicos italianos tenían ya escrito un obituario de emergencia, el enésimo renacimiento del Caimán.

Berlusconi siempre quiso perdurar, no solo a través de su legado político y empresarial, altamente amenazados últimamente. Antes de la enfermedad había ya perdido 10 kilos. Dejó a su novia de los últimos cinco años y comenzó una relación con Marta Antonia Fascina, una diputada de Forza Italia de 30 años (54 años menor que él). “Eso le da vida”, asegura un diputado de su partido que lo conoce bien. Se hizo vegetariano, defensor a ultranza de los animales. Antes de eso cambió de bando las veces que hizo falta y superó adversidades de todo pelaje con millonarias indemnizaciones y los mejores abogados de Italia. Cinco primeros ministros después de su última aventura al frente del país (fue tres veces presidente del Consejo de Ministros), una operación a corazón abierto en 2016, una salvaje crisis económica que se lo llevó por delante, una inhabilitación por fraude fiscal que lo mantuvo alejado de las urnas durante cinco años y decenas de tormentas y escándalos de corrupción que recorrieron un espectro tan amplio como la acusación de prostitución de menores o de colaboración con la Cosa Nostra, Berlusconi sigue esperando una nueva oportunidad.

Berlusconi, en el momento de abandonar el hospital en Milán el pasado 14 de septiembre.
Berlusconi, en el momento de abandonar el hospital en Milán el pasado 14 de septiembre.MATTEO CORNER (EFE)

La leyenda sobre la inmortalidad de Berlusconi fue acuñada en 2004 por su entonces doctor personal, Umberto Scapagnini, a quien también sobrevivió, claro, pese a tener 12 años más: “Es casi técnicamente inmortal. No se engañen, nos enterrará a todos”, profetizó mientras desgranaba algunos de los compuestos que conforman el secreto de su salud. Por si acaso, el ex primer ministro mandó construir hace 30 años en su mansión de Arcore, un mausoleo de inspiración masónica —ni un símbolo cristiano, solo formas circulares y triángulos esculpidos por el artista Pietro Cascella— donde compartiría eternidad con la familia, sus amigos cercanos, compañeros de correrías y quién sabe si algún futbolista del AC Milan.

El lugar tiene unos 180 metros cuadrados y espacio para otras 30 personas. Berlusconi deseaba emprender su último viaje rodeado de amigos íntimos como Marcello Dell’Utri (en libertad tras pasar cinco años en la cárcel por vínculos con la mafia), Fedele Confalonieri (consejero delegado de Mediaset, con quien cantaba en los cruceros con 18 años), su poderoso jefe de gabinete y muñidor de todas las tramas políticas, Gianni Letta y, seguramente, también el director general del AC Milán, Adriano Galliani. Cuentan que llegó incluso a ofrecérselo con lágrimas en los ojos al periodista Indro Montanelli cuando todavía mantenían una relación cordial y el magnate acababa de comprar el diario Il Giornale. Mientras le mostraba el lugar, completamente alucinado y con las manos en los bolsillos, el periodista solo alcanzó a exclamar: “Domine non sum dignus” [señor, no soy digno].

La pandemia le recluyó, al principio, en casa de su hija Marina en Niza. Su entorno especuló sobre si fue ahí donde pudo haber contraído el virus o, por el contrario, pudo ser su otra hija quien le contagió. Comenzó un juego de acusaciones cruzadas en la prensa que desquició a la familia. Finalmente, todos resultaron positivos y se confinaron en la mansión de Arcore. Hacía tiempo, sin embargo, que Berlusconi se prodigaba poco en el exterior. Hasta hace un par de años, una semana de cada tres se desplazaba a Roma y se instalaba en el Palazzo Grazioli. Pero vendió esa propiedad y trasladó su sede romana a una casa de campo en la preciosa Appia Antica, que había ocupado hasta su muerte hace un año su amigo y legendario director de cine, diseñador y escenógrafo, Franco Zeffirelli. Todavía no la ha pisado y no está claro que lo haga en los próximos meses. La inmortalidad también hay que cuidarla.

Berlusconi nunca cometió excesos alimenticios, de alcohol o drogas. Se relacionó con gente más joven —especialmente mujeres— y alumbró a la mayoría de criaturas políticas de los últimos 30 años. Su revolución política, a diferencia de lo que cantaba el músico y poeta GilScott-Heron, sí fue televisada. Tras la fundación de Forza Italia en 1993 y su salto a la política en 1994 —siempre le sirvió para proteger sus negocios—, dio a luz a toda una generación que hoy sería imposible entender sin su tremenda influencia: desde Matteo Renzi a Matteo Salvini, pasando por el Movimiento 5 estrellas, un fenómeno populista, en gran medida nacido como reacción al magnate.

Hoy, con su partido bajo mínimos, intenta de nuevo salir a flote ondeando la bandera de la moderación en una derecha exaltada con el discurso soberanista y antieuropeo. Su sueño hubiera sido acabar su vida como presidente de la República. Pero a estas alturas se conforma, aseguró interrogado por ello hace poco, con algo quizá más difícil: “Querría que los italianos se den cuenta de todo lo bueno que hice por ellos durante más de 10 años de Gobierno”.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona en 1980. Aprendió el oficio en la sección de Local de Madrid de El País. Pasó por las áreas de Cultura y Reportajes, desde donde fue también enviado a diversos atentados islamistas en Francia o a Fukushima. Hoy es corresponsal en Roma y el Vaticano. Cada lunes firma una columna sobre los ritos del 'calcio'.

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