Cómo la isla de Nauru se convirtió en el país con más gordos del mundo
Un territorio representa una forma de vivir y de alimentarse. La ruptura de ese equilibrio puede acabar con la herencia de siglos. Eso pasó en la isla de Nauru
Antes de que existieran el derecho internacional, los códigos de vestimenta o los Estados, las comunidades obtenían sus alimentos del medio en el que residían. Dietas austeras, sostenidas en el tiempo durante milenios por cazadores recolectores, que fueron madurando una transición gradual hacia sociedades cada vez más asentadas, gracias a la domesticación de ciertas plantas y animales. Sin duda, allí donde hay cultivos se mantiene un pulso con la productividad. Los estudios sobre la materia establecen que aquellos primeros agricultores advirtieron un mayor crecimiento de sus plantaciones en las áreas de acumulación de heces donde se concentraban los animales. Durante miles de años, la fuente hegemónica de fertilización fue el estiércol, hasta que en 1804 el polímata Alexander von Humboldt se topó con unas muestras de guano que, al ser analizadas, revelaron su excepcional contenido en nitrógeno, fósforo y potasio, lo que las convertía en un fertilizante altamente efectivo. En 1845 comenzó la explotación intensiva de los cúmulos y montañas modeladas por las deposiciones que colonias de aves marinas habían acumulado durante siglos en algunas islas remotas del Pacífico. Una fuente de riqueza asombrosa, animada por la fuerte demanda de guano proveniente de Europa y Estados Unidos, en plena revolución agrícola.
Las imágenes que se conservan de finales del siglo XIX y principios del siglo XX de los nativos de Nauru muestran escenas de hombres esbeltos de tamaño medio. Ellas lucen cabello largo ensortijado, con la parte superior del cuerpo al descubierto, y, al igual que ellos, van ataviadas con faldas de fibras de pandanus. En un abrir y cerrar de ojos, los moradores de este atolón, algo mayor que la ciudad autónoma de Ceuta, vieron cómo la explotación de sus depósitos de fosfatos devoraba poco a poco la integridad de su universo y la suya propia. Finalmente, en 1968 se independizaron de Australia, tomando el control de unas minas extenuadas tras 70 años de regalar riqueza. Las siguientes dos décadas, el Gobierno nauruano persistió en la explotación de los depósitos de fosfatos, colocando fugazmente a su diminuta república de 11.000 ciudadanos en la parte alta del ranking de las mayores rentas per capita del mundo, eso sí, a costa de extenuar los recursos. El proceso de aculturación, además del terreno, socavó la cultura de unas gentes que abrazaron el estilo de vida y dieta occidental. Dos décadas de riqueza que mudaron los márgenes de su isla por los de la sociedad de consumo: una aerolínea, comunicaciones, importación de alimentos industriales, alcohol, automóviles, electrodomésticos y televisores que invitaban al sedentarismo, bajo el paraguas de un gobierno que abolió los impuestos y el desempleo, y sufragaba los servicios de salud y educación de todos los habitantes. Un dolce far niente vitalicio.
En la década de 1990, cuando el hechizo de la opulencia se desvaneció, Nauru era un solar yermo y desamparado, en medio de la nada. En menos de un siglo se pasó de una dieta restrictiva a base de alimentos de origen marino, acuicultura de la laguna de Buada, recolección de tubérculos y frutos como el pandanus, al spam y corned beef de lata. De las elaboraciones sencillas cocinadas en hojas de plátano, caldos de pescado con leche de coco y frutos, a los que la genética de los nauruanos estaba adaptada, a los huevos y el pollo fritos con arroz.
Este deterioro de los hábitos alimentarios, junto a la falta de ejercicio físico, adjudicó a Nauru otro título: el del país con más gordos del mundo. Un 94% de su población tiene sobrepeso y la diabetes alcanza al 66% de las personas de 55 años. Esta historia hace reflexionar acerca de esa habilidad humana para expulsarnos a nosotros mismos del paraíso que habitamos. De esa facultad para lograr que lugares bellos y seguros, con recursos para vivir en armonía, sean asolados, de igual forma que mortificamos nuestro cuerpo y nuestra mente con planteamientos de desarrollo en la antítesis del mismo. ¿Es eso lo que realmente queremos?
Patacones con guiso de pollo
Los patacones son un emblema de muchas cocinas latinoamericanas. Su nombre es debido a una serie de monedas acuñadas en el siglo XIX
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.