_
_
_
_
_

El placer de descubrir las cepas en el origen

El sector confía en recuperar este año el crecimiento del número de visitas a las bodegas que venía experimentando hasta la pandemia

Edificio de la bodega Herederos del Marqués de Riscal, situado en Elciego (Álava), y diseñado por el arquitecto Frank Gehry.
Edificio de la bodega Herederos del Marqués de Riscal, situado en Elciego (Álava), y diseñado por el arquitecto Frank Gehry.©xurxo lobato (Cover/Getty Images)

El 18 de junio, seis de las siete bodegas centenarias que forman el Barrio de la Estación de Haro, en La Rioja —Cune, Gómez Cruzado, La Rioja Alta SA, Bodegas Bilbaínas (Viña Pomal), Muga y Bodegas Roda—, organizan, por cuarto año, una cata en la que presentan sus vinos más representativos y los acompañan de platos elaborados por chefs de toda España, muchos de ellos con estrella Michelin. Solo la última edición, en 2018, congregó a más de 3.500 visitantes, que durmieron, comieron y consumieron en la zona. Pero, más allá de esta cita señalada, hay actividad los 365 días del año, como destaca María Urrutia, directora de marketing y consejera de Cune, y presidenta de la Asociación del Barrio de la Estación. Recorridos por bodegas y viñedos, degustaciones y hasta un paseo en globo para conocer el territorio a vista de pájaro. Una oferta rural, sin masificar, no circunscrita a la temporada alta y generadora de riqueza para el entorno.

Enoturismo, “turismo por zonas de cultivo y producción de vino, con visitas a los viñedos y bodegas y degustación de sus caldos”, según definición del Diccionario de la Real Academia Española, es una actividad a la que se le puso nombre en España hace 27 años, cuando se creó primero Acevin (Asociación Española de Ciudades del Vino) y más adelante (en 2001) su club de producto Rutas del Vino de España, con el objetivo de revitalizar y generar empleo en un mundo rural que se desangraba de población. Empezaron 4 municipios y ya son más de 750 y 2.200 empresas, de las cuales casi 700 son bodegas, según datos del último estudio del Observatorio Turístico de las Rutas del Vino de España de Acevin.

El enoturismo venía creciendo entre un 8% y un 12% anual antes del coronavirus. En 2019, las Rutas del Vino de España superaban los tres millones de visitantes y generaban un impacto económico de más de 85 millones de euros solo en visitas a bodegas y a museos, según el estudio. Hasta que en 2020 estalló la pandemia, que provocó un descenso del 73,5% en las visitas. “Nos ha dejado tocados, sin duda, pero menos que a otros sectores más masificados”, matiza Rosa Melchor, alcaldesa de Alcázar de San Juan (Ciudad Real) y actual presidenta de Acevin. “El reto ahora consiste en recuperar el índice de crecimiento previo a la crisis sanitaria. Si nada lo malogra, en 2022 podremos llegar a los números que habríamos alcanzado en 2020 si no hubiera pasado nada”, calcula.

Auge de rutas

“Nos hemos dado cuenta de que reunimos determinadas condiciones que la gente valora incluso más que antes, lo que ha generado tranquilidad y confianza y nos ha permitido seguir teniendo actividad cuando la normativa sanitaria lo ha ido autorizando”, reflexiona Melchor. Incluso durante lo más duro de los cierres perimetrales, era fácil que alguna de las rutas pillara lo suficientemente próxima al visitante como para poder acercarse. “Es un turismo sencillo y tranquilo, sin aglomeraciones, y para todos los públicos, gracias al cual se visitan localidades pequeñas, con encanto y patrimonio”, enumera. Sin hoteles de 500 habitaciones ni grandes aglomeraciones. Y muy poco elitista, según enfatiza: “No tienes que ser ningún experto ni entender… ¡Para eso está el enólogo”.

Existen 35 Rutas del Vino de España, con la incorporación de la del Txakoli en abril, y se esperan otras tres más —la de Uclés en Cuenca, la de Méntrida en Toledo y la de Almansa en Albacete— entre 2022 y principios de 2023. “De cada una depende directamente buena parte de la economía de los municipios que la integran, sobre todo si son medianos o pequeños; mucha gente joven vive de ella y no tiene que emigrar”, expone Melchor.

“Ahora preguntas por la Ruta del Vino de Zamora y nos conocen; hace un año habría sido impensable”, tercia su gerente, Eva Gamazo. La penúltima incorporación (en septiembre de 2021) a la iniciativa de Acevin es un territorio poco turístico, parte de la España vaciada (que Gamazo prefiere llamar “España artesana)”. La ruta lo ha puesto en el mapa. Cuando se le pregunta qué ver y hacer en ella, Gamazo engarza en su respuesta viticultura —viñedos de cepa vieja; variedades de tempranillo, garnacha, malvasía o moscatel; pequeñas bodegas artesanas— con románico, Vía de la Plata, queso y repostería. “Un pack completo de patrimonio cultural y gastronómico”, resume.

Enoturismo es un concepto paraguas que utiliza un producto prestigioso y con raigambre como el vino para poner en valor todo un territorio. Empezando por su gastronomía, quizás la asociación más inmediata; de hecho, hacer turismo de vino casi siempre implica llevar un plato con algo en la otra mano; un algo tradicional y de proximidad, salido de los fogones locales, apunta Melchor, cuya elaboración también se puede conocer dentro de la misma experiencia: cómo se hace un queso, cómo funciona un obrador. “El vino de la tierra va perfectamente con la gastronomía de una zona”, precisa.

Comida incluida

Tanto que la Junta de Castilla y León, la comunidad autónoma con más denominaciones de origen de vinos de España (16; más una indicación geográfica protegida, IGP, Vino de la Tierra de Castilla y León; más nueve rutas del vino certificadas por Acevin), habla de enogastronomía, la señala como eje vertebrador de su territorio y como “estrategia necesaria para lograr una mejor comercialización e internacionalización de nuestro turismo”; e insiste en que “es un elemento de atracción hacia puntos concretos del interior rural”.

Esto lo han entendido muy bien en Bodegas Martín Códax, que nació en 1986 en el corazón de valle del Salnés (Rías Baixas, Galicia) como proyecto colaborativo para explotar el potencial de la uva albariño, y desde el principio incorporó la pata turística “para acercar el vino al cliente y poner en valor el entorno atlántico en el que nos encontramos”, según describe Jorge Pallarés, director de marketing del grupo. Con propuestas como Aprende a mariscar (donde se puede experimentar el oficio de las mariscadoras), Los tesoros de la ría (para conocer una conservera artesanal desde dentro) o El mar en libertad (paseo por la ría de Arousa en una barca tradicional). “Hacíamos enoturismo antes de que se llamara enoturismo”, apostilla Pallarés, que destaca dentro de la programación el “momento mágico” de Os Xoves de Códax: sus conciertos de verano, asomados a la ría, coincidiendo con la puesta de sol.

“Ayudamos a desestacionalizar la zona, que tradicionalmente ha sido destino estival”, comenta Pallarés. El enoturismo no es como la oferta de playa, que pasa de 0 a 100 en julio y agosto y de nuevo a 0 cuando entra el otoño, sino que mantiene una afluencia constante, sin acelerones ni frenazos. La vendimia es su momento estrella, cierto, pero los viñedos están preciosos en verano, y en cualquier momento del año se puede disfrutar de una cata en la bodega.

El vino marida bien con un recorrido, a pie o en bici, por el entorno natural en el que se produce, y con la propia arquitectura de las bodegas, tradicional en algunos casos, vanguardista y de firma en otros. En el Señorío de Otazu, conjunto medieval a unos 13 kilómetros del centro de Pamplona, la iglesia románica del siglo XII, una torre palomar del XIV y el palacio del XVI dialogan con una monumental colección de obras de arte, algunas creadas específicamente para estos espacios; con la bodega antigua, convertida en museo histórico y espacio dedicado al arte contemporáneo de la Fundación Otazu (galardonada con el Premio “A” al Coleccionismo 2020 que otorga la Fundación Arco), y con las nuevas instalaciones y su sala de barricas subterránea diseñada por Jaime Gaztelu, “conocida como la Catedral del Vino, un referente arquitectónico mundial”, informan desde prensa.

Dice Guillermo Penso, director general de Bodega Otazu, que en su caso el enoturismo no ha sido un añadido, sino “una parte integral del proyecto”, clave sobre todo en función del “segundo impulso” vivido a partir de 2013. “En un entorno tan singular, esa parte experiencial es irremplazable”, lo justifica. De las 800 visitas anuales del inicio ha pasado a 11.000, entrando en el top 5 de TripAdvisor de cosas que hacer en Pamplona. Aunque, en su opinión, lo más llamativo no ha sido tanto el aumento de la demanda como el perfil del demandante: gente que ha convertido la bodega en un destino cultural y está dispuesta a pagar por tours privados y experiencias personalizadas. Acoge unas 40 bodas al año y eventos internacionales como el de Jaguar, que durante 30 días organizó un encuentro con periodistas y dejó 50 millones de euros en la zona. “Tiene un enorme efecto tractor”, subraya.

Atracción foránea

El modelo de negocio de ArtCava nació igualmente con un enfoque turístico. “Se empieza con la bodega, se amplía con gastronomía y se acaba explotando con el alojamiento; es la evolución natural, el abecé del enoturismo”, detalla Èric Enguita, consejero delegado y enólogo principal de esta bodega de cava artesanal inaugurada en 2004 en el Penedès, la región vitivinícola más grande de Barcelona. Los primeros años atrajo a unas 500 personas. “La crisis de 2008 nos hizo reflexionar sobre nuestro modelo, que se alimentaba mucho del turismo local; otros países no estaban tan mal como España”, recuerda. “Pensamos que con solo tener un 0,01% de la gente que viaja a Barcelona [12 millones en 2019] nos servía”.

En 2019, “nuestro mejor año”, recibió 8.000 visitas, un 90% internacionales sobre todo. Hasta que llegó la crisis sanitaria. ArtCava apostó entonces por la presencialidad —”La base de las pequeñas bodegas es la gente”—, volvió sus ojos al turismo local y le propuso toda una oferta cultural y gastronómica en torno al vino a través de La Manela, que es wine bar, restaurante y centro cultural con espectáculos de música, teatro o magia, creado gracias a una campaña de crowdfunding que recaudó 16.000 euros. “Quisimos ir más allá de poner unas mesas y servir nuestros productos con palitos con queso”, declara Enguita.

En opinión de Melchor, el sector ha respondido a la pandemia con innovación y digitalización. Abriendo bares de vino en algunos casos; montando tours y catas virtuales para mantener el contacto con clientes confinados en sus casas en otros. Martín Códax puso en marcha un Aula del Vino, que sigue manteniendo, y tiene en proyecto visitas a sus viñedos con realidad virtual. Otazu lanzó Lives en Instagram con artistas y catas con el enólogo, y ha anunciado que ahondará en el proceso de digitalización en su trabajo interno para optimizar el tiempo y automatizar lo que no aporta valor. “Las crisis te hacen ser creativo”, sostiene Penso.

Quién, cómo y cuánto

Durante 2021, visitaron las Rutas del Vino de España de ­Acevin un 57,71% de mujeres y un 42,29% de hombres. Un 32,99% tenían entre 36 y 45 años; un 19,24%, entre 26 y 35 años; un 28,15%, entre 46 y 55 años. Viajaron en grupos de 3,85 personas de media, el 49,95% en pareja y el 28,18% con amigos. Solo el 16,69% confesaron ser apasionados de la viticultura, frente al 20,72% que se consideraban principiantes, y la mayoría, 46,04%, que eran simplemente aficionados. Organizaron su viaje principalmente por internet (un 54,18%), frente al 26,98% que lo hicieron por teléfono y el 15,31% que aparecieron sin reserva. El automóvil, propio o alquilado, ganó por goleada como medio de transporte para desplazarse (en un 90,79% de las visitas). El 34,62% no pernoctaron; del 65,38% que sí lo hizo, un 22,10% se hospedaron en alojamiento rural, un 17,89% en hotel de cuatro estrellas y un 11,57% en hotel de tres estrellas. Visitaron de media ­2,04 ­bodegas.
Los enoturistas de 2021 permanecieron en su destino 2,45 días de estancia media y tuvieron un gasto diario de 173,12 euros, lo que suma un total de 424,14 euros por estancia. El ranking de actividades más populares lo encabezaron las visitas a las bodegas, seguidas de la visita a los pueblos vitiviníco­las, el disfrute de la gastronomía local, la compra de vinos y la degustación de vinos locales. Las partidas a las que más dinero dedicaron fueron las comidas en bares y restaurantes (42,87 euros diarios), el alojamiento (39,81 euros), la compra de vinos (35,33 euros) y las visitas a las bodegas (20,83 euros). ¿El aspecto más satisfactorio de su experiencia? Las propias bodegas; el que menos, la señalización turística. Un 99,5% la recomendaría.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_