¿Qué debe tener un vestido para ser lucido una y otra vez? Los diseñadores neoyorquinos ofrecen sus respuestas
Cuando la moda busca dar réplica a las necesidades de la vida diaria el resultado no tiene que ser forzosamente anodino; todo lo contrario, huir del meme en ocasiones es liberador. Así lo han demostrado los creativos que han cerrado la semana de la moda de Nueva York
La moda estadounidense, como industria organizada y creadora, nació durante la Segunda Guerra Mundial (hasta entonces se había limitado a la copia). Principalmente para dar respuesta a la demanda local de prendas de vestir mientras en la Francia ocupada el sector dejó de exportar sus patrones; pero también, explica Nancy MacDonell en el libro recién publicado Empresses of Seventh Avenue, para ofrecer una moda más adecuada a las necesidades de las americanas. “No tenía sentido que porque la marquesa X llevara un vestido concreto a las carreras en Auteuil, una mecanógrafa de Brooklyn debiera ponerse eso mismo”, escribe. “Las mujeres que encargaban sus armarios a las casas de alta costura parisinas llevaban vidas completamente distintas, con distintas necesidades, de las de las mujeres que compraban con un presupuesto. Pero los ejecutivos de moda estadounidenses de entonces insistían en aglutinar a ambos grupos”. Hasta que se impuso el cambio y el mercado local despegó.
Esa idea intrínseca de ofrecer prendas adaptadas a la vida moderna, pensando en cómo y cuándo serían vestidas, ha estado muy presente durante todo el desarrollo del sector en Estados Unidos y se ha sentido con especial intensidad en las colecciones presentadas en los últimos días de la semana de la moda de Nueva York, que terminó este 11 de septiembre.
En un intento por acercar las pasarelas y que su energía fluyera por la ciudad, los desfiles se retransmitieron desde una gran pantalla en el Rockefeller Center durante toda la semana. Por estar presente, estos días la moda estuvo hasta en los juzgados: mientras Coach y Michael Kors desfilaban, sus dueños dirimían una posible compra. Tapestry, propietario de Coach, lleva meses intentando cerrar el acuerdo para hacerse con Capri, dueño a su vez de Michael Kors. Horas antes de sus desfiles Tapestry se enfrentaba a la Comisión Federal de Comercio para demostrar que la adquisición (por unos 8.000 millones de dólares) no convertirá al sector en un monopolio. Observando el mercado del lujo, controlado por grandes grupos en su mayoría franceses, resulta difícil hablar de monopolio, aunque sí de un mercado cada vez más concentrado en menos manos. De completarse la fusión, la moda americana contaría también con su propio conglomerado con el que poder mirar de frente a los franceses, algo que no ha sucedido desde mediados del pasado siglo.
Ajeno al ruido, Michael Kors (el diseñador) presentaba su colección para la próxima temporada primavera-verano 2025 como a él le gusta, rodeado de celebridades. En esta ocasión Olivia Wilde, Kerry Washington, Nicky Hilton, Nina Dobrev… Su punto de partida fue una serie a la que se enganchó hace unos meses, la última adaptación de El talento de Mr. Ripley. Ese verano italiano es la mecha de inspiración que el americano trenza con la pulcra mirada del fotógrafo Herb Ritts. El blanco y negro de la serie marcaba el tono de una propuesta con reminiscencias a los años cincuenta, cargada de detalles artesanales que homenajeaban el trabajo manual de los talleres y productores italianos con los que la firma colabora desde hace 35 años.
No se trata del vestido que llevas un día a una fiesta, sino ese que te puedes poner una y otra vez”Michael Kors
“Comenzamos pensando en el trabajo a mano o en la sastrería que hacen que una pieza sea especial”, explicaba el día anterior en un encuentro con la prensa, “pero, al mismo tiempo, creo que estamos en un momento en el que la gente quiere cosas especiales en su armario, pero no para no usarlas. No se trata del vestido que llevas un día a una fiesta, sino ese que te puedes poner una y otra vez”. Sencillez, porque está el panorama demasiado revuelto. Una aspiración pragmática que se dejaba ver en patrones atemporales. La música instrumental, a ratos tan inquietante como la novela de Patricia Highsmith y a ratos evocadora como la serie de Steven Zaillian, se encargó de marcar el tono.
Tory Burch, heredera directa de aquellas primeras diseñadoras estadounidenses que recibieron crédito, como Claire McCardell o Elizabeth Hawes, descubría en la noche del lunes su apuesta para la próxima temporada: “Esta colección comenzó con la esencia del deporte: poder y gracia; precisión y libertad”, escribía en las notas del desfile. Lo celebró en un ático en Brooklyn, mientras la noche caía sobre Manhattan, en un espacio acristalado convertido para la ocasión en una piscina cubierta con azulejos verdes sobre los que destacaban los colores de sus propuestas. Recogiendo su hilo creativo donde lo dejó la pasada temporada, Burch seguía avanzando en su camino a convertirse en uno de los platos fuertes de la semana. En la nueva colección continua evolucionando las posibilidades de la geometría, con prendas que se desprenden del cuerpo para funcionar casi como armaduras. Hubo, por supuesto, innumerables detalles deportivos, pero también faldas drapeadas y piezas fluidas cargadas de movimiento. Buscaba evitar regresar al athleisure con una evolución más pulida de aquella tendencia y conseguía un resultado limpio, fresco y muy agradable.
Rachel Comey, que expuso colección en un local en construcción en el Distrito Financiero, también se centró en sus clientas. Ellas son la razón de ser de la marca y del desfile (y en ese orden), por lo que nada de grandilocuencias ni momentos ideados para viralizarse. Simplemente prendas atractivas y prácticas que no renunciaban a la sofisticación. Como camisetas de punto de las que arreglan cualquier compromiso, abrigos realistas o americanas imperecederas. Muchas de ellas lucidas por modelos de más de 40 años. “La fuerza motriz de cada colección es la conversación entre nuestras clientas y el equipo”, contaba la diseñadora, “las vidas con sentido de nuestras compradoras (con sus trabajos, viajes, amistades y comunidades) alimentan nuestro compromiso de confeccionar cada colección con un propósito”.
Stuart Vevers, director creativo de Coach, trasladaba a sus invitados al High Lane, el parque de Manhattan construido sobre unas antiguas vías de tren, no muy lejos del tradicional distrito de la moda. Con su colección volvió a mirar atrás, a una época en la que se siente cómodo: los años noventa revisitados, pero sin nostalgia. Volvían también los accesorios inspirados en el merchandising de la ciudad de Nueva York que tantas alegrías están dando a la casa en forma de ventas. Esta vez destacaron las camisetas con el logo de I Love NY de Milton Glaser en distintos acabados, estilizadas como las llevaría una universitaria que sale de la cama para bajar a por café: con pantalones tipo bóxer y echándose por encima un abrigo de grandes dimensiones. El cuero, especialidad de la casa, se ha tratado para conseguir un efecto avejentado, en cazadoras que parecían salir de una tienda de segunda mano con mucho estilo. En algunas de las prendas fue así: fueron confeccionadas con restos de otras recicladas para garantizarles una evolución circular. Influencias del skate o del grunge se mezclaron con vestidos de corte sesentero en satén de colores; eso sí, estos se llevaban arrugados y con deportivas para restarles seriedad. El creador, que no se sumaba a la ola de posicionamientos políticos por la cercanía de las elecciones presidenciales de EE UU, sí contó con Ella Emhoff (hijastra de Kamala Harris) entre sus modelos como declaración de intenciones.
También muy pegada a la realidad y a las necesidades diarias se ubica Cos. La firma, que desfilaba por tercera vez en la ciudad, mostró su línea más elevada en una nave del puerto de Brooklyn. Por lo que parecía un laberinto fluyeron los modelos en lo que podría ser una metáfora de la propia colección: en apariencia fácil, pero con patrones y siluetas trabajados. Como los del abrigo que abría el espectáculo, la prenda favorita de la directora de diseño, Karin Gustafsson: “La idea de partida fue buscar un punto entre algo estructurado y algo fluido. Nos fijamos en el trabajo de Pina Bausch y en la forma en la que relacionaba estos conceptos a través de la danza”, explicaba. Si tocara definirlo con palabras virales, el desfile no fue nada brat (aunque contó con algunos accesorios en verde brat), pero sí tremendamente demure. Discreto y fácil de encajar en cualquier armario.
En una cancha de baloncesto bajo el puente de Brooklyn congregaba Ibrahim Kamara la mañana del domingo para presentar su colección para Off-White, dejando claro que buscaba recuperar los códigos de la moda urbana. Eso sí, el diseñador evoluciona el streetwear fusionándolo con detalles de arte africano. Era el primer desfile en Nueva York de la firma fundada por el fallecido Virgil Abloh, y le sentó bien la mudanza. Tras unas temporadas de desorientación, quizá esta haya sido la primera colección en la que Kamara ha tomado las riendas con decisión para avanzar en una faena de la que aún le queda recorrido. El desfile miraba a la calle y a los sentimientos que produce la migración, dos aspectos que conforman la identidad del propio creativo que nació en Sierra Leona. Propuestas de hombre (cómodas y redondas) y de mujer (mucho menos cómodas) que fueron aplaudidas por una de las audiencias más amplias de todo el calendario.
El punto onírico en los últimos días de moda en Nueva York lo puso Meruert Tolegen. La diseñadora, originaria de Kazajistán, se estrenó desfilando en febrero y el pasado martes avanzaba con su discurso. Amante de la artesanía, comenzó jugando con retales o tejiendo junto a su abuela antes de migrar con 13 años a California. Encajes, transparencias, guantes largos y hasta ligueros de látex se transformaron en delicados detalles, casi románticos, seguramente por los patrones modestos con los que los combinaba o por la mirada casi infantil a estampados y siluetas, quizá heredados de sus inicios en la moda con una marca de ropa para niños. Se movió bien en las referencias historicistas y consiguió no caer en la recreación histórica adaptando corsés y crinolinas que, en realidad, solo lo son como inspiración para las formas, porque ni oprimen ni limitan. ¿Entre los motivos que decoraron sus prendas? Unicornios en purpurina. Porque la moda neoyorquina está pegada a la realidad, pero eso no significa que no pueda jugar con animales fantásticos.
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