_
_
_
_
_

El madroño, ese arbusto con deliciosos frutos y bellos racimos de flores

En el mundo anglosajón lo llaman el árbol de las fresas por su dulce y esférico manjar, que se puede comer en estas fechas. Plata soberbia y unida a la ciudad de Madrid, por su pequeño tamaño es una candidata ideal para jardines con espacio reducido

Madroño
Flores y un fruto de un madroño.Paul Starosta (Getty Images)
Eduardo Barba

El árbol de las fresas. Así llaman al madroño (Arbutus unedo) en el mundo anglosajón. Tan dulce nombre hace referencia a sus vistosos frutos, los cuales se pueden admirar y degustar en estas fechas. Son muy ornamentales, esféricos y con una textura rugosa muy agradable a la vista. En las crestas de aquellas rugosidades muestran un color entre rojizo y anaranjado fuerte una vez que han madurado, mientras que entre los abultamientos sale a relucir un amarillo anaranjado. Con semejantes tonalidades, que contrastan con el verde oscuro de las hojas, el madroño es una planta soberbia y elegante.

Cuando brota el nuevo follaje, de un brillante verde hierba, contrasta con las hojas más viejas. Por si fuera poco, las ramillas más jóvenes se precian de unos matices pardo-rojizos. El festival de colores del madroño no ha terminado aún, ¡para nada! El tronco añejo se recubre de capas que se exfolian y aportan una gama de grisáceos y parduzcos muy bellos. Incluso toques bermejos en sus grietas incendian su madera aquí y allá, todavía más evidente si el ejemplar se moja con las tan esperadas lluvias que escurren por su corteza. La paleta de tintes se acrecienta en el momento en el cual maduran sus frutos con el frío de estas semanas, a caballo entre el otoño y el invierno. Es entonces cuando en el madroño surgen unas estructuras sacadas de un cuento de Gloria Fuertes: como farolillos de porcelana, que incluso brillan a plena luz del día, con paredes finas y traslúcidas, abren sus flores. Son de un tejido tan sutil que dejan trasparentar la humedad y el néctar dentro de ellas y que aguarda a los polinizadores, ansiosos por encontrar estos almuerzos en una época en la que la gran mayoría de las flores todavía se ocultan bajo tierra, o dentro de yemas que no abrirán hasta la primavera. Así, agrupadas en racimos, como el llavero de un guardés que mantuviera libros secretos tras puertas de madera, las inflorescencias del madroño tintinean sin sonido en la calma gélida de las madrugadas.

Esas ligeras orzas de alabastro que son sus flores nacen en la parte más joven de las ramillas, cuando las más prematuras comienzan a surgir a finales de la primavera e inicio del verano. Las flores más tardías se forman en otoño, y, tanto las primeras como las postreras, se juntan con los numerosos frutos. Estos últimos se sienten observados por las docenas de flores que los rodean, pero a su vez piensan que, dentro de justo un año, esas flores se habrán transformado en lo que ellos son ahora. Parece un galimatías sin sentido, pero es como la vida misma, donde el cambio es constante.

La estética del madroño alcanza también a su tronco, que suele ser múltiple, con varios troncos desde la base, lo que lo convierte en multicaule. Si no es así, y cuenta con un solo tronco, este suele ramificar desde muy bajo. Tanto de una como de otra forma, toda esta parte leñosa es una preciosa escultura, en muchas ocasiones con movimientos y giros muy estéticos.

La abundancia de frutos maduros se junta con las flores en un madroño.
La abundancia de frutos maduros se junta con las flores en un madroño.Eduardo Barba

El madroño proviene de una amplia zona, que, como la magna obra Flora iberica recuerda, se extiende desde “Irlanda, sur de Europa, norte de África, Palestina y Macaronesia”, así como “en casi toda la Península y Baleares”. Con una distribución tan amplia, no es de extrañar que soporte carros y carretas en lo que a condiciones de cultivo se refiere, y es indiferente a la naturaleza ácida o calcárea de los suelos. Eso sí, no soporta los terrenos encharcados, y tampoco aprecia en exceso las temperaturas muy bajas y constantes en el invierno.

Es pariente de los brezos (Erica spp.), ya que comparte con ellos familia: las ericáceas. Si nos fijamos mínimamente, descubriremos que las flores del madroño y de los brezos guardan una morfología pareja, y ambas son buenas plantas melíferas. Además del aprecio que sienten las abejas por el madroño —ya se ha comentado la palatabilidad de sus frutos, siendo muy apreciados tanto al natural como para la elaboración de mermeladas o licores—. Derivado de su uso comestible, en Asturias se le nombra popularmente como “borrachín”, y a eso hace honor también su apellido científico unedo: “comer uno solo”, en referencia a sus frutos, que parecen ser capaces de embriagar si se comen en exceso. Quienes también valoran sobremanera sus frutos son todos los animales del bosque, desde aves hasta mamíferos, que tienen en el madroño un buen recurso alimenticio. A cambio, sus semillas se esparcirán por toda la comarca y jardines adyacentes.

Un madroño en plena floración esta semana cultivado en una maceta en una terraza madrileña.
Un madroño en plena floración esta semana cultivado en una maceta en una terraza madrileña.Eduardo Barba

Su pequeño tamaño lo hace un candidato ideal para aquellos jardines con espacio reducido, con una altura máxima que suele rondar los cinco metros, si bien puede superarlos. También es perfecto para tapar vistas molestas, al ser perenne y muy frondoso si está bien cultivado. Igualmente, se puede criar en un macetón en la terraza.

Su nexo y fama con la ciudad de Madrid viene de antiguo, y aparece en su escudo con un oso que se apoya en un madroño para saciar su hambre. Parece ser que no es una planta espontánea en la capital, y sí más bien apreciada por sus frutos y madera desde antiguo y por ello cultivada. Pero su vínculo sí es real con los encinares, en los cuales el madroño vegeta junto a la encina (Quercus ilex), siempre y cuando esta no se asiente en terrenos con lluvias escasas.

La estatua del Oso y el Madroño, escultura de Antonio Navarro Santafé, en la Puerta del Sol de Madrid.
La estatua del Oso y el Madroño, escultura de Antonio Navarro Santafé, en la Puerta del Sol de Madrid.Alberto Manuel Urosa Toledano (Getty Images)

En estas semanas se puede probar a multiplicar esta planta a través de sus semillas, bien limpias de la pulpa. Si se dejan en remojo 24 horas se ablandará su cubierta, para sembrarlas a continuación, sin casi enterrarlas, debido a su pequeño tamaño. Le favorecerá un sustrato en el que haya una buena presencia de arena de río de granulometría gruesa, para mantener una correcta aireación en torno a la semilla. Hay que tener paciencia, porque la germinación se retrasará hasta la primavera, y solo si se ha mantenido ese sustrato húmedo, sin encharcarlo: entonces, se verán aparecer las nuevas plantitas de madroño, una especie bella, útil y llena de colores.

Sobre la firma

Eduardo Barba
Es jardinero, paisajista, profesor de Jardinería e investigador botánico en obras de arte. Ha escrito varios libros, así como artículos en catálogos para instituciones como el Museo del Prado. También habla de jardinería en su sección 'Meterse en un jardín' de la Cadena SER.
Tu comentario se publicará con nombre y apellido
Normas

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_