Utah es la nueva Las Vegas: cómo este Estado conservador se convirtió en el epicentro de las bodas virtuales para la comunidad LGTBI
Un cambio en la legislación de este territorio estadounidense provoca un efecto mariposa nupcial. Miles de parejas homosexuales de países como China o Rusia se están casando aquí de forma virtual, burlando las prohibiciones de sus países de origen
El 30 de junio de 2022, Hu Zhijun estaba histérico. Bajó al súper de la esquina e hizo una compra extraña y compulsiva: unas flores, unos globos, una tarta y un buen vino. Subió entonces a su apartamento, en la ciudad china de Cantón, y esperó a que su novio, Jungang, llegara del trabajo.
Esperar a tu pareja en el altar suele poner nervioso, pero la cosa se va de madre cuando el altar está en tu salón y no hay más invitados que tu pequeño perro pequinés. Zhijun, de 45 años, mató el tiempo colocando el móvil en su trípode y creando un improvisado altar a su relación, amontonando una decena de fotos de ambos en una estantería, para que se vieran bien en la videoconferencia más importante de sus vidas. Cuando Jungang finalmente llegó a casa, ambos se enfundaron sus mejores trajes y se conectaron a Zoom. Al otro lado de la pantalla apareció Ben Frei, secretario adjunto del Gobierno del condado de Utah (Estados Unidos). Después de una extraña y bonita ceremonia en la que tuvieron que lidiar con problemas de traducción y conexión, Frei les declaró marido y marido. Al menos ante las leyes estadounidenses.
Más de 3.500 parejas internacionales, de hasta 165 países, han pasado por esta vicaría virtual desde que el condado de Utah (uno de los 29 que forman el Estado de Utah, en EE UU) introdujera, en abril de 2020, una reforma legal para facilitar las bodas por videoconferencia. “Pero esto surgió totalmente por accidente”, confiesa Frei a través de una conversación por Zoom. “La idea era que este mecanismo sirviera para parejas que estaban separadas por las restricciones de movimiento dentro de EE UU, por la covid, pero después se extendió a parejas extranjeras”.
Según datos de la Administración, Filipinas (con el 21% de los contrayentes) y China (con el 10%) son los países que más han usado sus servicios matrimoniales, aunque en los últimos meses han visto un espectacular aumento de parejas de Rusia. España se encuentra en el puesto 12, con un 1,29% de los contrayentes. Muchos de estos matrimonios son entre personas del mismo sexo que se sirven de la tecnología para conseguir a nivel internacional los derechos que sus gobiernos les niegan en el nacional. Es el ejemplo perfecto de cómo la tecnología puede ayudar a promover derechos civiles alrededor del mundo.
Frei se calza una bata y enciende el Zoom. Y se pasa el día declarando maridos y mujeres, exclamando mazeltovs y vivanlosnovios, pidiendo a la gente que se bese. Le encanta, confiesa con una sonrisa. Y la verdad, dice, se le da bastante bien. A su lado, Burt Harvey, director de la División de Administración de Pasaportes e Impuestos de Utah, confirma que su colega tiene un don natural. Explica también que están encantados con el improvisado uso que la gente le ha dado a su sistema. “No tenemos intención de detener el servicio, aunque la pandemia haya terminado”, sentencia. “Es más, estamos tratando de actualizarlo para hacerlo más rápido y eficiente”.
Esta reforma legal ha puesto en el mapa internacional a Provo, una ciudad tranquila y conservadora de la América profunda, donde se concentran los edificios administrativos del lugar. La inmensa mayoría de su población (el 88%) es mormona. Tiene casas bajas y árboles altos. Y esto ha hecho que se haya convertido una especie de Las Vegas virtual, un lugar donde parejas de todo el mundo acuden a casarse, solo que en lugar de hacerlo vestidas de Elvis y Marilyn lo hacen desde su casa, a través de la pantalla. Es una forma rápida y barata de casarse.
Hu Zhijun puede dar buena cuenta de ello. Su boda apenas duró media hora y costó menos de 300 dólares (el mismo cambio en euros): 70 por la licencia de matrimonio, 35 por la tasa de la ceremonia y unos 200 para pagar los trajes y su compulsiva compra en el súper. No podía pasarse con los gastos, tenía un viaje en el horizonte.
Zhijun atiende a EL PAÍS en videoconferencia desde la facultad de Derecho de Yale, en EE UU. Desde el pasado agosto es estudiante de intercambio, investiga estrategias para el desarrollo de organizaciones LGBTQ en China. Él mismo preside una desde hace ocho años. Reconoce que contraer matrimonio ha ayudado en los trámites del viaje para que su marido haya podido visitarlo sin problema. “De hecho llegó aquí la semana pasada”, explica sin poder evitar una sonrisa. Pero ese no era el objetivo principal de formalizar su relación. “Mira, te voy a contar una historia”, dice en tono confidente, “cuando mi marido y yo fuimos al consulado de EE UU, un funcionario me preguntó: ‘¿Quién es esta persona?’. Y pude contestar, por fin, ‘Es mi marido’. ¡Y eso me hizo tan feliz! Muchas parejas gais, cuando les preguntan qué relación tienen, dicen que son amigos. Y yo no quiero, no voy a fingir que somos amigos. Es mi marido, somos una familia. Y por eso me he casado, porque quiero decir a la gente con orgullo y en voz alta que somos una familia”.
El caso de Zhijun y Jungang es paradigmático. Más de 300 parejas chinas se han casado en los últimos meses en Utah. La noticia empezó a difundirse en grupos de Wechat y foros de internet. Zhijun la mandó por todos lados, su móvil echaba humo esos días. Asegura que unos 20 amigos suyos han aprovechado esta grieta legal para casarse. No les garantiza ningún derecho en su país, pero sí lo hará cuando estén fuera de China, y, además, es una forma bonita de celebrar su amor que, a fin de cuentas, es de lo que va una boda.
No solo las parejas homosexuales han visto en este sistema una vía para burlar las restricciones legales de sus países de origen. El Gobierno de Israel no admite los matrimonios civiles, pero reconoce aquellos que hayan sido celebrados en el extranjero. Muchos ciudadanos israelíes aprovecharon esta laguna para casarse en Utah y pedir la validación de su unión después en su país. “El Gobierno israelí registró los matrimonios y de repente hubo básicamente un matrimonio civil de facto en Israel”, explica Burt Harvey. Pero la situación ha durado poco tiempo y el Ejecutivo buscó un vericueto legal para prohibirlo. En la actualidad se encuentra en vía muerta, a la espera de su resolución en los tribunales.
También hay parejas internacionales que han creído ver en este sistema una manera de burlar las aduanas estadounidenses, pero no han tenido suerte. Según las leyes federales de inmigración de EE UU, un matrimonio por poderes no se considera legítimo hasta que se haya consumado, y el sexting no cuenta como sexo. Para que un inmigrante casado con un estadounidense pueda entrar en el país tiene que haber convivido con él después del matrimonio, así que los enlaces celebrados vía Zoom no sirven de nada a los ojos de los funcionarios de inmigración.
En unos meses, Zhijun y Jungang dejarán de ser un matrimonio. Volverán a China, donde legalmente no pueden ser nada más que dos señores que comparten piso, a su perro Dajuzi (que significa doble felicidad) y un proyecto de vida. Pero ellos, defienden, están casados. “No lo hicimos por las autoridades, ni por los derechos, sino por nosotros”, explica Zhijun, que se muestra orgulloso y feliz por el enlace. Al ser preguntado, sin embargo, confiesa un pequeño remordimiento: “Haber hecho una ceremonia tan pequeña”. En casa solo estaban ellos dos y su mascota. Al otro lado de la pantalla, Ben Frey, y en dos pequeñas ventanitas, los dos testigos preceptivos. Cuando le dijo a su hermana que se había casado, esta se echó a llorar. También lo hizo él, pero no sabe hasta qué punto de emoción o de tristeza. Pero es optimista y cree que el tiempo le dará la oportunidad de solucionarlo: “Tengo la esperanza de poder celebrar una boda física, con cientos de invitados, algún día. Cuando sea legal en China”.
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