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la espuma de los días
Columna
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El fotógrafo muerto y las ladronas ricas de Chamberí

En este simpático mundo que hemos creado, para delinquir hay que ir vestido de rico y para recibir auxilio en medio de la noche, disfrazarse de fotógrafo

Harald Freudenmacher (Getty Images)
Raquel Peláez

Todo aquel al que le hayan desvalijado la casa conoce la mezcla de confusión, impotencia y miedo que produce encontrar tu dormitorio como si hubiese pasado un tornado por él, con los cajones de la cómoda desmontados y su contenido tirado encima de la cama. A mí me pasó la primera semana de este nuevo año. Primero pensé que había sido el gato con el que convivo, o más bien lo deseé, dado que eso me hubiese asustado menos que la realidad. Los cacos (desconozco cuál es el plural femenino de esta palabra) dedujeron que si vivía en lo que en Madrid se tiene por un “barrio pijo” era probable que en mi domicilio hubiese cosas caras. Menuda decepción debieron de llevarse.

Exactamente el mismo prejuicio, pero al revés, impidió a mis vecinos encontrar sospechosas a las que finalmente eran las ladronas, dos mujeres hábiles y rápidas que entraban en los portales de Chamberí con peinados impecables, botas de tacón y anchos abrigos color camel en los que escondían sus herramientas.

La semana pasada este periódico publicó que un anciano que había salido a dar un paseo nocturno por el centro de París murió de hipotermia en las calles, pues tropezó, se cayó y ninguna de las personas que pasaron por su lado y le vieron tirado le ofrecieron auxilio durante horas. La noticia explicaba que la diferencia entre dicho muerto y los 500 que fallecen cada año solos y a la intemperie en Francia era que este había inmortalizado a Camarón en sus momentos más sublimes, matiz al parecer muy goloso para la audiencia, dado la gran cantidad de días que la noticia permaneció entre lo más leído. Que de noche, en plena pandemia y cuando hace frío sea muy difícil distinguir a un mendigo de un fotógrafo prestigioso, sobre todo si está boca abajo y semiinconsciente, lejos de parecerme una tragedia me resulta un alivio.

Para mucha gente esta noticia ha supuesto una auténtica conmoción: como si la condición ilustre del fenecido fuese la prueba definitiva de que vivimos de espaldas los unos a otros. Resulta francamente escalofriante que los miles de ancianos que murieron abandonados como perros en residencias en 2020 no hayan sido suficiente prueba de esto y que sigamos necesitando cuentos con moraleja para sentir vergüenza.

La policía detuvo a las mujeres que entraron en mi casa dos semanas después del allanamiento y en las fotos que vi en la prensa no pude comprobar si llevaban puestos los pendientes de falsos diamantes que tantas noches antes de que empezase la pandemia me puse para ir a esos saraos con canapés, disc jockeys y famosos de medio pelo a los que acudíamos los pobres con capital cultural para creer que formábamos parte de algo. Sentí una profunda admiración y respeto por estas damas. Ellas habían conseguido adaptarse con éxito a este simpático mundo que hemos creado, en el que para ir a delinquir hay que ir vestido de rico y para recibir auxilio en medio de la noche, disfrazarse de fotógrafo.

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Sobre la firma

Raquel Peláez
Licenciada en periodismo por la USC y Master en marketing por el London College of Communication, está especializada en temas de consumo, cultura de masas y antropología urbana. Subdirectora de S Moda, ha sido redactora jefa de la web de Vanity Fair. Comenzó en cabeceras regionales como Diario de León o La Voz de Galicia.

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