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AQUÍ SÍ HAY PLAYA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El volcán y mi calle de Madrid

Hay una manera simple de ayudar a la isla de la Palma: comprar sus plátanos, que crecen en tierra volcánica

Antonio Jiménez Barca
Volcán de La Palma, de noche.
Volcán de La Palma, de noche.Saul Santos (AP)

En la isla de la Palma aterrizó hace unos días un tipo de Navarra con la única intención de ponerse a ayudar en lo que fuera a fin de paliar en lo que pudiese el infortunio que ha traído consigo el volcán de la Cumbre Vieja. Un responsable municipal de la localidad de Los Llanos, una de las más afectadas, se asombró al ver llegar a este hombre desde tan lejos para echarles una mano, lo aceptó algo emocionado, y dio instrucciones para que le alojaran en un polideportivo del Ayuntamiento. Desde entonces el tipo de Navarra colabora con los demás voluntarios –la mayoría, de la isla- en ordenar y agrupar los objetos donados para las personas más necesitadas, las que han perdido de un día para otro su casa o su finca.

La marea solidaria con La Palma es inaudita. Cuentan allí que no saben muy bien qué hacer con tanta cosa y que a veces constituye un verdadero problema saber distribuir a tiempo la cantidad ingente de alimentos que han recibido y aún reciben. Hay cuentas bancarias abiertas, vecinos que acogen a otros vecinos en sus propias casas o que abren las puertas de sus garajes o sus sótanos para que otros con peor suerte y cuya vivienda ha sido pulverizada por la marea de lava guarden ahí por el tiempo que necesiten lo que han podido salvar a la carrera. Yo me pregunto qué puedo hacer en mi casa o en mi calle de Madrid además de mirar obsesivamente el volcán enfurecerse en mi televisión en cada telediario.

Recuerdo que un día contaron que una zona de la isla se llenó de un humo denso, negro y tóxico, producto de la combustión de los plásticos de los invernaderos. Era la señal de que la lava estaba carbonizando en su camino hacia el mar las plataneras que constituyen la mitad de la economía de La Palma.

Cuando el volcán se duerma y las piedras se enfríen, cuando los periodistas nos hayamos ido a inventariar otro espanto en cualquier otro sitio, los palmeros, ya solos, repararán lo que se pueda reparar y volverán a cultivar la arena volcánica como solo ellos saben hacerlo, conscientes de que el volcán les da y el volcán les roba, en un juego que conocen porque llevan jugándolo toda la vida.

Y yo, cada vez que vaya al Ahorramás o al Mercadona, al supermercado de mi barrio de Madrid o a la tienda de frutas de mi calle, sabré qué hacer, me acordaré del tipo de Navarra que se fue tan lejos a ayudar y también de los agricultores de la Palma y pediré al dependiente que me venda solo plátanos traídos de Canarias, los que crecen gracias a unos hombres y unas mujeres más grandes que el volcán que a todos nos hechiza.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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