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Los estudiantes “damnificados” de la generación covid: cantantes con mascarilla y percusionistas sin timbales

Las nuevas promociones en la Escuela de Canto y el Conservatorio Superior en Madrid tienen que aceptar sacrificios para no interrumpir sus carreras

Susana Cordón, catedrática de canto, dando clase el jueves a Violeta Siesto (dcha.), alumna de tercero en la Escuela Superior de Canto de Madrid.
Susana Cordón, catedrática de canto, dando clase el jueves a Violeta Siesto (dcha.), alumna de tercero en la Escuela Superior de Canto de Madrid.Samuel Sánchez
Fernando Peinado

Es el mundo al revés en la primera clase de coro en la Escuela Superior de Canto. El profesor Antonio Moya da la lección desde el escenario del teatro y los 55 alumnos le siguen desde las butacas, bien separados para guardar la distancia física. No es la única anomalía. Normalmente el curso empieza con música más alegre, pero este año se estrenan con un réquiem por los muertos de la pandemia. Y por último y no menos importante, aprenden a cantar con mascarilla. Es un incordio pero no queda otra. “Hay que adaptarse o morir”, dice Marcelo Solís, un alumno que resume quizás un sentimiento mayoritario de resignación. (Fotogalería: La nueva normalidad en la Escuela Superior de Canto de Madrid).

Cantar en coro es una de las actividades de más riesgo de contagio de coronavirus, pero la educación de estos jóvenes no puede darse por webcam. Durante el confinamiento de primavera los profesores se dieron cuenta de que era imprescindible volver a clases presenciales tras el verano.

“Puedes tomar clases de matemáticas de Harvard desde la Gomera o desde el Congo. ¿Nosotros? Imposible, porque la calidad sonora nunca será la misma”, dice Jorge Robaina, vicedirector de esta escuela ubicada 300 metros al norte de la Gran Vía. “La voz es el instrumento más personal que hay. No hay dos iguales. Cuando te mandan una grabación queda desvirtuada”, explica.

El catedrático de canto Antonio Moya dando clase de coro el jueves en el teatro de la Escuela Superior de Canto de Madrid.
El catedrático de canto Antonio Moya dando clase de coro el jueves en el teatro de la Escuela Superior de Canto de Madrid.Samuel Sánchez

La mayoría de clases en esta escuela de 135 alumnos son individuales así que el jueves pasado los estudiantes de primer año se veían por primera vez la cara (solo la mitad superior) en la clase de coro del profesor Moya. Cantar con mascarilla exige un mayor esfuerzo bocal por la dificultad de respirar. Es más difícil seguir las partituras porque están escritas de manera que solo tienen milisegundos para hacer pausas. Inicialmente la escuela pensó que las mamparas entre alumnos evitarían la expansión del virus, pero después de conocer en septiembre los últimos estudios sobre transmisión del virus por el aire, han reformado su protocolo de seguridad para exigir los tapabocas. También han ordenado abrir las ventanas dobles de modo que ahora cualquiera que pasa por la calle San Bernardo escucha un concierto de voces solistas que salen de las distintas aulas de ensayo. Al pasar por debajo de la ventana los niños más traviesos les remean.

Es un sacrificio que estas jóvenes promesas deben hacer para no interrumpir su carrera. En Madrid ha habido grandes brotes en coros líricos como el del Teatro de la Zarzuela donde en primavera se contagiaron una treintena de voces. “Somos grandes damnificados por la pandemia”, dice el vicedirector Robaina. Él también da clases de repertorio vocal, acompañando a los cantantes con el piano, y cuenta que durante la primavera fue un suplicio impartir esas lecciones por videoconferencias porque el sonido no llegaba sincronizado. Probaron con Zoom, Google Meet y otros pero el alumno siempre le escuchaba con retraso. “Como no tengamos presencialidad nos hacen polvo”, afirma él.

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No muy lejos de la Escuela Superior de Canto, cerca de la estación de Atocha, se encuentra otro centro que ha tenido que pensar mucho la vuelta a clase, el Real Conservatorio Superior de Música. Para evitar brotes, este centro de 700 alumnos ha restringido el acceso a las cabinas y aulas de ensayo para prevenir contagios. Esto ha perjudicado principalmente a los 16 estudiantes de percusión. Todos tiene sus propias baquetas, pero ninguno puede permitirse el lujo de comprar todo el repertorio de instrumentos que tocan en clase. Unas marimbas o unos timbales sinfónicos son carísimos, pesan cientos de kilos y son muy ruidosos. Si los tocasen en sus pisos estallaría un conflicto vecinal. Tambores de guerra, literalmente.

Cuando volvieron a clases en septiembre el conservatorio las cabinas y aulas de ensayo estaban cerradas con llave. Hace dos semanas retomaron las clases pero entraron a ellas a ciegas y sin calentar.

"Es como un grupo de rock que llega a un concierto sin ensayar”, dice la alumna de cuarto año Celia Berlinches.

Adrián Peño y Celia Berlinches, dos estudiantes de percusión muestran sus baquetas y una pandereta este viernes en la puerta del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid.
Adrián Peño y Celia Berlinches, dos estudiantes de percusión muestran sus baquetas y una pandereta este viernes en la puerta del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid.KIKE PARA

Las cabinas y aulas de ensayo reabrieron este martes pero algunos espacios no están disponibles y los fines de semana todos seguirán cerrados. Esto se debe a que el conservatorio no tiene suficientes limpiadores para desinfectar las habitaciones entre ensayo y ensayo, según la jefatura de estudios. Han pedido refuerzos a la Comunidad de Madrid pero siguen esperando. Los alumnos están insatisfechos. Dicen que muchos suelen pasar los cuatro años de estudio en el conservatorio, incluso los fines de semana, como si fueran monjes de clausura. No tocar es casi como morir de hambre: “En estos cuatro años nos tenemos que comer los instrumentos”, dice Berlinches, que tiene 26 años.

Durante el cierre de los espacios de ensayo algunos se han buscado la vida. Uno ha alquilado por 120 euros un local que usa habitualmente una banda de rock, otro, Adrián Peño, de Ciudad Real, tiene la suerte de que un conocido en una banda municipal le deja tocar la versión mini de una marimba, un voluminoso instrumento compuesto de láminas de madera. Algunos sin estas opciones se han planteado repetir curso porque dicen que no les merece la pena estudiar un año de su carrera en estas condiciones.

El jefe de estudios de postgrado y Erasmus del conservatorio superior, César Asenjo, pide paciencia a los alumnos. A partir del 12 de enero se podrá estudiar en todo el centro. “Progresivamente reabriremos el conservatorio pero con medidas estrictas”, dice Asenjo.

Los alumnos resaltan que no hablan con la prensa para atacar al conservatorio sino para que la sociedad conozca su problema. Creen que hay soluciones como por ejemplo ayudas para ensayar en espacios seguros. Han barajado la opción del alquiler de local pero la mayoría de los estudiantes no se pueden permitir un gasto fijo aproximado de 100 euros mensuales.

A pesar de todos los inconvenientes, los profesores de esta nueva hornada de músicos notan que sus alumnos han regresado del verano con más energía que nunca. Es lo que pasa cuando unos estudiantes con vocación vuelven a su entorno: “Noto que este año tienen un hambre de comerse las partituras inusual”, dice el profesor del coro.

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Fernando Peinado
Es reportero de la sección de Madrid desde 2018. Antes pasó ocho años en Estados Unidos donde trabajó para Univision, BBC, AP y The Miami Herald. Es autor de Trumpistas (Editorial Fuera de Ruta).

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